El chopo de ribera, identidad del paisaje turolense

Tronzados por el viento, los aludes o el diente del castor diversas especies de árboles son capaces de rebrotar desde la parte superior del tronco. Se activan entonces las yemas durmientes situadas bajo la corteza y se producen unas ramas de similar edad y dimensiones que surgen a una misma altura. Se forman así los árboles trasmochos naturales.

El conocimiento de esta capacidad ha permitido al ser humano, primero obtener trasmochos a partir de chopos bravíos y, después, mediante la poda de la totalidad de las ramas (escamonda), procurarse madera, leña o forraje. Esta técnica de gestión forestal lleva aplicándose desde el Neolítico en ambientes con densas poblaciones de animales ungulados domésticos o salvajes; al resultar inaccesibles al diente de estos herbívoros los jóvenes brotes, se garantiza el futuro de los árboles.

Chopo: árbol modesto

Desde el Medievo, ante la creciente demanda de tierras de cultivo y de pastos, estos árboles se han ido extendiendo por Europa, conforme retrocedían los bosques primigenios. Hayas, robles, arces, abedules, fresnos, carpes, chopos o sauces trasmochos forman, desde entonces, parte de los paisajes rurales, desde Escandinavia hasta el Mediterráneo, desde las islas Británicas hasta Anatolia. Y también de los paisajes del sur de Aragón.

La orientación de la economía agraria hacia la producción de lana y el crecimiento demográfico desde la baja Edad Media, fomentaron la deforestación y el desarrollo de dehesas en las riberas de la cordillera Ibérica. Estas formaciones arbóreas se manejaban favoreciendo a ciertas especies autóctonas de árboles (chopo y sauce) que eran manejadas mediante la escamonda para proveer madera de obra, forraje y combustible en unos entornos intensamente aprovechados. Es el origen de las arboledas de álamo negro trasmocho de los valles del Alfambra, Guadalope, Aguas Vivas, Pancrudo, Martín, Jiloca, Jalón o Huecha. Es decir, de los chopos cabeceros, también conocidos como camochos, mochones o chopas. Es, pues, un cultivo de un árbol autóctono singularmente gestionado mediante una técnica ancestral.

La mayoría de las antiguas casas, graneros o parideras tenían vigas de chopo cabecero. Aún puede verse en la actualidad. Su producción, importante en la economía de muchos pueblos, tuvo su expresión en el paisaje rural en forma de dehesas o líneas de álamos trasmochos que se extendían continuamente por el fondo de los valles de la cordillera Ibérica aragonesa.

El chopo es una especie común en Europa. No es raro encontrar ejemplares trasmochos diseminados entre las campiñas y las montañas. Sin embargo, el paisaje constituido por las choperas de cabeceros de las comarcas turolenses es algo completamente original y característico de este territorio. Algo que lo identifica y lo diferencia.

Son, además, los únicos árboles en amplios territorios profundamente deforestados. Largas arboledas de chopos cabeceros recorren las estrechas vegas que surcan los secanos y pastizales de estas tierras altas, que funcionan como alargados oasis.

La escamonda adelanta la aparición de rasgos seniles en los árboles pero, si se mantiene en el tiempo mediante turnos regulares, permite que se hagan mucho más longevos que si no hubieran sido podados. Se forman unos característicos árboles de gruesos troncos y tortuosas cabezas en la cruz de donde surgen las rectas ramas conocidas como vigas. Estos chopos cabeceros, que por su forma recuerdan a los candelabros, suelen ser árboles viejos, muchos de ellos centenarios.

Los árboles viejos, en general, desempeñan importantes funciones ecológicas. Presentan huecos y grietas en los que se alojan numerosas especies de animales, ofrecen soporte físico sobre el que crecen líquenes y plantas epífitas y, sobre todo, madera muerta que mantiene a una compleja comunidad de hongos e insectos, algunos de los cuales son especies amenazadas. Son importantes para conservar la biodiversidad.

Actualmente, los árboles viejos son escasos en los campos y bosques europeos tras décadas de políticas forestales que han propiciado su eliminación. Las choperas de cabeceros forman agrosistemas de gran interés y originalidad.

El cuidado y el aprovechamiento del chopo cabecero reúnen trabajos complejos y difíciles que requieren un alto conocimiento del árbol. Conforman un saber popular forjado durante siglos y que constituye un tesoro etnobotánico: un patrimonio inmaterial.

Mientras tanto, los cambios en los sistemas productivos, el éxodo rural y la intensificación agraria de las últimas décadas han provocado la crisis de este aprovechamiento agroforestal secular. Auspiciadas por las administraciones, se han realizado masivas talas para implantar cultivos de chopos canadienses, limpieza de cauces, concentraciones parcelarias o construcción de embalses que han provocado su desaparición de los chopos cabeceros en muchos kilómetros de las riberas turolenses. Sin embargo, su mayor problema es el abandono de la escamonda, pues los árboles pierden su vigor y el creciente peso de las vigas inestabiliza el sistema ocasionando el desgaje de las ramas y de los troncos.

