Cultura, paisaje y patrimonio: la Sierra de Guadarrama (Segovia)

Luis Carlos Martínez Fernández*

La Sierra de Guadarrama (Segovia) es un territorio construido socialmente. Es el producto de un modelo de explotación secular de los recursos que ofrecía el espacio físico: desde el piedemonte hasta el “alto de la sierra”; toda una sucesión de ambientes “escalonados” que han destacado históricamente por su importante función como elementos plenamente incorporados al sistema de aprovechamiento ganadero y forestal. Es así como los paisajes serranos, compuestos de herencias diversas y superpuestas, otorgan al territorio su auténtica dimensión cultural.

El espacio de estudio se inscribe en la vertiente septentrional –o segoviana- del Guadarrama. Comprende los actuales municipios de Casla, Prádena, Arcones, Matabuena, Gallegos, Aldealengua de Pedraza, Navafría, Torre Val de San Pedro, Santiuste de Pedraza, Collado Hermoso, Sotosalbos, Santo Domingo de Pirón y Basardilla. Términos, todos ellos, que han articulado, de siempre, sus espacios productivos entre los altos macizos serranos y las peanas de piedemonte sobre las que se asientan.

El Guadarrama segoviano.
El Guadarrama segoviano.

El Guadarrama segoviano es una construcción territorial en la que adquiere protagonismo el entramado paisajístico resultante de la combinación de los procesos y prácticas sociales que se han ido sucediendo históricamente. Y sus paisajes son una suerte de imágenes de la cultura tradicional, más ganaderas o más forestales, con más huellas del pasado o más señales de abandono o de transformación.

Sobre el “escalón” basal del conjunto serrano, las entidades de población surgidas en las fases históricas de crecimiento poblacional representarían, según la terminología académica, un típico modelo de poblamiento rural concentrado de carácter plurinuclear. Su localización siempre obedece a un mismo criterio de valoración de los elementos naturales del territorio: la proximidad a los espacios dotados de una mayor humedad.

En torno al poblamiento, los “campos cercados” continúan representando lo más sustancial del paisaje. Extensas áreas de prados cercados se desparraman como una primera aureola externa, a veces muy dilatada y diseminada, de los núcleos de población. Con todo, estos “campos cercados” alternan cada vez más con un entorno pastoril abierto que es la clara expresión del abandono y la degradación de la cultura ganadera en la actualidad. Frente a los “campos cercados”, los abertales son el signo de la expansión creciente de eriales, matorrales y rastrojeras. La seña inequívoca del declive de una actividad secular.

La trama del paisaje: el mosaico de usos del suelo.
La trama del paisaje: el mosaico de usos del suelo.

A partir de los 1.200 metros de altitud en las rampas más elevadas al contacto con las partes bajas de las laderas se entra de lleno en el dominio del robledal. El rebollo es el árbol más característico de las faldas serranas, por las que se extiende, o debiera extenderse, sería más correcto decir, ininterrumpidamente. La fisonomía más habitual para los robledales serranos es la del monte bajo o medio, fruto del resultado del aprovechamiento tradicional de estas “matas” desde la Baja Edad Media para leñas, carbón y pasto.

En la hipotética catena altitudinal, los pinos suceden al roble desde las partes medias de las laderas (sobre el teórico umbral de los 1.600 metros de altitud), en una franja de transición ecológica en la que suelen mezclarse ambas especies dependiendo de las condiciones del medio; y pueden llegar a alcanzar, en ocasiones, hasta las mismas “cimeras” serranas, si bien en pies solitarios con aspectos muy desvitalizados. Pero es el “orden” cultural, es decir, el ordenamiento de la mano del hombre el que en mayor medida ha incidido en la actual distribución del pinar. En menor proporción que sobre los encinares o robledales, pero también sobre los pinares, las talas, quemas, “rozas”, los “rompimientos”, en definitiva, han asistido para la apertura en tiempos de “rasos” y “alijares”, constriñendo, de esta manera, la masa forestal. Sin embargo, aún más frecuentes históricamente, por ser los montes de pinos considerados como un recurso estratégico tradicional, han sido las sistemáticas plantaciones a que diera lugar la explotación de la madera en los enclaves más apetitosos desde tiempo medieval.

