UNA “NUEVA BARCELONA” EN EL DANUBIO FUE EL REFUGIO DE LOS EXILIADOS DE OTRA GUERRA CIVIL

Agustí Alcoberro*

Las enfermedades endémicas se cebaron sobre los colonos. La población, formada por unas 800 personas, se redujo a la mitad en tan sólo unos meses. La mayoría reemigró a Viena o Buda en los años siguientes.

Hoy la Nueva Barcelona es Zrenjanin, la ciudad más importante del Banato serbio, con unos 80.000 habitantes.

Ahora que la región de los Balcanes se convierte en antesala de Europa para los refugiados de la guerra civil de Siria, será bueno recordar el papel que ejerció aquella zona hace ya tres cientos años. En concreto, hablamos de la fundación, y del fracaso, de una colonia formada por los exiliados de la Guerra de Sucesión de España (1702-1714). La ciudad se ubicó en el Banato de Temesvar y se llamó Nueva Barcelona. La región mantiene hoy un aspecto abiertamente plurinacional, de encrucijada de caminos, y el recuerdo de la ciudad de los exiliados continúa vivo.

El Banato de Temesvar es una región natural delimitada por los ríos Danubio, Tisza y Mures. Constituyó también una unidad política, con capital en la actual Timisoara, hasta el final de la I Guerra Mundial. Entonces, esta región de la gran llanura panona fue dividida entre Rumanía y Serbia. Tan sólo una pequeña franja septentrional, alrededor de Szeged, correspondió a Hungría.

Obviamente, los Estados contemporáneos han fomentado la división del territorio, a través de redes de comunicación que se ignoran entre sí, cuando no se dan abiertamente la espalda. Las fronteras, ubicadas en espacios extremadamente planos, pretenden romper una tozuda continuidad natural. Los trámites burocráticos se han complicado tras las recientes guerras balcánicas y con la incorporación de Rumanía y Hungría a la Unión Europea. Pero no son, en general, demasiado prolijos ni exhaustivos.

A una y otra parte de los límites territoriales de los Estados se impone una notable diversidad cultural y lingüística. Tanto en el área rumana como en la serbia, las señales de tráfico están escritas en cuatro lenguas: las oficiales de ambos estados, más el alemán y el húngaro. En Timisoara, los adolescentes o sus padres pueden escoger entre los institutos de secundaria rumanos, germánicos o magiares, y los espectadores pueden asistir a funciones teatrales en las tres lenguas. La región del Banato serbio, la Voivodina, tiene hasta seis idiomas oficiales.

Tras la caída del Muro de Berlín, muchos de los miembros de la minoría alemana del Banato emigraron a la RFA. En los últimos años una parte de los húngaros de Rumanía se han desplazado a Hungría. En la Universidad de Szeged ha aumentado también la presencia de estudiantes con pasaporte serbio de lengua y cultura magiares. Sin embargo, aunque en todas partes es constatable una tendencia a la uniformización, el Banato continúa siendo un espacio heterogéneo desde el punto de vista humano.

Las razones históricas de esta realidad social nos llevan al Tratado de Passarowitz de 1718, que puso fin a la III Guerra Turca. El Banato de Temesvar fue incorporado a la llamada Frontera Militar de la monarquía de los Habsburgo, un espacio gestionado directamente desde Viena por el Consejo de Guerra (Kriegsrat) y la Cámara Imperial (Hofkammer). Esta institución fomentó a partir de la década de 1720 la repoblación de un territorio con grandes posibilidades agrícolas, pero por entonces con graves problemas sanitarios a causa de la amplia presencia de zonas pantanosas donde el paludismo era una enfermedad endémica.

La colonización, tutelada desde el Estado, fue protagonizada por parejas de campesinos jóvenes, a quienes se les concedieron tierras y medios para iniciar sus tareas. El conde Claude Mercy-Argenteau, gobernador del Banato, se hizo cargo del proyecto, que incluía la construcción de nuevas ciudades o colonias homogéneas desde el punto de vista étnico. Los nuevos pobladores, germánicos y también magiares, se distribuyeron en un complicado tablero de ajedrez donde ya residían rumanos, serbios, rutenos y otros colectivos.

Y desde 1735 también fueron a parar allí algunos centenares de exiliados de la Guerra de Sucesión de España. Aquella había sido sin duda la primera guerra civil peninsular (además de un conflicto de carácter mundial, con repercusiones en las dos Américas y en Asia). El éxodo que la siguió afectó a unas 30.000 personas, que constituyeron el primer exilio político hispánico. Aproximadamente la mitad de ellos eran catalanes; el resto (valencianos, aragoneses, castellanos) se habían refugiado en Barcelona en los últimos compases de la contienda. Los exiliados se desplazaron a tierras del emperador Carlos VI, el Carlos III de sus seguidores hispánicos. Muchos de ellos se establecieron en Nápoles o Milán, estados incorporados a los dominios de los Habsburgo por la Paz de Rastadt (1714). Los más afortunados se instalaron en Viena, donde construyeron espacios de sociabilidad y de socorro, como el Hospital de Españoles con su iglesia de la Merced o el Monasterio de Montserrat de Viena.

Aquel mundo sucumbió tras la ocupación borbónica de Nápoles en 1734. Muchos exiliados que se habían establecido allí veinte años atrás tuvieron que trasladarse entonces a Viena, donde generaron una crisis humanitaria. En aquel contexto, la administración imperial miró hacia el Banato. La reemigración de exiliados hispánicos hacia aquellas tierras de frontera se inició ya en la primavera de 1735. Los exiliados llamaron Nueva Barcelona a la colonia que les fue adjudicada.

Sin embargo, la historia de la nueva ciudad fue breve y cruel. Los exiliados, algunos de edades avanzadas y todos sin experiencia como agricultores, no respondían precisamente el modelo de colono enviado a abrir nuevas tierras. Las enfermedades endémicas se cebaron sobre los colonos. La población, formada por unas 800 personas, se redujo a la mitad en tan sólo unos meses. La mayoría reemigró a Viena o Buda en los años siguientes. Hoy la Nueva Barcelona es Zrenjanin, la ciudad más importante del Banato serbio, con unos 80.000 habitantes. De aquella fundación difícil sólo quedan algunos recuerdos conservados en el Museo Nacional y en el archivo del obispado católico – además de la magnífica documentación que custodia el Hofkammerarchiv de Viena.

Para mayor información:

Alcoberro, Agustí: La “Nova Barcelona” del Danubi (1735-1738). La ciutat dels exiliats de la Guerra de Successió. Barcelona: Rafael Dalmau ed., 2011

Alcoberro, Agustí: El primer gran exilio político hispánico: el exilio austracista. In Albareda, Joaquim (ed.): El declive de la monarquía y del imperio español. Los tratados de Utrecht (1713-1714). Barcelona: Crítica, 2015, p. 173-224

*Agustí Alcoberro es profesor de Historia Moderna en la Universidad de Barcelona

¿Por qué no saben argumentar los estudiantes sobre los problemas históricos?

