Francia siempre ha sido una tierra de asilo, aunque existen distintas formas de interpretarlo. Michel Rocard, primer ministro socialista, llegó a decir: “Francia no puede albergar toda la miseria del mundo» afirmando, además, que unas 75.000 personas habían sido rechazadas en la frontera o reenviadas a sus países en 1988. Y, sin embargo, el Frente Nacional planteaba entonces la posibilidad de expulsar a todos los inmigrantes llegados desde 1974, fecha en que se cerraron las fronteras a la emigración, incluso a los que estuvieran legales. Y en el centro geográfico del problema, la capital de Francia, París, la Ciudad de la Luz, a la cual citó M. Rocard, diciendo que el problema de los concentrados en la Plaza de la Reunión de París (parecido a lo que ahora sucede) era, precisamente, porque sólo querían ser realojados en la capital. Ahora además este problema se concentra en el noreste, sobre todo en París XIX y sus zonas limítrofes. El porqué de este hecho, según una de las personas benevolentes con quien he hablado, es que ese distrito es más generoso y entre los Sin Domicilio Fijo (SDF) se pasan esta información.
Sea por lo que sea, los SDF han vivido aquí de dos formas. Una, la más mediática, los sitúa en los campamentos del Milenio (distrito XIX), los muelles del canal S. Martin (X) y la Puerta de la Chapelle (XVIII), alojados en tiendas de campaña. La otra manera de “vivir” ha sido la clásica del mendigo: con una manta y poco más han pernoctado hiciera frío o calor en un portal o simplemente en una trapa de metro al humor del calor que desprende. Los situados en los campamentos (más de 2.000 personas) fueron desalojados y reubicados, principalmente en albergues sociales con el apoyo de la alcaldesa de París. Antes de este desalojo dos migrantes habían muerto ahogados en el canal, el Milenio había sido puesto bajo vigilancia médica realizando test de tuberculosis, incluso sin haberse declarado ningún caso; otros efectos de esta situación han sido la tensión provocada por altercados y la aparición de la droga y de las ratas. Con todo lo que ello lleva consigo no sólo para la situación de los migrantes sino también para los vecinos.
Han llegado y llegan en masa como refugiados políticos y económicos, vienen huyendo de Iraq, Afganistán, Siria, Malí, Sudán, Eritrea, Somalia, del Magreb…, en fin, de las guerras o de la miseria. Hasta 550 cada semana se publicó el mes de abril. Los encargados de la “cosa pública” europea no llegan a ningún acuerdo siendo como es un asunto trascendental en el devenir del continente: por un lado está el grupo Visegrado (Polonia, Hungría, República Checa, Eslovaquia) que no están por la labor de acoger a estas personas, por otro el resto de países que tiene una visión más sensible con los desafortunados peregrinos. Al tiempo muchos migrantes sometidos al reglamento “Dublín II” (junio 2003), que postula que es el primer país de la Unión Europea en el que entra el peticionario de asilo donde debe ser instruido su expediente (allí se le toman también sus huellas digitales), esperan con ansiedad la reforma de la ley; recientemente se ha acordado que haya centros “controlados” dentro y fuera de la UE para regular las entradas pero el compromiso solidario depende de la buena voluntad de cada país.
Estas diferencias de criterio no sólo suceden entre países, también en el interior del país y en el mismo partido, como sucede en Francia. Y es que este tema supera la disciplina de voto, será porque es tan sensible que toca las fibras sensibles más íntimas de los políticos. No voy a entrar en el trabajo de las ONGs, partidos, prensa y la gente en general, que daría para mucho, únicamente he de nombrar la votación de la ley de asilo-inmigración en la Asamblea Nacional presentada por el partido mayoritario en el poder (La République en Marche, el 22 de abril pasado). De los 312 diputados que tiene, 203 votaron a favor, 17 se abstuvieron y 1 en contra, pero la sorpresa fue que 91 no tomaron parte en la votación, simplemente porque no acudieron al parlamento en una señal inequívoca de que no quisieron refrendar con su voto una ley que en algunos puntos iba contra su conciencia. La ley pasó al Senado pero ahí queda el detalle y el aviso al gobierno.
Lo dicho también puede aplicarse a la cantidad inmensa de SDF que solos, de dos en dos o en pequeños grupos pululan por las calles, en algunas es difícil no toparse con alguno de vez en cuando. Están echados en el suelo o en un banco, beben, se les da dinero o alimentos, son como una extensión de los campamentos aludidos, van además por libre, son reacios a ir a los comedores sociales y a los albergues, prefieren la “libertad” que les da el no someterse a ningún mandato establecido y no parece que quieran aspirar a nada sino a “vivir” en un portal o en una entrada de garaje, donde pueden reunirse hasta ocho tanto en la canícula como con temperaturas bajo cero y allí tienen sus “habitaciones”, “comedor”, “servicios”, “calefacción”, “ropa”, “papeles”, “botiquín”… No muy lejos, el vecino tiene la calefacción puesta, suena el Whatsapp…, pero también piensa en la mirada que ha puesto uno de Sri Lanka cuando tras venir del cine se han saludado (¿buenas noches?), y se ha visto inmerso en esos ojos dispersos. Si toda comparación es odiosa, ésta, con diferencia, lo es muchísimo más, forma parte del paisaje del noreste de la Ciudad de La Luz, donde cerca de 500 SDF, tras los desalojos, siguen deambulando a la espera de que la policía levante la vigilancia para volver a plantar tiendas.
Para mayor información:
Dossier de L’Obs “LES MIGRANTS ET NOUS” (cahier numéro un de l’édition n.º 2799 du 28 juin au 4 juillet 2018) donde, además, se citan libros relacionados con el tema, entre los cuales:
DUMMET, Michael. Sobre inmigración y refugiados. Madrid, Cátedra, 2004.
NAÏR, Sami. Refugiados, frente a la catástrofe humanitaria, una solución real. Editorial Crítica, 2016.
Fernando Martín Polo es Doctor en Geografía Humana por la Universidad de Barcelona.