Al “escalón” del piedemonte y al más inclinado de las laderas les sucede, finalmente, el del “alto de la sierra”. Una verdadera “encimera” de cumbres aplanadas y de suaves lomas empero que raramente desciende de los 1.800 metros de altitud. Sobre ella, las diferentes majadas en que se organizaban los puertos tradicionalmente constituían las unidades básicas a partir de las cuales proceder ordenadamente a la valoración y el disfrute de la variedad de ambientes pratenses.

El paisaje es la imagen del territorio, el producto de la intervención profunda de la que ha sido objeto la naturaleza serrana como resultado de la utilización social de sus recursos durante siglos. El paisaje del Guadarrama segoviano es, en definitiva, la herencia de una evolución cultural, representando por ello mismo un recurso territorial de primer orden en base a su incipiente patrimonialización.

Para mayor información:

MARTÍNEZ FERNÁNDEZ, Luis Carlos; MOLINA DE LA TORRE, Ignacio. Cultura y paisaje a la “Vera de la Sierra”. La construcción territorial del Guadarrama segoviano. Boletín de la Asociación de Geógrafos Españoles, 73, p. 313-341, 2017. Disponible en <http://www.age-geografia.es/ojs/index.php/bage/article/viewFile/2420/2274>. [ISSN: 0212-9426].

*Luis Carlos Martínez Fernández es Profesor Titular de Universidad de Análisis Geográfico Regional en el Departamento de Geografía de la Universidad de Valladolid.

El chopo de ribera, identidad del paisaje turolense

Tronzados por el viento, los aludes o el diente del castor diversas especies de árboles son capaces de rebrotar desde la parte superior del tronco. Se activan entonces las yemas durmientes situadas bajo la corteza y se producen unas ramas de similar edad y dimensiones que surgen a una misma altura. Se forman así los árboles trasmochos naturales.

El conocimiento de esta capacidad ha permitido al ser humano, primero obtener trasmochos a partir de chopos bravíos y, después, mediante la poda de la totalidad de las ramas (escamonda), procurarse madera, leña o forraje. Esta técnica de gestión forestal lleva aplicándose desde el Neolítico en ambientes con densas poblaciones de animales ungulados domésticos o salvajes; al resultar inaccesibles al diente de estos herbívoros los jóvenes brotes, se garantiza el futuro de los árboles.

Chopo: árbol modesto

Desde el Medievo, ante la creciente demanda de tierras de cultivo y de pastos, estos árboles se han ido extendiendo por Europa, conforme retrocedían los bosques primigenios. Hayas, robles, arces, abedules, fresnos, carpes, chopos o sauces trasmochos forman, desde entonces, parte de los paisajes rurales, desde Escandinavia hasta el Mediterráneo, desde las islas Británicas hasta Anatolia. Y también de los paisajes del sur de Aragón.

La orientación de la economía agraria hacia la producción de lana y el crecimiento demográfico desde la baja Edad Media, fomentaron la deforestación y el desarrollo de dehesas en las riberas de la cordillera Ibérica. Estas formaciones arbóreas se manejaban favoreciendo a ciertas especies autóctonas de árboles (chopo y sauce) que eran manejadas mediante la escamonda para proveer madera de obra, forraje y combustible en unos entornos intensamente aprovechados. Es el origen de las arboledas de álamo negro trasmocho de los valles del Alfambra, Guadalope, Aguas Vivas, Pancrudo, Martín, Jiloca, Jalón o Huecha. Es decir, de los chopos cabeceros, también conocidos como camochos, mochones o chopas. Es, pues, un cultivo de un árbol autóctono singularmente gestionado mediante una técnica ancestral.

La mayoría de las antiguas casas, graneros o parideras tenían vigas de chopo cabecero. Aún puede verse en la actualidad. Su producción, importante en la economía de muchos pueblos, tuvo su expresión en el paisaje rural en forma de dehesas o líneas de álamos trasmochos que se extendían continuamente por el fondo de los valles de la cordillera Ibérica aragonesa.

