Cultura, paisaje y patrimonio: la Sierra de Guadarrama (Segovia)

Luis Carlos Martínez Fernández*

La Sierra de Guadarrama (Segovia) es un territorio construido socialmente. Es el producto de un modelo de explotación secular de los recursos que ofrecía el espacio físico: desde el piedemonte hasta el “alto de la sierra”; toda una sucesión de ambientes “escalonados” que han destacado históricamente por su importante función como elementos plenamente incorporados al sistema de aprovechamiento ganadero y forestal. Es así como los paisajes serranos, compuestos de herencias diversas y superpuestas, otorgan al territorio su auténtica dimensión cultural.

El espacio de estudio se inscribe en la vertiente septentrional –o segoviana- del Guadarrama. Comprende los actuales municipios de Casla, Prádena, Arcones, Matabuena, Gallegos, Aldealengua de Pedraza, Navafría, Torre Val de San Pedro, Santiuste de Pedraza, Collado Hermoso, Sotosalbos, Santo Domingo de Pirón y Basardilla. Términos, todos ellos, que han articulado, de siempre, sus espacios productivos entre los altos macizos serranos y las peanas de piedemonte sobre las que se asientan.

El Guadarrama segoviano.
El Guadarrama segoviano.

El Guadarrama segoviano es una construcción territorial en la que adquiere protagonismo el entramado paisajístico resultante de la combinación de los procesos y prácticas sociales que se han ido sucediendo históricamente. Y sus paisajes son una suerte de imágenes de la cultura tradicional, más ganaderas o más forestales, con más huellas del pasado o más señales de abandono o de transformación.

Sobre el “escalón” basal del conjunto serrano, las entidades de población surgidas en las fases históricas de crecimiento poblacional representarían, según la terminología académica, un típico modelo de poblamiento rural concentrado de carácter plurinuclear. Su localización siempre obedece a un mismo criterio de valoración de los elementos naturales del territorio: la proximidad a los espacios dotados de una mayor humedad.

En torno al poblamiento, los “campos cercados” continúan representando lo más sustancial del paisaje. Extensas áreas de prados cercados se desparraman como una primera aureola externa, a veces muy dilatada y diseminada, de los núcleos de población. Con todo, estos “campos cercados” alternan cada vez más con un entorno pastoril abierto que es la clara expresión del abandono y la degradación de la cultura ganadera en la actualidad. Frente a los “campos cercados”, los abertales son el signo de la expansión creciente de eriales, matorrales y rastrojeras. La seña inequívoca del declive de una actividad secular.

La trama del paisaje: el mosaico de usos del suelo.
La trama del paisaje: el mosaico de usos del suelo.

A partir de los 1.200 metros de altitud en las rampas más elevadas al contacto con las partes bajas de las laderas se entra de lleno en el dominio del robledal. El rebollo es el árbol más característico de las faldas serranas, por las que se extiende, o debiera extenderse, sería más correcto decir, ininterrumpidamente. La fisonomía más habitual para los robledales serranos es la del monte bajo o medio, fruto del resultado del aprovechamiento tradicional de estas “matas” desde la Baja Edad Media para leñas, carbón y pasto.

En la hipotética catena altitudinal, los pinos suceden al roble desde las partes medias de las laderas (sobre el teórico umbral de los 1.600 metros de altitud), en una franja de transición ecológica en la que suelen mezclarse ambas especies dependiendo de las condiciones del medio; y pueden llegar a alcanzar, en ocasiones, hasta las mismas “cimeras” serranas, si bien en pies solitarios con aspectos muy desvitalizados. Pero es el “orden” cultural, es decir, el ordenamiento de la mano del hombre el que en mayor medida ha incidido en la actual distribución del pinar. En menor proporción que sobre los encinares o robledales, pero también sobre los pinares, las talas, quemas, “rozas”, los “rompimientos”, en definitiva, han asistido para la apertura en tiempos de “rasos” y “alijares”, constriñendo, de esta manera, la masa forestal. Sin embargo, aún más frecuentes históricamente, por ser los montes de pinos considerados como un recurso estratégico tradicional, han sido las sistemáticas plantaciones a que diera lugar la explotación de la madera en los enclaves más apetitosos desde tiempo medieval.

Al “escalón” del piedemonte y al más inclinado de las laderas les sucede, finalmente, el del “alto de la sierra”. Una verdadera “encimera” de cumbres aplanadas y de suaves lomas empero que raramente desciende de los 1.800 metros de altitud. Sobre ella, las diferentes majadas en que se organizaban los puertos tradicionalmente constituían las unidades básicas a partir de las cuales proceder ordenadamente a la valoración y el disfrute de la variedad de ambientes pratenses.

El paisaje es la imagen del territorio, el producto de la intervención profunda de la que ha sido objeto la naturaleza serrana como resultado de la utilización social de sus recursos durante siglos. El paisaje del Guadarrama segoviano es, en definitiva, la herencia de una evolución cultural, representando por ello mismo un recurso territorial de primer orden en base a su incipiente patrimonialización.

Para mayor información:

MARTÍNEZ FERNÁNDEZ, Luis Carlos; MOLINA DE LA TORRE, Ignacio. Cultura y paisaje a la “Vera de la Sierra”. La construcción territorial del Guadarrama segoviano. Boletín de la Asociación de Geógrafos Españoles, 73, p. 313-341, 2017. Disponible en <http://www.age-geografia.es/ojs/index.php/bage/article/viewFile/2420/2274>. [ISSN: 0212-9426].