Aprender a argumentar es una capacidad presente entre las finalidades educativas enunciadas por la legislación (2007) que cobra relevancia en la formación de ciudadanos críticos. En el ámbito de las ciencias sociales, la competencia en argumentación tiene un papel central en tanto que permite el manejo de las fuentes documentales, la elaboración de interpretaciones propias y el desarrollo de actitudes críticas desde el reconocimiento de problemas. Sin embargo, es frecuente observar en nuestras aulas que los estudiantes muestran dificultades para elaborar argumentos razonados y juicios históricos. Así pues, aproximarse al currículum vigente y los libros de texto se hace indispensable para encontrar las posibles mejoras en el tratamiento didáctico de la argumentación.

El problema de la secuencia temporal cronológica.

Tanto el currículum como su concreción, el libro de texto, toman la ordenación cronológica como criterio didáctico organizativo. Se trata de un criterio que facilita la secuenciación de los contenidos al marcar períodos claramente delimitados por fechas singulares que corresponden a acontecimientos excepcionales. Sin embargo, al agruparse en cada período procesos de duraciones distintas que en realidad tienen principios y finales confusos, el alumno no tiene en cuenta los avances, retrocesos, rupturas y continuidades de los procesos históricos y terminan interpretando el pasado como un conjunto de etapas cerradas, inmutables y abstractas que se suceden una tras otra de manera ordenada hasta llegar al presente.

El peso de un planteamiento y una estructura didáctica cerrada

Partiendo de las interpretaciones que el alumnado de Bachiller ofrece sobre problemas históricos como el Franquismo y Transición, se concluye que los estudiantes muestran la tendencia a dar explicaciones basadas en recuerdos aislados de personajes y estereotipos históricos. A menudo, sus respuestas están centradas en aspectos poco relevantes de la propuesta de trabajo y contienen información obvia que ha sido extraída directamente del enunciado. Una explicación más simplista acerca de las dificultades que los alumnos muestran para argumentar reduciría las causas a la falta de motivación y apatía de los alumnos.

Sin embargo, en la mayor parte de los manuales escolares consultados en nuestro estudio, encontraríamos que el peso de las actividades en las que se demandan descripciones de “corta y pega” desde el texto académico sigue siendo superior a aquéllas en las que se proponen las tareas propias de la argumentación (buscar y seleccionar la información a través de diferentes materiales históricos, analizar e interpretar la misma, etc.). En el trasfondo, se esconde la permanencia de un tipo de aprendizaje reproductivo y memorístico de la Historia basado en hechos, datos y conceptos y no en la elaboración de interpretaciones razonadas.

La hegemonía de la concepción positivista de la historia

Tanto en los manuales escolares como en el marco legal permanece de forma encubierta una concepción positivista del conocimiento y de la educación que se afana por convertir el aula en un espacio de neutralidad sin tener en cuenta que dicha neutralidad desaparece desde el momento en que hay una selección de contenidos y temas a tratar.

Al considerar la emisión de un juicio histórico como algo secundario, subjetivo e independiente de la interpretación de los hechos históricos, no nos extraña encontrar por un lado, que los estudiantes no cuestionen sus estereotipos y prejuicios cuando argumentan sobre cuestiones conflictivas como la amnistía y la reconciliación de la sociedad española con su difícil pasado reciente. Por otro lado, que tomen el conocimiento histórico como una certeza dogmática. Por consiguiente, el esfuerzo por mantener una apariencia de imparcialidad estricta en la educación desaprovecha una buena oportunidad para desarrollar un pensamiento crítico entre el alumnado al evitar tematizar los juicios históricos con sus referencias de valor y trabajar la empatía histórica superficialmente.

La capacidad argumentativa y la enseñanza de la historia

Como docentes tenemos un compromiso ético con nuestra profesión y con la sociedad para que nuestros estudiantes alcancen un pensamiento crítico. Enseñar a argumentar en historia precisa en primer lugar, incitar a los estudiantes a leer críticamente un texto. En segundo lugar, estimularlos a participar activamente en el aula a través la exposición de ideas y preguntas. Y, finalmente, desafiarlos a elaborar sus propios argumentos apoyándolos con pruebas tomadas de las fuentes de información, superando la monocausalidad y evitando las interpretaciones definitivas o subjetivas.

En otras palabras, enseñar a argumentar en historia supone un desafío a la forma de pensar los procesos históricos para favorecer la conciencia histórica de nuestros futuros ciudadanos.

Para mayor información:

MACHÍ FERRER, Carmen. Argumentar el presente desde la explicación histórica del pasado. CLIO.HistoryandHistoryteaching,Zaragoza, nº40, p. 01-19, 2014. ISSN: 1139-6237. http://clio.rediris.es

MACHÍ FERRER, Carmen. Argumentar el presente desde la explicación histórica del pasado. Trabajo Fin de Máster en Investigación en Didácticas Específicas, especialidad Ciencias Sociales: Geografía e Historia. Presentado en la Facultat de Magisteri de la Universitat de València, año 2014. Dirigido por Dr. Rafael Valls Montes.

CarmenMachíFerreres investigadora del grupo GEA-CLIO.

«Hoy me anuncian que la revolución de Portugal será mañana»: O exílio de Jaime Cortesão na Espanha republicana

Francisco Roque de Oliveira

Nos copiosos diários escritos durante os primeiros anos da II República Espanhola, Manuel Azaña deixa algumas anotações mais ou menos crípticas a respeito daquilo que denomina de «asunto portugués». Na generalidade desses apontamentos de 1931 a 1933, o interlocutor do ministro da Guerra e presidente do Conselho é «Corteçao» (sic). Azaña referia-se a Jaime Zuzarte Cortesão (1884-1960), que descreve como um homem alto, solene, de olhar duro e barba ruiva, falando devagar e com manifesta dificuldade o castelhano, o que aumentava a sua solenidade. Invariavelmente, o assunto em causa correspondeu a uma das mais delicadas conspirações urdidas entre o governo republicano espanhol e a liderança da oposição democrática portuguesa radicada em Espanha depois da proclamação da II República, em Abril de 1931, e aqui representada por Cortesão. Tratava-se do fornecimento de dinheiro para a compra de armas destinadas a sustentar uma revolução que levasse à queda da ditadura em Portugal.

O enredo desta história teve o seu primeiro acto num rocambolesco plano para subtrair material de guerra do aeródromo murciano de Los Alcázares, concretizado por via de Ramón Franco, ao tempo director-geral da Aeronáutica Militar, parte do qual acabou usado no fracassado pronunciamento militar de 26 de Agosto de 1931, em Lisboa, durante o qual os revolucionários bombardearam a capital portuguesa, tomando depois o caminho da fuga para os aeródromos de Sevilha e Huelva. Se esta acção veio oferecer preciosos argumentos à ditadura de Salazar e Carmona para qualificarem a República espanhola como uma ameaça objectiva à independência nacional, em nada beliscou o grande desígnio de repintes iberistas que Azaña parece ter acalentado por interpostos expatriados portugueses.