El chopo es una especie común en Europa. No es raro encontrar ejemplares trasmochos diseminados entre las campiñas y las montañas. Sin embargo, el paisaje constituido por las choperas de cabeceros de las comarcas turolenses es algo completamente original y característico de este territorio. Algo que lo identifica y lo diferencia.

Son, además, los únicos árboles en amplios territorios profundamente deforestados. Largas arboledas de chopos cabeceros recorren las estrechas vegas que surcan los secanos y pastizales de estas tierras altas, que funcionan como alargados oasis.

La escamonda adelanta la aparición de rasgos seniles en los árboles pero, si se mantiene en el tiempo mediante turnos regulares, permite que se hagan mucho más longevos que si no hubieran sido podados. Se forman unos característicos árboles de gruesos troncos y tortuosas cabezas en la cruz de donde surgen las rectas ramas conocidas como vigas. Estos chopos cabeceros, que por su forma recuerdan a los candelabros, suelen ser árboles viejos, muchos de ellos centenarios.

Los árboles viejos, en general, desempeñan importantes funciones ecológicas. Presentan huecos y grietas en los que se alojan numerosas especies de animales, ofrecen soporte físico sobre el que crecen líquenes y plantas epífitas y, sobre todo, madera muerta que mantiene a una compleja comunidad de hongos e insectos, algunos de los cuales son especies amenazadas. Son importantes para conservar la biodiversidad.

Actualmente, los árboles viejos son escasos en los campos y bosques europeos tras décadas de políticas forestales que han propiciado su eliminación. Las choperas de cabeceros forman agrosistemas de gran interés y originalidad.

El cuidado y el aprovechamiento del chopo cabecero reúnen trabajos complejos y difíciles que requieren un alto conocimiento del árbol. Conforman un saber popular forjado durante siglos y que constituye un tesoro etnobotánico: un patrimonio inmaterial.

Mientras tanto, los cambios en los sistemas productivos, el éxodo rural y la intensificación agraria de las últimas décadas han provocado la crisis de este aprovechamiento agroforestal secular. Auspiciadas por las administraciones, se han realizado masivas talas para implantar cultivos de chopos canadienses, limpieza de cauces, concentraciones parcelarias o construcción de embalses que han provocado su desaparición de los chopos cabeceros en muchos kilómetros de las riberas turolenses. Sin embargo, su mayor problema es el abandono de la escamonda, pues los árboles pierden su vigor y el creciente peso de las vigas inestabiliza el sistema ocasionando el desgaje de las ramas y de los troncos.

El valor histórico, paisajístico, ecológico y cultural de los chopos cabeceros ha pasado desapercibido a la sociedad actual, tanto a la que vive en el medio rural inmediato, como a la que lo hace en las ciudades, que prácticamente desconoce casi todo sobre ellos. Esta última, además, arrastra algunas arraigadas ideas preconcebidas que dificultan el aprecio de estos árboles y de estos paisajes.

El chopo, por su rápido ritmo de crecimiento y por tener madera más blanda, ha sido una especie relegada ante árboles como robles y hayas, que gozan de un mayor “prestigio” y reconocimiento.

Los paisajes agrícolas y ganaderos de las tierras altas de Teruel, a pesar de su austera belleza y su rica cultura, no consiguen atraer el interés de un público urbano fascinado por la espectacularidad de los paisajes alpinos del Pirineo. Incluso en el propio territorio, han pasado desapercibido ante los de las montañas pinariegas de Gúdar o de Albarracín.

La recuperación de un paisaje

Sin embargo, en la última década algo está cambiando. En estos años el Centro de Estudios del Jiloca ha desarrollado una intensa actividad investigadora y divulgadora que está dando sus frutos. La edición de libro El chopo cabecero en el sur de Aragón. La identidad de un paisaje fue un primer paso. Más de cuarenta conferencias han sido impartidas, tanto en congresos internacionales como en jornadas culturales de pequeños pueblos. Decenas de artículos han sido publicados en revistas técnicas o en boletines culturales locales.

