Ángel Calvo (UB)
Los ciudadanos del siglo XXI vivimos ‘enredados’ en una gigantesca madeja que permite una comunicación instantánea gracias a nuestros teléfonos móviles, tablets y ordenadores, entre otros aparatos electrónicos. Sospechamos vagamente que existe algo portentoso que nos permite conectar con nuestros semejantes en los lugares más distantes e inverosímiles del globo. Sin embargo, raramente nos ponemos a pensar en qué medios técnicos reposa ese fabuloso sistema mundial de comunicación. Nos limitamos a manejar nuestros artilugios y todo lo más que se nos ocurre es echar una mirada rápida al módem, o a la roseta de conexión de la línea telefónica. Nos enteramos de lo que es necesario para comunicarnos sobre todo cuando algo deja de funcionar, sea por una caída del sistema entero, una rotura de cables debido a las tormentas, robos de cobre en las líneas telefónicas, ataques terroristas u otros motivos.
Puntualmente, alguna noticia sacude nuestra ignorancia consentida y nos remite a colosales infraestructuras de comunicación. Llega a nuestros oídos, así, que dos empresas tecnológicas de la talla de Microsoft y Facebook han pactado la construcción de un cable submarino transatlántico de nueva generación bautizado como Marea, que mejorará la conexión entre Estados Unidos y Europa a alta velocidad, mayor fiabilidad y una capacidad sin igual, que lo convierte en el cable transatlántico con la banda más ancha que existe (El País,27 mayo 2016).
Muy de vez en cuando, algún nostálgico nos habla de la primera transmisión de televisión vía satélite allá por el verano de 1962 o nos recuerda emocionado ese 25 de junio de 1967 en que los Beatles cantaron ‘All You Need is Love’ para 400 millones de personas de 26 países. ¿Qué sería de nosotros sin Internet, la red de redes? Pues bien, si vemos las grandes competiciones deportivas en todo el mundo o los mejores conciertos, o nos conectamos a Internet es porque nos lo hacen posible las auténticas autopistas que son los cables submarinos y los gigantescos espejos flotando en el cielo que son los satélites.
Este escenario tan apabullante debería invitarnos a remontar en el tiempo y hacernos preguntas sobre sus orígenes para captar mejor la verdadera dimensión del fenómeno y aprender algo sobre los retos que plantearon las novedades en su momento. Una de ellas se refiere irremediablemente a las modalidades de llevar a cabo obras tan colosales.
La historia de los cables telegráficos submarinos nos enseña que ingentes capitales privados del Reino Unido fueron enterrados en el fondo de los mares para tender la más extensa red de comunicaciones de la época, motejada por Tom Standage como la ‘Internet victoriana’. Tratándose de hechos históricos, pisamos un terreno relativamente poco cultivado por los historiadores económicos de los países de nuestro entorno pese al formidable atractivo de sus implicaciones económicas, tecnológicas, normativas y geopolíticas. Además, la compleja realidad que implica invita a un enfoque interdisciplinar y a apelar a una combinación equilibrada de fuentes primarias y secundarias.
En el caso de las infraestructuras de nuestro entorno geopolítico, Telefónica convive con otras operadoras latinoamericanas, representantes de los gobiernos de los países respectivos, en los organismos del sistema mundial de comunicaciones. Ello le aporta conocimientos del mercado y aprendizaje de la idiosincrasia del sector, economía de experiencia en suma, si bien no necesariamente ventajas comparativas –otras muchas también están presentes- pero al menos le evita desventajas comparativas.
Hemos hablado sobre todo de cables submarinos pero los satélites ocupan igualmente un puesto privilegiado en las comunicaciones de hoy. En efecto, paralelamente al desarrollo de la red mundial de cables telefónicos submarinos, la ciencia alejó la frontera tecnológica de las comunicaciones con el desarrollo de los satélites, que, con una capacidad de comunicación mucho mayor que los cables, contribuyeron a configurar la red telefónica mundial como la máquina lógica mayor del globo.
La complejidad, magnitud y ámbito territorial implicado hacen que los avances en la creación de grandes infraestructuras o redes mundiales reclamen la continuidad de los esfuerzos cooperativos y, por tanto, la vigencia plena de los esquemas puestos en práctica en la segunda mitad del siglo XIX. Precisamente, fruto de esfuerzos cooperativos transnacionales, la creación de estos eficaces sistemas de telecomunicación contó, en ocasiones, con presencia de países latinoamericanos –como fue el caso de Argentina y Brasil en INTELSAT. Por otra parte, la participación de Telefónica en el sistema español de satélites, que dio un paso importante con la creación de HISPASAT, S.A., coincidió con el arranque de la expansión exterior como operadora en su etapa de inversión directa, materializada con la entrada en Chile en 1989, cinco años antes de hacerlo en Perú. La intervención directa de Telefónica en grandes infraestructuras de comunicación creadas exclusivamente con capital español -HISPASAT- define una inclinación manifiesta por el espacio latinoamericano. Resultaría estéril, no obstante, buscar una relación lineal con la internacionalización que arranca a finales de la década de 1980 con la penetración en Chile.
Si es cierto que las prototentativas de satélites artificiales en Latinoamérica tuvieron la educación como objetivo, la verdadera rampa de lanzamiento de la necesidad de satélites vino de la mano de la reina de los media, la televisión. Al año siguiente de la creación de INTELSAT, la reunión de la que surgió el régimen provisional del sistema mundial de comunicaciones por satélite contó con la participación de cuatro países latinoamericanos: Argentina, Brasil, Colombia y Uruguay. En 1968 otros tres tenían antenas terrestres que los vinculaban al sistema internacional: Panamá, Chile y México. Más tarde fueron añadiéndose otros más hasta incorporar la práctica totalidad en esa maraña a la que hemos aludido al principio. En 2013, Latinoamérica contaba con 72 satélites y otros 26 serán puestos en órbita hasta 2017 (El País, 5 septiembre 2013). Permítasenos una nota negativa para eludir cualquier sensación de ánimo laudatorio: la flota actual de la región tiene 3.033 transpondedores, casi ninguno capaz de ofrecer Internet.
Para mayor información:
CALVO, A. Esfuerzos cooperativos y etapas previas en la internacionalización: el caso de Telefónica: Apuntes: Revista de Ciencias Sociales, 2015, vol. 41, nº 75, p. 211-241. Disponible en: https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=4953942