El valor histórico, paisajístico, ecológico y cultural de los chopos cabeceros ha pasado desapercibido a la sociedad actual, tanto a la que vive en el medio rural inmediato, como a la que lo hace en las ciudades, que prácticamente desconoce casi todo sobre ellos. Esta última, además, arrastra algunas arraigadas ideas preconcebidas que dificultan el aprecio de estos árboles y de estos paisajes.

El chopo, por su rápido ritmo de crecimiento y por tener madera más blanda, ha sido una especie relegada ante árboles como robles y hayas, que gozan de un mayor “prestigio” y reconocimiento.

Los paisajes agrícolas y ganaderos de las tierras altas de Teruel, a pesar de su austera belleza y su rica cultura, no consiguen atraer el interés de un público urbano fascinado por la espectacularidad de los paisajes alpinos del Pirineo. Incluso en el propio territorio, han pasado desapercibido ante los de las montañas pinariegas de Gúdar o de Albarracín.

La recuperación de un paisaje

Sin embargo, en la última década algo está cambiando. En estos años el Centro de Estudios del Jiloca ha desarrollado una intensa actividad investigadora y divulgadora que está dando sus frutos. La edición de libro El chopo cabecero en el sur de Aragón. La identidad de un paisaje fue un primer paso. Más de cuarenta conferencias han sido impartidas, tanto en congresos internacionales como en jornadas culturales de pequeños pueblos. Decenas de artículos han sido publicados en revistas técnicas o en boletines culturales locales.

El “Manifiesto por la conservación del chopo cabecero” ha sido respaldado por más de 150 investigadores, 50 asociaciones, 14 ayuntamientos y cientos de particulares. La página www.chopocabecero.es ofrece documentación actualizada, recibiendo más de 200 visitas diarias. Así mismo, también han sido numerosas las participaciones realizadas en programas de televisión, radio y en los periódicos.

Pero sin duda, la actividad que más ha contribuido a fomentar el interés social por los álamos trasmochos ha sido la organización de la “Fiesta del Chopo Cabecero”. Comenzó en 2009 en Aguilar del Alfambra, siendo celebrada en las siguientes ediciones en Torre los Negros, Valdeconejos, Ejulve, Cuencabuena-Lechago y Badules.

Es una fiesta con carácter itinerante para llegar a más localidades, a más personas. Se celebra entre octubre y noviembre, para disfrutar de los amables paisajes otoñales turolenses. Cada año tiene un enfoque: el paisaje, la vida silvestre, la etnobotánica, el arte… Y que está sirviendo para incentivar otras iniciativas que favorecen la conservación y el conocimiento de estos viejos árboles. Desde asociaciones culturales que inventarían los chopos cabeceros de su localidad a las que introducen la escamonda de árboles en las jornadas culturales, a los ayuntamientos que promueven el aprovechamiento –y rejuvenecimiento- de los árboles en sus términos municipales o la creación de rutas senderistas para su aprovechamiento turístico.

De todas ellas, querríamos destacar la apertura del Aula de la Naturaleza dedicada al chopo cabecero en Aguilar del Alfambra, un recurso educativo que promueve el aprendizaje de las ciencias. Y, el proyecto de Parque Cultural del Chopo Cabecero del Alto Alfambra auspiciado por ocho ayuntamientos que pretende conservar un patrimonio natural, cultural y paisajístico, así como generar expectativas de futuro para los pueblos de la zona.

Para mayor información:

JAIME LORÉN, Chabier de; HERRERO LOMA, Fernando. El chopo cabecero en el sur de Aragón. La identidad de un paisaje. Teruel, Fundación “la Caixa”, Patrimonio artístico, 3, 2007. 191 p.

Chabier de Jaime Lorén. Instituto de Bachillerato “Valle del Jiloca” (Calamocha, Teruel).

EL PAISAJE CONSTITUIDO POR LAS CHOPERAS DE CABECEROS DE LAS COMARCAS TUROLENSES ES ALGO COMPLETAMENTE ORIGINAL Y CARACTERÍSTICO DE ESTE TERRITORIO. ALGO QUE LO IDENTIFICA Y LO DIFERENCIA.

LARGAS ARBOLEDAS DE CHOPOS CABECEROS RECORREN LAS ESTRECHAS VEGAS QUE SURCAN LOS SECANOS Y PASTIZALES DE LAS TIERRAS ALTAS DE TERUEL, QUE FUNCIONAN COMO ALARGADOS OASIS.