El “Manifiesto por la conservación del chopo cabecero” ha sido respaldado por más de 150 investigadores, 50 asociaciones, 14 ayuntamientos y cientos de particulares. La página www.chopocabecero.es ofrece documentación actualizada, recibiendo más de 200 visitas diarias. Así mismo, también han sido numerosas las participaciones realizadas en programas de televisión, radio y en los periódicos.

Pero sin duda, la actividad que más ha contribuido a fomentar el interés social por los álamos trasmochos ha sido la organización de la “Fiesta del Chopo Cabecero”. Comenzó en 2009 en Aguilar del Alfambra, siendo celebrada en las siguientes ediciones en Torre los Negros, Valdeconejos, Ejulve, Cuencabuena-Lechago y Badules.

Es una fiesta con carácter itinerante para llegar a más localidades, a más personas. Se celebra entre octubre y noviembre, para disfrutar de los amables paisajes otoñales turolenses. Cada año tiene un enfoque: el paisaje, la vida silvestre, la etnobotánica, el arte… Y que está sirviendo para incentivar otras iniciativas que favorecen la conservación y el conocimiento de estos viejos árboles. Desde asociaciones culturales que inventarían los chopos cabeceros de su localidad a las que introducen la escamonda de árboles en las jornadas culturales, a los ayuntamientos que promueven el aprovechamiento –y rejuvenecimiento- de los árboles en sus términos municipales o la creación de rutas senderistas para su aprovechamiento turístico.

De todas ellas, querríamos destacar la apertura del Aula de la Naturaleza dedicada al chopo cabecero en Aguilar del Alfambra, un recurso educativo que promueve el aprendizaje de las ciencias. Y, el proyecto de Parque Cultural del Chopo Cabecero del Alto Alfambra auspiciado por ocho ayuntamientos que pretende conservar un patrimonio natural, cultural y paisajístico, así como generar expectativas de futuro para los pueblos de la zona.

Para mayor información:

JAIME LORÉN, Chabier de; HERRERO LOMA, Fernando. El chopo cabecero en el sur de Aragón. La identidad de un paisaje. Teruel, Fundación “la Caixa”, Patrimonio artístico, 3, 2007. 191 p.

Chabier de Jaime Lorén. Instituto de Bachillerato “Valle del Jiloca” (Calamocha, Teruel).

EL PAISAJE CONSTITUIDO POR LAS CHOPERAS DE CABECEROS DE LAS COMARCAS TUROLENSES ES ALGO COMPLETAMENTE ORIGINAL Y CARACTERÍSTICO DE ESTE TERRITORIO. ALGO QUE LO IDENTIFICA Y LO DIFERENCIA.

LARGAS ARBOLEDAS DE CHOPOS CABECEROS RECORREN LAS ESTRECHAS VEGAS QUE SURCAN LOS SECANOS Y PASTIZALES DE LAS TIERRAS ALTAS DE TERUEL, QUE FUNCIONAN COMO ALARGADOS OASIS.

A Paisagem Cultural: múltiplas interpretações nas políticas de preservação

por Margareth de Castro Afeche Pimenta

Enquanto privilegiam meios tradicionais em nível mundial, no Brasil as interpretações acerca das paisagens culturais são variadas, deixando escapar sem proteção setores socialmente fragilizados, mas ricos culturalmente, que deveriam ser foco de políticas específicas. Precisar as acepções históricas de cultura talvez contribua para direcionar políticas de preservação, mas também inseri-las numa visão maior de projeto societário.

As paisagens culturais são a oportunidade de estabelecimento da proteção conjunta do ambiente com as formas tradicionais de expressão cultural. Após duas décadas de seu estabelecimento como politica patrimonial, a paisagem cultural apresenta, entretanto, resultados bastante desiguais, tanto em relação aos critérios quanto à distribuição espacial dos bens mundiais preservados. A paisagem foi considerada objeto de proteção bem antes da Convenção do Patrimônio Mundial de 1992, em 1962 e 1972. Por que, então, qualificar a paisagem como cultural 30 anos mais tarde? Impunha-se a necessidade de uma elaboração mais afinada, decodificando-se os termos. Apesar desses esforços, os debates trouxeram uma expansão (e indefinição) inusitada no Brasil. A deriva conceitual, num quadro sempre presente de limitação dos recursos, significa a exclusão de setores relevantes, com perdas irreparáveis.

