Por Maria Ojuel*
El año 1899, el Ayuntamiento de Barcelona instauró un premio para el mejor edificio público o privado construido en la ciudad en el año precedente. A partir del 1902 se otorgó también a los mejores locales comerciales. Este premio –conocido en la época como “Concurso anual de edificios y establecimientos urbanos”- tuvo lugar, con algunas interrupciones, hasta el año 1930. En total, alrededor de sesenta edificios y locales fueron premiados, buena parte de ellos coincidiendo con el período álgido del Modernismo, época en que la distinción gozará de gran prestigio, y otros tantos obtuvieron premios menores.
Los edificios premiados
Desde el primer edificio premiado, la Casa Calvet, hasta la Fábrica Myrurgia, uno de los últimos, el concurso municipal evoluciona al tiempo que la arquitectura de la ciudad. La iniciativa fomentó, sin duda, la construcción arquitectónica y el diseño entre el cambio de era y el primer tercio del siglo XX, de la misma manera que las coetáneas Exposiciones de Bellas Artes e Industrias Artísticas, también promovidas por el Ayuntamiento, lo hicieron con relación a las artes plásticas.
Fruto de un trabajo de investigación en los archivos municipales, se pudo revisar el catálogo de los inmuebles y locales premiados, que resulta de utilidad para estudiar la evolución de la arquitectura barcelonesa durante los treinta años en que se convocó el concurso. A su vez, nos permite interpretar la trayectoria del concurso a la luz de las grandes líneas del debate arquitectónico de la época y, en especial, conocer los criterios “oficiales” sobre estética de fachadas y sobre aspectos estilísticos, tipológicos, estructurales y decorativos, ya que la documentación no solo nos aporta información sobre los edificios premiados, sino también sobre los que fueron descartados.
Los arquitectos más premiados fueron Lluís Domènech i Montaner y Enric Sagnier, seguidos de Joan Rubió i Bellver. En cambio, Antoni Gaudí, premiado en la primera edición, no recibió más galardones. Así pues, el jurado, compuesto por arquitectos, se movió entre la preferencia por un modernismo “moderado” y el eclecticismo propio de la época. A diferencia de concursos coetáneos en otras ciudades europeas, centrados solo en las fachadas de viviendas, la variedad de tipologías premiadas en el de Barcelona nos permite concluir que fueron galardonados aquellos edificios mejor adaptados a la función que habían de cumplir y no únicamente por su solución externa.
Las placas conmemorativas del premio son aún visibles en la fachada o el interior de los edificios premiados como, por ejemplo, el Palau de la Música, la Fábrica Casaramona o la Torre de las Aguas del Tibidabo, si bien tres de los inmuebles de la lista no han sobrevivido.
Placa el premio, diseñada por Andreu Aleu y Bonaventura Bassegoda (foto de la autora).
Los locales comerciales premiados
En el caso de los comercios, se premiaron locales de ocio y restauración (bares, cines, hoteles…), pero también de venta, despacho, laboratorio, taller o almacén de productos (joyerías, farmacias, tiendas de objetos artísticos, sanitarios o de alimentación, etc.). En esta modalidad, el jurado tuvo en cuenta la fachada, el aparador y el interiorismo, que incluye la distribución de los espacios interiores, el mobiliario y la decoración. En el catálogo de premios, encontramos una lista exhaustiva de los locales modernistas más emblemáticos, especialmente de la segunda y tercera décadas del siglo XX; una decoración original e innovadora formaba parte de la estrategia e imagen comercial. Sin embargo, el premio no fue garantía de su conservación: los cambios de negocio y de moda pasaron por delante de los criterios conservacionistas. De la veintena larga de locales premiados, solo subsiste la Fonda España y otros dos establecimientos, parcialmente transformados.
En definitiva, estudiar la trayectoria del concurso nos permite conocer no solo la evolución de la arquitectura barcelonesa sino también cómo los arquitectos “piensan” la ciudad, en una época en que ésta experimenta un gran crecimiento. Después de un largo paréntesis, la creación, en el año 1958, de los premios FAD, supondrá en cierta manera la continuación del espíritu de aquel concurso hasta hoy, si bien la conservación de las tiendas históricas continúa siendo una asignatura pendiente de Barcelona, con la consiguiente pérdida de personalidad y de testimonios patrimoniales relevantes de la historia urbana.
Para mayor información:
OJUEL, Maria. El concurs municipal d’arquitectura i decoració de Barceclona (1899-1930). Matèria. Revista d’Art: Iconografies, 6-7, 2006-2007, p. 257-284. Disponible en:
http://www.raco.cat/index.php/Materia/article/viewFile/124167/172124
LÓPEZ, Fàtima y OJUEL, Maria. Les farmàcies de Barcelona premiades (1902-1930), L’Avenç, 347, junio de 2009, p. 50-55.
*Maria Ojuel Solsona es catedrática de Geografía e Historia en la enseñanza secundaria y colaboradora del GRACMON (Grup de Recerca en Història de l’Art i del Disseny Contemporanis) de la Universitat de Barcelona.