Enquanto o mexicano Martín Luis Guzmán, director do El Sol e ex-lugar tenente de Pancho Villa, assegurava a ligação directa entre Cortesão e Azaña, este intercedeu pelos portugueses junto do industrial basco Horacio Echevarrieta. Alegadamente a braços com a iminente insolvência dos seus negócios de construção de navios de guerra, Echevarrieta acabaria enredando o Consorcio de Industrias Militares, conhecida criação azañista. Viriam também à tona conivências mais ou menos claras de personalidades como Indalecio Prieto, ministro da Fazenda, Luis Rodríguez de Viguri, director do Banco de Crédito Industrial, ou o empresário Juan March. Por tortuosas linhas nunca explicadas por completo, toda esta trama viria a desembocar no famoso episódio do vapor Turquesa, apreendido no porto asturiano de San Esteban de Pravia com um nutrido carregamento de armas nas vésperas da fracassada insurreição das Astúrias, de Outubro de 1934. Como também se sabe, este constituiu o pretexto mais imediato para o processo parlamentar com que a Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) de Gil Robles quis crucificar Azaña nos meses seguintes.

Jaime Cortesão emerge como o principal personagem português desta série de incidentes. Médico, poeta e dramaturgo, herói da Grande Guerra na frente da Flandres, em 1918, Cortesão fora director da Biblioteca Nacional de Lisboa entre 1919 e 1927 e um dos mais destacados ideólogos e publicistas da infausta I República Portuguesa (1910-1926). Em 1922, viu publicada A Expedição de Pedro Álvares Cabral e o Descobrimento do Brasil, a sua obra de estreia como historiador, actividade que o tempo e as circunstâncias viriam a confirmar como a sua inapelável vocação. Exilara-se em França na sequência da destacada participação que tivera na Junta Revolucionária do Porto, de 3 de Fevereiro de 1927, que constituiu a última tentativa séria de derrube da ditadura militar instaurada em Portugal em Maio de 1926. Em Paris, Cortesão integrou a denominada «Liga de Defesa da República», que reunia as principais lideranças republicanas depostas, tendo passado a Espanha em 1931, quando os novos ventos da República espanhola fizeram crer a muitos exilados políticos ser chegada a hora de alinhar os dois governos da Península em torno de um projecto democrático e progressista fraterno.

Cortesão passou então a actuar como putativo embaixador dos interesses do destituído poder republicano português junto do governo de Madrid, conforme se lê nos documentos que relatam as conclusões da Conferência realizada em Novembro de 1931, em Bayonne, em torno da figura tutelar do velho Bernardino Machado, que fora o último presidente da I República Portuguesa. Apesar dos sucessivos desaires e da extrema dificuldade por que passavam os revolucionários acoitados em Espanha, Cortesão impôs-se como uma das raras figuras capazes de congregar boa parte das sensibilidades do exílio português, pródigas em estéreis quezílias intestinas, mas sobretudo muito vulneráveis por força de um desterro que se eternizava.

Entre os telegramas cifrados da Embaixada de Portugal em Madrid, os relatórios dos agentes da polícia secreta portuguesa infiltrados entre os exilados, passando pelas citadas memórias da Azaña, sobram-nos os indícios das conspirações de Jaime Cortesão e do seu grupo, que faziam do Ateneo de Madrid, na Calle del Prado, ponto de reunião frequente. Quando alguns dirigentes e operacionais portugueses foram presos após a repressão da revolução das Astúrias, Cortesão retomou o refúgio francês, só regressando a Espanha depois da vitória eleitoral da Frente Popular, em Fevereiro de 1936. A partir de então, reforça-se o auxílio do governo espanhol à causa dos exilados portugueses, ao mesmo tempo que estes se empenham em denunciar publicamente a cumplicidade de Salazar e do Estado Novo português com os militares espanhóis insurrectos a 18 de Julho.

Já com a Guerra Civil em pano de fundo, Cortesão falará em nome da recém-constituída Frente Popular Portuguesa em duas das sessões do II Congresso Internacional de Escritores para a Defesa da Cultura, reunido em Valência, Madrid e Barcelona na primeira quinzena de Julho de 1937, e que encerrou em Paris a 18 desse mês. Citando diversos exemplos da solidariedade da resistência portuguesa para com a República espanhola, Cortesão remata a segunda das suas intervenções nesse Congresso, feita em Valência a 10 de Julho, com o comovente testemunho de André Malraux sobre a sabotagem de centenas de bombas alemãs chegadas pela via de Portugal e largadas pela aviação nacionalista em Talavera de la Reina (Toledo), sem que tivessem explodido. «Os portugueses sabem que a sua liberdade e a dos demais povos está ligada à sorte da guerra de Espanha» – diz Cortesão –, ao mesmo tempo que sublinha que a união tácita entre um Portugal e uma Espanha democráticos tem como condição de sucesso «que na Espanha saibam prever todas as reacções da sensibilidade política de um povo, que tem oito séculos de independência, interrompidos apenas por sessenta anos de cativeiro filipino». Era uma resposta objectiva à propaganda de Salazar, que acusava os exilados portugueses de traição à pátria. Mas também é difícil não ler aqui uma advertência do historiador em relação aos pensamentos que Azaña confiava ao seu diário quando escrevia que a solução do assunto dos portugueses «colmaría todas mis ambiciones, y ya podría decir que había hecho un gran servicio a España». Melhor do que ninguém, Cortesão conheceria bem o sentido pleno desta ambição e precavia-se dela.

O Plano L – nome de cifra para o chamado Plano Lusitânia – representaria a derradeira esperança dos exilados portugueses encabeçados por Cortesão e o seu círculo mais próximo numa intervenção armada, ancorada em Espanha, que levasse à queda da ditadura em Portugal. Com diversas ramificações em Inglaterra e França, este projecto foi sendo gizado desde 1937 e previa um desembarque em três pontos da costa portuguesa, realizado simultaneamente a uma vasta operação terrestre que cortasse as linhas nacionalistas até à fronteira de Portugal com a Extremadura espanhola. Apoiava-se nas várias centenas de portugueses que lutavam ao lado dos republicanos espanhóis, parte dos quais foram selecionados e reagrupados em dois aquartelamentos portugueses na Catalunha – em Els Hostalets de Balenyà e Sant Joan de les Abadesses – a partir do segundo semestre de 1938.

Em finais desse ano, a ofensiva das tropas nacionalistas sobre a Catalunha cortaria cerce qualquer possibilidade de realização do Plano L. Nos últimos dias de 1939, Cortesão e a sua família iniciam a fuga em direcção à fronteira francesa juntamente com a restante cúpula dos exilados portugueses, entretanto transferida para Barcelona. A crónica impressiva dessa travessia dos Pirenéus deixou-a Cortesão num dos raros textos autobiográficos que nos legou. Intitula-se No desfecho da Guerra de Espanha e foi escrito escassos dias depois de ter atravessado a fronteira para o lado francês pelo Coll d’Ares, acompanhando uma coluna de portugueses que abandonava apressadamente os seus aquartelamentos catalães. A sua homenagem a Barcelona ficaria fixada no poema A agonia da urbe, que os azares de uma vida tumultuosa deixariam inédito até pouco depois da sua morte – «À noite, a angústia aumenta na cidade. / O incêndio alastra. / O Céu é de fornalha. / A cada instante, num crescendo, / Galga a maré: trovão horrendo, / Ruge mais próxima a batalha…»

Os anos de Jaime Cortesão na Espanha republicana decorreram na permanente expectativa de uma reviravolta na situação interna portuguesa que nunca chegou a ver. «Hoy me anuncian que la revolución de Portugal será mañana», escrevera Azaña no já longínquo Verão de 1931, registando uma das várias informações recebidas da parte de Cortesão, que – como sempre – os factos acabariam por desmentir no dia seguinte. A debilidade dos meios do exílio político português e as suas consabidas dissensões internas, a institucionalização do Estado Novo salazarista e o encaminhamento final da Guerra Civil espanhola, encarregar-se-iam de minar todas as acções sucessivamente pensadas ou executadas pelos exilados portugueses e seus aliados republicanos em Madrid, Valência ou Barcelona. Ora, se assim sucedeu no que respeita à dimensão política da presença de Cortesão em Espanha entre 1931 e 1939, bem diferente foi o fecundo resultado do seu trabalho historiográfico no país vizinho.