Um dos caminhos para se recolocar a questão talvez esteja nas múltiplas significações do termo ‘cultura’. Um breve percurso de suas trajetórias históricas, considerando-se descontinuidades e recuperações, pode contribuir para ajustar os termos da preservação patrimonial. Do cultivo das terras na Antiguidade, Cícero transforma seu significado, a partir do estabelecimento da correlação entre plantio, o ato de cultivar, e o espírito humano. No mesmo sentido, Filão inspira-se em Platão quanto ao ‘homem interior”, cultivado, como o lavrador que nutre as boas espécies. O termo ‘cultura’ dispersa-se nas canções de gesta medieval, mantendo a acepção de cultivo até o século XVI, quando se inclui a ‘cultura da língua’ oudo espírito, primeiros passos rumo ao seu conteúdo civilizatório, que adviria no século das Luzes.

A partir do século XVIII, explicita-se cultura, também, com um sentido “figurado”, do cuidado nas artes e no espírito, incluindo o aperfeiçoamento pessoal. Voltaire e Rousseau almejam o homem esclarecido. Ser cultivado derivaria, portanto, de um processo de elaboração. Cultura transforma-se em refinamento; sua transmissão permitiria o aprimoramento da humanidade. Aparece como um processo pessoal, mas também social. Tratava-se, portanto, de um projeto civilizatório.

Paisagem rural no município de Urussanga no Estado de Santa Catarina, Brasil.
Paisagem rural no município de Urussanga no Estado de Santa Catarina, Brasil.

Somente na segunda metade do século XVIII Kultur torna-se usual na Alemanha, com diversos significados: liberdade de espírito frente aos preconceitos; distinção e fineza nas maneiras; estágio de evolução social, opondo-se à barbárie dos povos selvagens. Visava-se atingir a erudição, capaz de permitir os avanços científicos, mas também a habilidade na utilização dos instrumentos. O progresso material teria importância tanto quanto a evolução das ciências abstratas. As ideias de Kant assemelham-se ao pensamento de Herder e Schiller, sobretudo no sentido progressivo do aperfeiçoamento humano. Como a natureza teria atribuído o mínimo ao homem, haveria a escalada da existência singela à cultura, que se basearia no valor intrínseco do homem, seu valor social.

Somente com Goethe, cultura designa os traços distintivos de um povo determinado. Suas viagens oferecem uma nova visão de mundo, centrada na formação do homem interior, Bildung, onde discerne o indivíduo e seu meio, com o qual partilha hábitos comuns, gostos e formas de pensar. Aqui se constitui Kultur, ou seja, cultura no plural, distinguindo as sociedades por características específicas.

Mesmo os grandes contributos – cultura pessoal ou social – deixariam transparecer os traços culturais. A cultura da nação aparece, também, como legado, colocando a noção de herança e de acumulação histórica. Salientam-se as contribuições particularizadas dos diferentes grupos culturais, bem como a necessidade de transmissão dos saberes e objetos concebidos pela humanidade.

Ter-se-ia que esperar o século XIX para uma política mais sistemática de preservação do patrimônio material, mas também para o surgimento de uma disciplina, a antropologia, centrada sobre grupos humanos e sua diferenciação. Foi definida por TYLOR (1871) como um complexo que inclui conhecimento, crença, arte, moral, costumes e outros hábitos. A Unesco propõe-se, assim, a valorizar o sentido de cultura para fins societários, englobando as artes e as letras, os modos de vida, os direitos fundamentais, os sistemas de valores, as tradições e as crenças. Considera os traços distintivos espirituais e materiais, intelectuais e afetivos, propondo o aperfeiçoamento humano e cultural. Defende sociedades e grupos em ‘perigo’ de perda de identidades e especificidades. Desenha, assim, um projeto de sociedade, do qual fazem parte grupos heterogêneos, quando define o reconhecimento de valores sociais e culturais. O Brasil deveria dedicar atenção maior ao caráter amplo, mas preciso, do conceito e incorporá-lo ao debate de um projeto sócio-espacial, propiciado pelas paisagens culturais.