*Luis Carlos Martínez Fernández es Profesor Titular de Universidad de Análisis Geográfico Regional en el Departamento de Geografía de la Universidad de Valladolid.

En busca de la identidad catalana en la Época Moderna: historiografía y cultura

Xavier Baró i Queralt*

Uno de los temas más recurrentes en el discurso historiográfico catalán a lo largo de la Edad Moderna fue el estudio de la propia identidad, sobre todo el encaje entre esta identidad propia y la inmensa Monarquía Hispánica, de dimensiones ciertamente planetarias, como ha destacado Serge Gruzinski. El estudio de la evolución del discurso historiográfico catalán, desde las primeras muestras de la Época Moderna hasta los primeros escenarios de la contemporaneidad, puede dar pistas sobre cuáles eran los rasgos identitarios más destacados por los autores catalanes de ese período histórico.

Tradicionalmente, sin embargo, la historiografía catalana de la Época Moderna había sido menospreciada por los especialistas, porque se consideraba que no constituía más que un apéndice sin importancia de la historiografía medieval. Ahora bien, los últimos estudios, centrados directamente en la lectura y contextualización de las fuentes primarias, han puesto de manifiesto la importancia de esta historiografía. Tal y como afirmó el historiador francés Charles-Olivier Carbonell, la historiografía sigue a la historia, y sin duda alguna la historiografía de la Época Moderna catalana es imprescindible para entender mejor el pasado catalán de esos siglos. Nuestra propuesta pretende revisitar, pues, la historiografía barroca e ilustrada catalana.

Para llevar a cabo tal propósito es necesario acercarse a las fuentes primarias y, sobre todo, presentar las características más destacadas de la historiografía catalana de la Época Moderna, que pueden resumirse en las siguientes: la confesionalización católica contrarreformista (no en vano Andreu Bosc se sentía orgulloso de que los catalanes “podan blasonar no sols de les primicies de la Christiandat de Espanya, com està provat; però també del principi que·s rebé la Santa Inquisició en tota Espanya, foren los primers, los de Cathalunya, Rosselló y Cerdanya, ells foren els primers inquisidors de Espanya ja de l’any 1232”); las aportaciones individuales de cronistas como Jeroni Pujades, Esteve de Corbera, Manuel Marcillo o Narcís Feliu de la Penya, en su intento por elaborar una historia completa del Principado; la cesura que supusieron los dos principales conflictos armados (Guerra de los Segadores, Guerra de Sucesión), que dejaron textos de valor historiográfico desigual, pero que reflejan hasta qué punto se combatía tanto con la pluma como con la espada. Sin duda, en contextos bélicos el lenguaje se torna mucho más violento, y el político José Patiño no duda en afirmar que los catalanes son “aficionadísimos a todo género de armas, prontos a la cólera, rijosos y vengativos, que siempre se debe recelar de ellos, aguardan coyuntura para sacudir el yugo de la justicia, son muy interesados”.

Resulta también imprescindible tener presente la permanente reivindicación de un pasado glorioso (incluso sobre la expedición de los almogávares en el Imperio Bizantino, tan bien trazada por Francisco (o Francesc) de Montcada) e, incluso, la reflexión teórica sobre el oficio del historiador. Las cartas de Esteve de Corbera constituyen un fiel reflejo de la tarea del historiador barroco.

Todas estas características también se dejan sentir en el Siglo de las Luces, en el que sobresalió la escuela historiográfica vinculada al monasterio de Bellpuig de les Avellanes, de carácter erudito, o las aportaciones de la Universidad de Cervera, que reflejan la mediocridad cultural de una universidad apartada de los centros culturales de Barcelona. No en vano, el valenciano Gregorio Mayans afirmó taxativamente: “Cataluña no será sabia hasta que la Universidad se restituya en Barcelona”. Pero tras la victoria en el campo de batalla de la mano de Felipe V, el panorama en la segunda mitad del siglo XVIII era ya muy diferente al de los tiempos del Renacimiento y del Barroco, y Antonio de Capmany, nacido en Cataluña y fiel representante de la ilustración española, veía la lengua catalana como un “idioma antiguo provincial muerto para la república de las letras”.

En cualquier caso, iniciándose ya la época contemporánea, en la primera mitad del siglo XIX, el filósofo Jaume Balmes aún se preguntaba: ¿Hay en España verdadera nacionalidad? ¿Sí o no? ¿En qué consiste, sus causas, sus indicios? He aquí apuntado el objeto de una extensa obra”. La cuestión de la identidad catalana, pues, aún no se había resuelto.

Frase destacada

Iniciándose ya la época contemporánea, Jaume Balmes aún se preguntaba: ¿Hay en España verdadera nacionalidad? ¿Sí o no? ¿En qué consiste, sus causas, sus indicios? He aquí apuntado el objeto de una extensa obra”. La cuestión de la identidad catalana, pues, aún no se había resuelto.

Para mayor infor­ma­ción

 BARÓ i QUERALT, Xavier. L’escriptura de la història i la identitat catalana: de Jeroni Pujades (1568-1635) a Antoni de Capmany (1742-1813). Biblio 3W. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales. [En línea]. Barcelona: Universidad de Barcelona, 25 de septiembre de 2016, Vol. XXI, nº 1.172.

<http://www.ub.es/geocrit/b3w-1172.pdf>. [ISSN 1138-9796].

* Xavier Baró i Queralt es pro­fe­sor de la Uni­ver­si­dad Internacional de Cataluña.