«Se puede hacer más historia en Madrid que en Lisboa», terá dito Jaime Cortesão a Manuel Azaña, numa noite de 1931 em que ambos conspiraram longamente em casa de Martín Luis Guzmán sobre os destinos da Península Ibérica. De facto, neste particular, Cortesão conseguiu cumprir a expectativa que tinha sobre si próprio. Entre um curso sobre navegações atlânticas ministrado no Centro de Estudios de Historia de América da Universidade de Sevilha a convite de José María Ots Capdequí e investigações inéditas nos fundos da Biblioteca Nacional de Madrid e no Archivo de Indias, durante os seus anos espanhóis Cortesão logrou dar um impulso decisivo à obra que o consolidará como um dos primeiros historiadores portugueses do século XX. Nestes anos virá a lume a extensa colaboração emprestada à História de Portugal dirigida por Damião Peres, que constituiu a sua primeira grande síntese sobre a temática dos descobrimentos, assim como algumas das suas controversas teses sobre o descobrimento pré-colombino da América pelos portugueses. Anunciando uma das linhas mais originais do seu pensamento, divulga também o primeiro dos textos em que reflecte sobre os pressupostos ideológicos da expansão portuguesa e lhes rastreia uma inspiração joaquimita: «O franciscanismo e a mística dos descobrimentos», publicado pela Unión Ibero-Americana na Revista de las Españas, em 1932.

Em Agosto de 1933, residindo Cortesão na Calle de Ayala, em Madrid, assinou um importante contrato com a Editorial Salvat, de Barcelona, para a preparação de dois textos de fôlego sobre os primórdios da expansão marítima portuguesa e a colonização do Brasil que integrariam a Historia de América y de los pueblos americanos dirigida por Antonio Ballesteros Beretta. As convulsões da Guerra Civil de Espanha – seguidas da prisão de Cortesão em Portugal, em Junho de 1940, e, finalmente, do seu banimento para o Brasil por ordem de Salazar, em Outubro desse ano – ditaram o sucessivo protelamento desta empresa editorial, que acabou por ser publicada entre 1947 e 1956, quando Cortesão já trabalhava ao serviço do Ministério das Relações Exteriores brasileiro, onde se notabilizou como especialista de história da cartografia e da formação territorial do Brasil nos séculos XVII e XVIII e professor do Instituto Rio Branco. Tal como antes em Madrid, era agora no Rio de Janeiro que Cortesão encontrava meios para cumprir a melancólica profecia de que sempre poderia fazer mais ciência no exílio do que em Lisboa.

Os anos de Jaime Cortesão na Espanha republicana decorreram na permanente expectativa de uma reviravolta na situação interna portuguesa que nunca chegou a ver. «Hoy me anuncian que la revolución de Portugal será mañana», escrevera Azaña no já longínquo Verão de 1931, registando uma das várias informações recebidas da parte de Cortesão, que – como sempre – os factos acabariam por desmentir no dia seguinte.

Jaime Cortesão no Escorial, durante o seu exílio em Espanha (ca. 1936)
Jaime Cortesão no Escorial, durante o seu exílio em Espanha (ca. 1936)

(Fonte: Jaime Cortesão / Raul Proença. Catálogo da Exposição Comemorativa do Primeiro Centenário (1884-1984). Lisboa: Biblioteca Nacional, 1985)

Para mais informação:

OLIVEIRA, Francisco Roque de. Jaime Cortesão (1884-1960). En OLIVEIRA, F. R. (ed.). Leitores de mapas: dois séculos de história da cartografia em Portugal. Lisboa: Biblioteca Nacional de Portugal; Centro de Estudos Geográficos da Universidade de Lisboa; Centro de História de Além-Mar da Universidade Nova de Lisboa e da Universidade dos Açores, 2012, p. 125-135. ISBN: 9789725654811 [também em versão ebook]

Francisco Roque de Oliveira é investigador do Centro de Estudos Geográficos da Universidade de Lisboa, Professor no Instituto de Geografia e Ordenamento do Território da Universidade de Lisboa e Doutorado em Geografia Humana pela Universitat Autònoma de Barcelona (2003).

Ficha biblio­grá­fica:

OLIVEIRA, Francisco Roque de. Jaime Cortesão no Itamaraty: os Cursos de História da Cartografia e da Formação Territorial do Brasil de 1944-1950. Scripta Nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales. [En línea]. Barcelona: Universidad de Barcelona, 1 de enero de 2014, vol. XVIII, nº 463. <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-463.htm>. ISSN: 1138-9788.

Investigador do Centro de Estudos Geográficos da Universidade de Lisboa, Professor no Instituto de Geografia e Ordenamento do Território da Universidade de Lisboa e Doutorado em Geografia Humana pela Universitat Autònoma de Barcelona (2003).

LA MEMORIA DE LOS SEFARDÍES ESPAÑOLES DE TESALÓNICA. EL MUSEO DJUDIO DE SALONIK.

Antonio Buj Buj

Un lugar no es sólo su presente, sino también ese laberinto de tiempos y épocas diferentes que se entrecruzan en un paisaje y lo constituyen, como escribe Claudio Magris en su obra El infinito viajar (Crítica, 2014). Pocos lugares hay en el mundo donde ese laberinto de tiempos se pueden llegar a entrecruzar tanto como en la ciudad griega de Tesalónica. También llamada Salónica, Salonicha, Solun, Selanik, Salonicco, sólo en la Edad Media tuvo más de una docena de toponimias distintas.

Al fondo del golfo Termaico, Tesalónica, fundada por Casandro, rey de Macedonia, en el 315 aC., se convirtió dos siglos más tarde en capital de la Provincia macedonia de los romanos. Adriano, el emperador filoheleno, la protegió. Galerio, en los inicios del siglo IV dC., construyó monumentos públicos y persiguió a los cristianos. Sus murallas resistieron los ataques de los ostrogodos, los hunos y los eslavos. Tesalónica sufrió los ataques de los piratas árabes, de los búlgaros, de los normandos, de los francos de la cuarta cruzada; reintegrada al imperio bizantino, fue anexionada al imperio Otomano en 1430. La llegada de colonos otomanos a finales del siglo XV, pero sobre todo de 20.000 judíos sefardíes españoles, modificaron completamente la fisonomía de la ciudad. En los inicios del siglo XX, la comunidad judía era la más importante en cuanto al número. De sus más de 150.000 habitantes, más de 60.000 eran sefardíes. A su presencia, y a su brutal desaparición, está dedicado el Museo Judío de Tesalónica.