Para maiores informações

PIMENTA, Margareth de Castro Afeche. A Paisagem Cultural: múltiplas interpretações nas políticas de preservação. Revista Ateliê Geográfico, Vol.10, nº2, ago./2016. Disponível em <https://revistas.ufg.br/atelie/article/view/38054>

Margareth de Castro Afeche Pimenta é Arquiteta e Urbanista. Professora da Universidade Federal de Santa Catarina.

Patrimonio y paisaje en España y Portugal. De lo singular a lo territorial

Mª Isabel Martín Jiménez

La protección y conservación del patrimonio se hace, en un principio, a título individual y en relación con el arte, la naturaleza o la historia; es el monumento o el parque natural “per se”. Al valor singular se añaden pronto otras consideraciones y se van incorporando aspectos culturales hasta llegar al paisaje y al patrimonio territorial. En la actualidad, el patrimonio se asocia con la interacción entre el grupo humano y la naturaleza en un espacio determinado a lo largo del tiempo; es pues un “palimpsesto” que conserva las huellas de generaciones anteriores y sobre él ponemos nuevas letras que lo convierten en un recurso para el desarrollo territorial.

El patrimonio en las recomendaciones internacionales

De manera muy sintética podemos decir que se pasa del monumento al monumento histórico, del monumento histórico al conjunto histórico, y de ahí al patrimonio cultural y natural que desemboca en el paisaje cultural. Los textos emanados desde las instancias internacionales nos marcan este paso. La Carta de Atenas de 1931, de conservación de monumentos de Arte e Historia, centra sus esfuerzos en salvaguardar las obras maestras en las cuales la civilización ha encontrado su más alta expresión. La Carta de Venecia de 1964 considera al monumento asociado al ambiente urbano o paisajístico en el que se inserta e incorpora el significado cultural.

EL PATRIMONIO ES UN PALIMPSESTO SOBRE EL QUE PONEMOS NUEVAS LETRAS

En la Convención sobre la Protección del Patrimonio Mundial Cultural y Natural, auspiciada en 1972 por la UNESCO y celebrada en París, se establecen los principios del Patrimonio Mundial de la Humanidad en función tanto de los valores culturales como de los naturales, se acotan las categorías de monumentos, conjuntos y lugares y se da paso a la Lista del Patrimonio Mundial de la Humanidad. En 1992, el Comité de la Convención del Patrimonio Mundial añade al listado los paisajes culturales como “obras combinadas de la naturaleza y el hombre”

El Generalife, incluido como Bien cultural en la categoría de Monumento, junto con la Alhambra en la lista del Patrimonio Mundial en 1984 (Granada, España).
El Generalife, incluido como Bien cultural en la categoría de Monumento, junto con la Alhambra en la lista del Patrimonio Mundial en 1984 (Granada, España).
Viñedos cultivados en bancales en el Alto Douro Vinhateiro, considerados Paisaje Cultural Patrimonio de la Humanidad en 2001 (Portugal).

El patrimonio de España y de Portugal catalogado Patrimonio Mundial recoge en parte la evolución señalada. Primero se incorporaron monumentos culturales, como la Alhambra y el Generalife de Granada en 1984 o el Mosteiro da Batalha en 1983, y naturales: el Parque Nacional de Garajonay; después conjuntos como la Ciudad Vieja de Salamanca o el Centro Histórico de Guimarães y, con posterioridad en 2001, paisajes culturales como el de Aranjuez o el del Alto Douro Vinhateiro.

Las normativas nacionales de conservación del patrimonio

El devenir de las normas nacionales que protegen el patrimonio construido y el natural en España y en Portugal han ido de la mano, tanto en la secuencia como en la incorporación de las recomendaciones surgidas en el ámbito internacional. Primero se preocupan por el legado histórico y artístico de los pueblos que habitaron la Península Ibérica desde la prehistoria, y lo consideraron una riqueza; después se fueron sumando a las propuestas de la UNESCO, aunque en ambos países la legislación atiende de manera independiente los bienes culturales y los naturales.

DEL MONUMENTO ARTÍSTICO AL CONJUNTO HISTÓRICO

Y DE AHÍ AL PAISAJE CULTURAL

La preocupación por la salvaguarda de los bienes patrimoniales hunde sus raíces en el siglo XVIII y se vincula con las Reales Academias de la Historia, y en el caso de España también con la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, que instan a conservar y proteger los edificios histórico-artísticos. En este primer avance primaba el carácter monumental de la obra de arte y los aspectos históricos; con posterioridad se sucederán distintas declaraciones que incorporan, además, el “interés público” o el “valor para el municipio” entre los requisitos para que un bien sea catalogado como monumento, al tiempo que se señala la necesidad de proteger su entorno y, ya en la segunda mitad del siglo XX, se avanza en los aspectos culturales y en el paisaje. Los espacios naturales siguen un camino similar: primero se declaran espacios singulares como Parque Nacional, después se atiende a su valor y su representatividad.

Fruto de la evolución del concepto de patrimonio y de su concreción legislativa en los dos países ibéricos se ha protegido mayoritariamente monumentos, casi tres cuartas partes de los bienes clasificados, mientras que los conjuntos apenas representan el 10 por ciento. El patrimonio natural se asocia directamente con los Parques y la superficie reservada a los Paisajes Protegidos oscila entre el 2 por ciento en Portugal y el 3 por ciento en España del total catalogado.

Patrimonio, paisaje y ordenación del territorio, a modo de conclusión

La trayectoria de la protección y conservación de los bienes, tanto culturales como naturales, ha recorrido el camino que lleva desde la consideración singular a la relación con el tiempo y con el lugar en el que se asientan y a la valoración del paisaje; y al valor intrínseco se ha sumado el valor de uso, sobre todo para el turismo, que convierte al patrimonio en un recurso para el desarrollo de los territorios.

La sensibilidad por el patrimonio territorial, por su ordenación y gestión, aparece en las recomendaciones internacionales y en las políticas nacionales. El Convenio Europeo del Paisaje, firmado en Florencia en 2000 introduce la dimensión social del paisaje, considerado como un elemento de bienestar, y se avanza en la necesidad de una gestión y ordenación responsable más allá de la mera conservación. Las normas estatales y regionales siguen esa senda y consideran el patrimonio un objetivo prioritario para la ordenación del territorio. Se abre así una nueva puerta para el patrimonio territorial.

Para mayor información:

MARTÍN JIMÉNEZ, Mª Isabel. Patrimonio y paisaje en España y Portugal. Del valor singular a la integración territorial. En Boletín de la Asociación de Geógrafos Españoles, 2016, nº 71, p. 347-374. ISSN 0212–9426. Disponible en <http://www.age-geografia.es/ojs/index.php/bage/article/viewFile/2286/2181>

Mª Isabel Martín Jiménez es profesora del Departamento de Geografia de la Universidad de Salamanca (España). imaji@usal.es

El paisaje explicado y el sistema territorial

Vicente Bielza de Ory*.

André Humbert de la Universidad de Nancy, desde su privilegiada visión como aviador, en el capítulo tres de su reciente libro Le géographe et le tapis volant transitadel paisaje admirado al paisaje explicado, para intentar rehabilitar el paisaje, explicándolo en relación con el sistema territorial. En un libro homenaje a Humbert, Paysages lus du ciel, el que suscribe intentó precisar más lo afirmado por el homenajeado, en el sentido de que es el sistema territorial el que debe explicar el paisaje observado.

Precisamente el que no se planteara así, por parte de los seguidores de la New Geography, fue una de las causas de la fractura que se produjo en la segunda mitad del siglo XX dentro de la Geografía humana, cuando el éxito de la escuela alemana del landschaft, como recuerda Claval en su Histoire de la Géographie (1995), radicaba en la unión de los dos objetivos abiertos anteriormente por las corrientes científicas del XIX. La conclusión a la que llega este geógrafo francés, es que la geografía como ciencia sigue teniendo, aunque matizados, similares objetivos a los propuestos un siglo antes, que se traducen en el paisaje.