 Vista de Tesalónica desde las murallas superiores antes de la ocupación griega de 1912. Al fondo, el puerto. Se aprecian algunos minaretes de la treintena de mezquitas existentes en la ciudad. Carta postal adquirida por el autor.

Vista de Tesalónica desde las murallas superiores antes de la ocupación griega de 1912. Al fondo, el puerto. Se aprecian algunos minaretes de la treintena de mezquitas existentes en la ciudad. Carta postal adquirida por el autor.

Desde que se inauguró en Inglaterra en 1290 la política de expulsión de los judíos, y que tuvo su momento álgido con la proscripción de Isabel y Fernando de los sefardíes, judíos de Sefarad, España en hebreo, el centro de gravedad del mundo judío se desplazó hacia el este de Europa y los territorios otomanos. Los aproximadamente 200.000 sefardíes expulsados preservaron su lengua y cultura más de cuatro siglos. La lengua judeoespañola se conoció también con el nombre de spaniol, judezmo, judyo, jidyo, spanolith, spaniolish o espanioliko en el Mediterráneo oriental, haketiya en el norte de Marruecos o tetuani en la región argelina de Orán. La aparición de los estados-nación en el siglo XIX y la desintegración del imperio Otomano propiciaron el declive del judeoespañol. El genocidio nazi dio la puntilla a las comunidades sefardíes de los Balcanes. Sólo en Grecia, de los 80.000 judíos censados en el año 1940, la mayoría de Tesalónica, sólo sobrevivían unos 10.000 en 1947.

Tesalónica, la Sefarad de los Balcanes, fue durante siglos un centro comercial muy bien situado; su radio de acción llegaba hasta el interior de los Balcanes, y se extendía por oriente hasta la India y por el oeste hasta los puertos italianos. Los judíos desempeñaron un papel esencial en esa economía regional. En los inicios del siglo XX era la ciudad industrial más importante de los Balcanes otomanos. Buena parte de la clase obrera así como sus dirigentes intelectuales eran judíos. Tesalónica, y su comunidad sefardí, participaron de las convulsiones de los llamados años de vértigo 1900-1914. Después de cinco siglos como otomana, Tesalónica pasó, en 1912, tras la primera guerra balcánica, a ser griega. Como explica Mark Mazower en su libro La ciudad de los espíritus (Crítica, 2009), la ciudad empezó a perder parte de su heterogeneidad; se cambió el nombre de las calles, el griego se convirtió en el lenguaje de la administración, y los que rehusaron la ciudadanía griega fueron expulsados de sus puestos.

En agosto de 1917 un incendio asoló Tesalónica y casi la mitad de su población perdió el hogar. Los barrios más afectados fueron los sefardíes. Sus comunidades quedaron empobrecidas y marginalizadas. El intercambio de poblaciones turco-griegas de aquellos años, especialmente el de 1923, producto de las confrontaciones entre los dos Estados, propició la homogeneización étnica de la ciudad. Los judíos empezaron a estar en minoría. La entrada, el 9 de abril de 1941, de las tropas alemanas en la ciudad, dio paso poco después al infame capítulo de la humillación pública de los judíos, en julio de 1942, y en octubre de ese año al arrasamiento del cementerio hebreo de Tesalónica, de unas treinta hectáreas; alrededor de medio millón de tumbas fueron profanadas, nos informa el díptico oficial del Museo Djidio de Salonik. A mitad de marzo de 1943 empezaron las deportaciones a los campos de concentración nazis en Polonia. En cuatro meses habían sido trasladados y exterminados más de 45.000 judíos sefardíes en las cámaras de gas. A finales de 1945, el 96,5 por ciento de la comunidad había sido exterminado en los campos de Aushwitz y Bergen-Belsen.

El Museo Judío de Tesalónica ha sido creado, se nos dice en el díptico, para honrar la rica y creativa herencia sefardí que desde el siglo XV había disfrutado Tesalónica, la también llamada Madre de Israel. Los judíos españoles pusieron al servicio otomano la imprenta, la cartografía, las ciencias medievales y otras destrezas de la época. También los trabajos de cabalística de la tradición mística de Gerona. El museo se localiza en uno de los edificios supervivientes del incendio de 1917 y, podemos leer, ha sido testigo silencioso durante siglos de la presencia de la lengua de Cervantes y de los aromas de las cocinas de Sevilla y Toledo. El museo incorpora fotografías, revistas, diarios, libros, y documentación etnográfica diversa. En el piso central podemos ver algunas de las lápidas recuperadas del antiguo cementerio judío y un muro basáltico con miles de nombres de sefardíes españoles desaparecidos en el holocausto.

El autor en la puerta del Museo Judío de Tesalónica (Agiou Mina, 13). Agosto 2015. Fotografía de Francisca Guerola.
El autor en la puerta del Museo Judío de Tesalónica (Agiou Mina, 13). Agosto 2015. Fotografía de Francisca Guerola.

En el mes de octubre la prensa se hizo eco de que los sefardíes repartidos por los cinco continentes podrán iniciar los trámites para ser españoles. La ley fue aprobada el 11 de junio de este año 2015. Se calcula que unos dos millones de personas podrán acceder a la nacionalidad española. Aunque tarde, se empieza a reparar un error histórico secular.

Para mayor información:

Web del Museo Djidio de Salonik (en griego e inglés): http://www.jmth.gr/

Richard Ayoun: Los djudeo-espanyoles. Los kaminos de una komunidad, Museo Djudio de Salonik, Trezladado del franses por el Profesor Haïm-Vidal Sephiha, Design Graphic France, 2003.

Antonio Buj Buj es Catedrático de Enseñanza Secundaria y Doctor en Geografía Humana por la Universidad de Barcelona.

ABATIDOS, ARRODILLADOS Y POSTRADOS.

UNAS LÍNEAS SOBRE FUENTES ORALES.

EL CASO DE LA REPRESIÓN FRANQUISTA.

Ricard Camil TORRES FABRA.

Universitat de València.

No recuerdo si ya poseía lo que se denomina “uso de razón”, lo que recuerdo es que hasta bien entrada mi adolescencia, cada vez que salía de casa mi madre me repetía “no pases por tal calle, no te acerques a tal sitio, no hables con este o con aquel”. Acabé pensando que se trataba de una obsesión ajena a mí y por tanto no me veía obligado a seguir sus observaciones y, como es natural, no hice caso a ninguna de ellas, aunque me preguntaba la razón pero mi madre no soltó prenda nunca.

Tardé años en averiguar la razón de todo aquello. Los lugares y las personas “vetados” eran para ella recordatorios de dolor y personajes malvados. Durante la posguerra en aquellas calles a priori para mi “non transit” vivían personas responsables de haber acabado con la vida de un primo y un par de amigos suyos, y aquellas personas eran las que se debía evitar. En pocas palabras, mediante el silencio y la advertencia indeterminada, mi madre me transmitía lo terrorífico de una vivencia que de alguna forma la siguiente generación debíamos heredar sin más. Supongo que lo mismo ocurriría con los “otros”.

Una vez abandoné o me abandonó, mejor, la adolescencia y con una formación acorde a la de los tiempos que corrían, decidí intentar saber qué había pasado en mi pueblo por lo que consulté de manera enfermiza y exhaustiva el archivo municipal, no sin antes haber pasado por un duro enfrentamiento con la burocracia local. Corría el año 1983 y decididamente la “normalidad democrática” para ciertos aspectos no resultaba ser muy normal.

Lo cierto es que obtuve mucha información –que me serviría posteriormente en mi desarrollo profesional- pero conseguí más preguntas que respuestas y un hecho vino a ser transcendental: la cruz de los caídos. La placa en cuestión había ido a parar a un lugar más o menos “disimulado” del cementerio, así que pude conseguir el listado de personas de la localidad asesinadas por las hordas marxistas y demás parafernalia del régimen.

Mi sorpresa fue monumental. De las víctimas que aparecían inscritas, una estaba viva y otra había fallecido no hacía mucho. Lo más chocante es que ambas fueron canonizadas durante la maratón beatificadora de Juan Pablo II a pesar de mis informes. Además, no me aparecían otras cuatro que gracias al trabajo de Vicente Gabarda sabía que habían sido asesinadas entre 1936-1939.

Así pues, magnetofón en mano, me dediqué a entrevistar a gente que había vivido el período, comenzando por los tiempos republicanos y procurando alcanzar el horizonte más lejano posible. Ni qué decir tiene que el conglomerado conservador local no tuvo a bien atenderme, incluso alguno que otro llegó al insulto y alguna que otra amenaza. Por parte de los considerados de izquierdas –recuerden que había “vaciado” el archivo municipal- obtuve reacciones de todo tipo –miedo, mucho miedo pude comprobar que seguía inserto en sus vidas- pero conseguí averiguar lo que no me decía la documentación archivística ni hemerográfica.

Los asesinados no contemplados en la cruz de los caídos lo habían sido en otros lugares mientras que en el pueblo los consideraban en Biarritz o lugares similares donde habían podido hipotéticamente refugiarse, lo que sí lograron los otros dos que aparecían como víctimas y en 1939 estaban vivos y coleando.

En mi pueblo se arrebató la vida a 22 personas durante la guerra. Consultado el registro civil, libro de defunciones, me aparecieron doce ejecutados nada más acabar la guerra. Pero en la capital del partido judicial fueron ejecutadasveinte personas más, otras 18 en Paterna y siete en diversos lugares de la piel de toro.

La represión franquista no consistió únicamente en mandar gente al otro mundo. Pude enterarme, gracias a las entrevistas, de la suerte que corrieron otros vencidos. La documentación consultada ofrecía preciosos datos como por ejemplo, lo que es fundamental, el proceso seguido: detenciones, torturas, hacinamiento, juicios sumarísimos sin garantías, encarcelamientos.

Para sorpresa de un servidor, me enteré que uno de mis familiares había estado presentándose semanalmente al cuartel de la guardia civil con la finalidad de estar controlado, tras haber sido puesto en libertad provisional en 1943. Su última visita a la comprobación por parte de la benemérita fue en… 1972.

La fuente oral, por tanto, me proporcionó la proximidad humana: contemplar, ponderar y comprobar el efecto de incorporar la historia al presente, sea dolor sea la risa del recuerdo de una anécdota, las lágrimas de la rememoración. O sea calibrar el factor humano como elemento vertebrador de no sólo pasiones humanas, también las respuestas ante situaciones que no podríamos comprender de otra manera. Además, ya pueden imaginar ustedes que no entrevisté a ninguna persona clave del período republicano, ni durante el conflicto ni de la etapa franquista.

Personas que no habían jugado para nada un papel relevante en la historia tuvieron voz por primera vez. Modestia aparte, se consiguió una historia democrática, una historia donde los protagonistas eran todos, puesto que los entrevistados representaban a un sector concreto de la población: el que hace la historia y la sufre.

Así, pues, el resultado final no pudo dejarme más satisfecho: había logrado lo que para mí es la función del historiador: estudiar el pasado y devolverlo de forma ordenada e inteligible a su verdadero protagonista: la sociedad. Conseguía así la total democratización de mi trabajo.

Para mayor información

CALZADO, A. y TORRES, R. C. “Las fuentes orales: una aplicación práctica en el caso de los oficios”. Sociología del Trabajo, 26. 1995. pp. 29-39.

ESCRIVÀ, E. y TORRES, R. C. Apunts sobre fonts orals i la seva gestió. València. Asociación Cultural Instituto Obrero, 2015.

Discordia a ras de suelo

A.Remesar

La estética urbana responde a la necesidad de que la ciudad no sea sólo funcional, sino, también “agradable”. Es un ámbito de discusión ciudadana que, en las últimas décadas, ha sido secuestrado por la tecno-burocracia de las administraciones públicas y de los promotores privados. Sin embargo, de vez en cuando, su dimensión ciudadana reaparece ya sea por la reivindicación de la ciudadanía, ya sea por la necesidad de “crear opinión” sobre los aspectos estéticos de la ciudad de los que se hacen eco determinados medios de comunicación. Quisiera, en este sentido, comentar la reciente polémica acerca del nuevo pavimento de la Diagonal de Barcelona.

A destacar el contexto. En 2004, la re-introducción del tranvía como sistema de transporte público abre una polémica acerca de la necesidad, o no, de conectar mediante este medio de transporte la plaza de las Glorias y la Plaza Francesc Macià. El tranvía ya transita por dos tramos de la Diagonal y, ahora, se plantea la idoneidad de conectar ambas plazas. La Diagonal atraviesa la totalidad de la trama Cerdà y es un elemento clave del sistema de movilidad de la ciudad. Surge, pues, el problema de la transformación de la Diagonal en el tramo entre las dos plazas (unos 4 Km) ya que la introducción del medio de transporte requiere una reorganización de la sección de la Avenida. El alcalde Hereu liderará un «extraño proceso de participación cívica» –como señalara bien Jordi Borja- que culmina con una consulta ciudadana en la que participa el 12,17% del censo, y en el que la propuesta de alcaldía reciben sólo el 20% de apoyo, frente a un aplastante 80% que plantea que la Diagonal se quede como está.

Se da carpetazo municipal a la idea de unir las dos plazas mediante el tranvía, pero no se cierra la polémica de la transformación de la Diagonal. Los ciudadanos se quejan de la estrechez de las aceras, los comerciantes de que la avenida no es atractiva para pasear con un efecto negativo en las ventas. Llegadas las elecciones del 2011 y con el cambio de equipo municipal, el nuevo alcalde titubea pero, finalmente, se decide por una remodelación de la Avenida que se ajusta al proyecto presentado por los comerciantes y que consiste, básicamente, en una ampliación de las aceras y en una mejora del equipamiento urbano. Y ahí entra en polémica el nuevo «panot«.

Desde inicios del s.XX, el panot (una loseta de hormigón de 20x20x5 cm) ha sido el elemento fundamental de urbanización de las aceras de la ciudad. Su utilización abarca el conjunto de la ciudad y se ha convertido en un elemento fundamental de la imagen que de su ciudad poseen los barceloneses. El nuevo panot mantiene las dimensiones tradicionales pero introduce importantes avances tecnológicos y de eco-eficiencia (el pavimento es capaz de autolimpiarse y el color verde que sustituye al gris tradicional genera una baja irradiación térmica). Pero el nuevo panot no reproduce los dibujos clásicos, sino una hoja de plátano, el árbol característico del Ensanche de Cerdà. De ahí la polémica.