Paisaje, sistema y territorio son tres palabras clave de la investigación geográfica y también de la ordenación del territorio (OT), función pública que se ha revelado como una buena piedra de contraste para la aplicabilidad de las teorías geográficas. La experiencia de algunos geógrafos, al adentrarnos en el trabajo multidisciplinar que entraña la OT, es que los demás especialistas que abordan el territorio en sus elementos, lo que nos demandan son las relaciones entre los elementos de dicho sistema territorial, cuya delimitación –morfológica o funcional- es tarea del geógrafo y cuya expresión interdisciplinar debe ser cartográfica y matricial, lo que implica, por parte del geógrafo, el conocimiento de la teoría general de sistemas (T.G.S.). La falta de un buen entendimiento de dicha teoría, que exige una cierta formación matemática, es la que, en parte, condujo al pronto desánimo de algunos geógrafos latinos, iniciales entusiastas de la New. Los principales creadores sistémicos, como Christaller y Berry, contaban con una formación económico-matemática. Por otra parte, la Nueva Geografía, al priorizar los factores y procesos económicos, se alejó de la consideración de los naturales, sociales y culturales. Las matrices y los modelos se apoyaron en las leyes económicas, como los paisajes clásicos se habían sustentado en las de la naturaleza. Así se llegó a una nueva geografía sin paisajes, como afirma Humbert en su citado libro. Si la Nueva Geografía se hubiera apoyado en sistemas territoriales no tendría que haber dado la espalda a los paisajes, pero ello hubiera implicado que se hubieran investigado, junto con el subsistema de ciudades, otros subsistemas del territorio -ecológicos, sociales y culturales- que plantean un orden creciente de dificultad en su cuantificación.

Por los motivos antedichos y por otros la crisis de la New Geography ya se había producido en algunos países, cuando en 1973 se entró en la crisis del binomio economía-territorio, que trajo consigo cambios en su relación y en los sistemas urbanos. La adaptación de la Geografía a la situación post industrial se traduce, como subrayó H. Capel (Vol. 1,  Nº 1  de GEOTRÓPICO), en referencias más raras al sistema urbano, pero también habría que apuntar valiosas innovaciones, como los modelos dinámicos no lineales aplicados a sistemas urbanos por D. Pumain (l’Espace géographique, 1997). Sin embargo, sigue habiendo un déficit en el desarrollo del sistema territorial propiamente dicho, por la dificultad de la modelización ponderada e integrada de los distintos subsistemas más allá del urbano. Algo similar ocurre en la Ordenación del Territorio. El sistema de ciudades se encuentra en la base de la primera Directiva de la Stratégie Territoriale Européenne (Potsdam, 1999) que propone un sistema urbano policéntrico y equilibrado para alcanzar un desarrollo equilibrado y sostenible del territorio de la Unión Europea. Pero cuando se plantean los otros subsistemas no se resuelven de forma verdaderamente sistémica, ni se integran entre sí. Por otro lado, al año siguiente, el paisaje en cuanto objeto científico ha sido recuperado por la ordenación del territorio desde la Convención europea del paisaje celebrada en Florencia. Y ha entrado con tal fuerza que en el inmediato Congreso Internacional de OT (Zaragoza, 2003) todos los profesionales de la OT y especialmente los arquitectos se centraron en el paisaje. Es decir, que desde fuera de la Geografía, en el cambio de milenio, se nos han señalado como objetos centrales de la Ordenación del Territorio tanto el paisaje, como el sistema territorial, cuestionados en la ciencia que los descubrió. El error, por parte de muchos geógrafos fue contraponerlos, cuando el segundo supone la abstracción del primero, que es, a su vez, la expresión morfológica de los elementos del sistema y de su interconexión.

BIELZA DE ORY, V. « Du paysage admiré au paysage expliqué et le système territorial », pp. 209-226, in  Jean Pierre Husson et Michel Deshaies (dir.). Paysages lus du ciel. Hommages à André Humbert. PUIN-Éditions Universitaires de Lorraine. Nancy, 2015, 392 pp.

HUMBERT, A. : Le géographe et le tapis volant. Casa de Velázquez. Madrid, 2012, 187 pp.

* Vicente Bielza de Ory. Catedrático de Geografía Humana