Los barceloneses tienen acostumbrado el pie a un determinado tacto, a unas determinadas texturas y… la textura del nuevo pavimento no satisface. «Que si me siento menos seguro»; «que si no se puede andar con tacones»; «que no se nota la diferencia si calzas zapatos de suela gruesa pero con los de suela fina….UY!!!, vaya diferencia!!». ¿Cierto? Difícil de creer que unos diseños de inicio del s.XX tengan mejor ergonomía que el pavimento actual concienzudamente diseñado en relación a su ergonomía, accesibilidad y sostenibilidad.

Pasados unos meses ya nadie habla de los nuevos panots. Más ruido mediático que otra cosa. Los urbanitas son así. Se resisten a los cambios, a veces con razón, pero rápidamente olvidan sus quejas y cuitas. O acaso ¿no sucedió lo mismo con los panots de la Gran Vía (entre Pl. de las Glorias y Besòs) en el 2004? Nadie recuerda aquella polémica que no tuvo tanta resonancia mediática. ¿Quién recuerda la paralización de obras por parte de los vecinos en la Rambla del Poble Nou? Hoy los vecinos de este barrio, tras enconada resistencia, pisan una Rambla asfaltada en gris. Les robaron la calidad urbana de las losas tostadas cuyo recuerdo queda en las glorietas de la Rambla, y todo porqué algunas estaban mal puestas y la gente se tropezaba. Les pusieron como ejemplo la Rambla de Catalunya -!una buena solución en 1990!- ocultándoles que, desde finales de los noventa, el pavimento asfáltico puede ser de color lo que resulta en una mejor calidad urbana.

Para mayor información:

Sobre este proceso de cambios, de quejas, dimes y diretes que representa la historia del panot les recomiendo lean la tesis doctoral de Dánae Esparza que por ser tesis no lleva el título de «los panots de Barcelona» sino el más académico de «El diseño del suelo: el papel del pavimento en la creación de la imagen de la ciudad». No está en papel, pero la pueden descargar gratuitamente en http://tdx.cat/handle/10803/146248. ¡De vez en cuando la Universidad tiene cosas buenas!

Antoni Remesar es Profesor de Escultura de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Barcelona y Director del Centre de Recerca POLIS

El impacto del fonógrafo en Barcelona (1877-1880)

Por F. Xavier Vall Solaz*

A finales de noviembre de 1877, el mitificado Edison dio a conocer el fonógrafo Tinfoil, llamado así por la grabación en láminas de estaño. Pese a los precedentes y a las transformaciones posteriores, se convirtió en uno de sus más célebres inventos. En nuestra época de sofisticados medios audiovisuales, se hace difícil entender la fascinación que suscitó. Sin embargo, se explica porque materializó una idea simple, avalando el positivismo, humanizó la tecnología, como revela la denominación hiperbólica de «máquina parlante», y sugirió numerosas expectativas de aplicación.

la fascinación por el fonógrafo se explica porque materializó unaidea simple, humanizó la tecnología y sugirió numerosas expectativas de aplicación.

En La Gaceta Industrial del 10 de diciembre de 1877, J. Alcover, un ingeniero catalán residente en Madrid, se refirió ya al descubrimiento, citando Scientific American. El Porvenir de la Industria del 22 de marzo del año siguiente anunció que los ópticos F. Dalmau y su hijo T. J. habían recibido de su representante en Londres placas fonográficas grabadas, que se exhibieron en los escaparates de su tienda de la Rambla del Centro, enfrente del Liceo, al igual que el fonógrafo que trajeron para la Escuela de Ingenieros Industriales de Barcelona, probado el 13 de abril. Los Dalmau y sus colaboradores, entre los que destaca N. Xifra, importaron, fabricaron, construyeron, modificaron o inventaron numerosos dispositivos y contribuyeron notablemente a la popularización de la tecnología, más allá del marketing y adhiriéndose al progresismo.

Así, se implicaron en la sesión fonográfica del 12 de septiembre de 1878 del Ateneo Libre de Cataluña, fundado en aquel año sobre todo como reacción a la prohibición de conferencias positivistas y darwinistas en el Ateneo Barcelonés. La demostración se restringió a los socios, pero, buscando la máxima proyección, se dirigió a un público general y se invitaron a varias personalidades y a la prensa. Podemos reconstruir el acontecimiento gracias a diversas crónicas periodísticas, algunas evocaciones y un grabado publicado en La Academia del 30 de octubre:

El acto fue presentado y clausurado por el escritor, traductor de Darwin y periodista de la Gaceta de Cataluña J. M. Bartrina, que, habiéndose prohibido su disertación sobre «La América Precolombiana» en el Ateneo Barcelonés, se convirtió en uno de los dirigentes del Libre. Su intervención en la sesión fonográfica debió ser similar a un olvidado artículo publicado tres días después, con su conocido pseudónimo de A.T.O., en La Campana de Gràcia. En él, con ribetes ideológicos, además de explicar sucintamente el funcionamiento del aparato, se esboza una semblanza de su inventor, resaltando su autodidactismo, y se enumeran otras de sus invenciones. Bartrina, en una de sus notas personales, celebró que algunos descubrimientos de Edison superaran las antiguas «leyes», pero, en otra, predijo que se constataría que el fonógrafo y otros artefactos eran solamente «primitivos instrumentos (y por lo tanto los más rudimentarios) de la verdadera física, que tal vez dentro de algunos centenares de años» llegaría «a ser ciencia».

J. M. Bartrina celebró que los descubrimientos de Edison superaran las antiguas «leyes», pero predijo que se constataría que el fonógrafo y otros artefactos eran solamente «primitivos instrumentos» de «la verdadera física».

Acabada la introducción de Bartrina, J. Dalmau experimentó con el fonógrafo colocándolo en la parte superior de una caja de resonancia, probando membranas de diferentes materiales y sustituyendo el mecanismo de relojería por una dinamo de Gramme. A continuación, el capitán general correspondió el saludo del dispositivo manifestándole su agradecimiento, como si se tratara de una persona. Se inauguraron así grabaciones políglotas, en buena parte literarias u operísticas, o instrumentales, que potenciaron el carácter cosmopolita y cultural del evento. A pesar de algunas deficiencias técnicas y del silencio de la mayoría de la prensa conservadora, se obtuvo un emblemático éxito. El tándem Dalmau-Bartrina, que hermanaba las ciencias y las humanidades, efectuó demostraciones de otros aparatos hasta que lo truncó la tisis del segundo, que murió, con treinta años, en 1880.

El 19 de diciembre de 1878 T. J. Dalmau presentó sus innovaciones del fonógrafo en la Real Academia de Ciencias Naturales y Artes de Barcelona, de la que era miembro —todavía se conserva la placa en la que se grabó la lectura de los nombres de los académicos— y el 25 de abril de 1879 ilustró con demostraciones fonográficas las conferencias sobre acústica experimental del ingeniero F. de P. Rojas en el Ateneo Barcelonés. En aquel mismo mes, pero fuera de los círculos académicos, el francés Bargeon de Viverols empleó un fonógrafo en sus espectáculos de prestidigitación en los teatros barceloneses Romea y Principal.

Con la colaboración de los Dalmau, R. Roig, director de Crónica Científica, habiendo presentado el 3 de septiembre un proyecto de transformación de los fonogramas en registros fonéticos en el congreso de la Association Française pour l’Avancement des Sciences celebrado en Montpellier, propuso demostraciones fonográficas para las fiestas de la Mercè. Sin embargo, no se llevaron a cabo hasta el año siguiente, en la plaza de Catalunya, por el maestro de obras Espluga. Además de contribuir a ellas, en 1880 T. J. Dalmau participó en una velada fonográfica organizada por la Associació d’Excursions Catalana en el Fomento de la Producción, entidades a las que pertenecía, con motivo del Congrés Catalanista.

El fonógrafo se popularizó rápidamente más allá de la esfera tecnológica, convertido en un símbolo del progreso.

Al igual que en otras ciudades, en Barcelona, emulándose audazmente la modernidad norteamericana y europea en una economía en desarrollo y frente al reaccionarismo de la Restauración, el fonógrafo se popularizó rápidamente más allá de la esfera tecnológica, convertido en un símbolo del progreso.

Para ampliar la información:

VALL, Xavier. The Phonograph in Barcelona (1877-1880): Technology and Ideological Controversies. Quaderns d’Història de l’Enginyeria. Barcelona: Universitat Politècnica de Catalunya (Centre de Recerca per a la Història de la Tècnica Francesc Santponç i Roca – Escola Tècnica Superior d’Enginyeria Industrial de Barcelona – Càtedra UNESCO de Tècnica i Cultura), 2012, vol. XIII. [ISSN: 1135-934X (impreso) y 1885-4516 (electrónico)]. <http://hdl.handle.net/2099/12879>.

* F. Xavier Vall Solaz es miembro del Departament de Filologia Catalana de la Universitat Autònoma de Barcelona y del Centre d’Història de la Ciència (CEHIC). El artículo se inscribe en el proyecto HAR2012-36204-C02-02, Scientific Authority in the Public Sphere in Twentieth-Century Spain.

Unes corts catalanes (1705-1706) en plena guerra de successió espanyola: la visió civil d’un conflicte militar

El contingut de les corts catalanes de 1705-1706 revela el conflicte entre les aspiracions civils i les necessitats militars d’una societat en guerra.

Aquestes Corts, o convocatòria parlamentària, van tenir lloc a Barcelona i fou presidida per l’arxiduc Carles III ja en plena Guerra de Successió Espanyola, en la qual els Àustria i els Borbó s’enfrontaren per la successió de la Corona Hispànica. Les Corts es celebraren entre 5 de desembre de 1705 i el 31 de març de 1706 i permeten observar la visió civil catalana del fet militar a inicis del segle XVIII. A diferència d’altres moments de la vida històrica del país, en aquesta ocasió les classes dirigents catalanes, amb el pacte de Gènova (20-VI-1705), s’havien involucrat amb l’aliança de La Haia i amb ella triat la casa d’Àustria en la successió espanyola. La lectura de les actes d’aquestes corts o convocatòria parlamentària facilita veure la persistència en la legislació catalana de la concepció defensiva de la guerra, tot i que per primera vegada hi ha la salvetat d’admetre legalment, si bé eventualment i amb condicions, la sortida de tropes catalanes fora de Catalunya.

Les relacions econòmiques i les afinitats polítiques dels catalans amb Anglaterra i Holanda, les grans valedores de l’arxiduc Carles d’Austria, expliquen la seva aposta, a inicis del XVIII, en favor de l’aliança de La Haia.

Fins a quin punt, una societat eminentment civil com la catalana, va entomar el conflicte militar d’aquesta guerra vista com l’oportunitat d’una alternativa política pròpia. Es tracta de verificar quines mesures legals van ser concebudes de salvaguarda de la societat civil, sobretot, tenint en compte que, abans del conflicte successori, unes guerres, aquestes mai no volgudes, havien actuat sobre Catalunya de manera continuada, de forma declarada o encoberta des del 1635 fins a 1697, a causa de la seva condició de frontera amb el regne de França. La societat catalana, tenia, doncs, una llarga experiència de guerra continuada, la qual va estimular el seu esperit més milicià i guerriller que guerrer (aparició dels “miquelets” o soldats catalans) i de l’altra va obligar a les institucions, especialment les corts d’inicis del XVIII (1701-02, 1705-06) a reactualitzar les mesures legals de salvaguarda de la població civil i a intentar activar indeminitzacions de guerra a causa dels estralls de les confrontacions passades.

Intento, doncs, situar: les lleis de salvaguarda civil davant dels exèrcits; els debats sobre allotjaments de soldats en cases particulars; l’excepcionalitat d’un regiment de la Diputació o Generalitat fora de les fronteres catalanes i els greuges civils presentats a les Corts contra els estralls militars de la segona meitat del segle XVII.

Les corts de 1705-06, al costat de les lleis de confirmació de model polític català, de reforma i millora administrativa i judicial, de novetats econòmiques (lleis lliurecanvistes no renyides amb la defensa de la producció agrària i manufacturera) i de novetats d’ordre jurídico-política com la creació d’un tribunal de garanties constitucionals (Tribunal de Contrafaccions), observem una gran quantitat de lleis relacionades amb l’exèrcit i la guerra. Sis lleis són un intent de protegir la població civil enfront de l’actuació militar. Les salvaguardes van des de les limitacions en el règim d’allotjments de soldats en les cases de particulars fins a disposicions relatives a defensar la població de la pressió fiscal del rei i a protegir els queviures de la població civil. Els assentistes del rei han de pagar la intendència a preus de mercat, no es pot fer cap segrest d’aliments ni bestiar que perjudiqui l’alimentació, la sembradura i el treball de la població. Els regidors municipals havien d’actuar com a protectors de les viles enfront dels oficials militars, el govern català (els diputats de la Generaltat) havia d’intervenir judicialment contra els abusos militars. També destaquen els capítols que posen límits als bagatges (transports militars per la població civil), els soldats preferentment han d’estar allotjats en presidis reials però en cas de residir en poblacions havien de pagar els talls i taxes municipals i s’obra un debat tant contra els privilegis estamentals en els allotjaments en cases particulars com pel que fa a la distribució del donatiu al rei. Es preveu per primera vegada la construcció de quarters per a les tropes.

En tot moment es vol que prevalgui el poder civil enfront del poder militar i es pretén que en els regiments alçats per Barcelona i per la Generalitat prevalgui la jurisdicció ordinària per sobre del iure belli i que les patents de soldats de la població civil mobilitzada no perjudiqui llurs drets de ciutadania, com per exemple poder concòrrer a càrrecs de la funció pública. També es vol impedir poder-se redimir de les mobilitzacions per diners.

Pel que fa a la sortida de tropes catalanes de les fronteres de Catalunya, sense impedir-ho, es recorda el caràcter defensiu d’aquestes tropes i només se n’admetia la sortida i, encara eventualment, sempre i quan Catalunya no estigués invadida o amenaçada d’invasió.

Finalment, dels 102 greuges civils de les Corts de 1706, 77 són per expropiacions i enderrocs per causes militars i de fortificacions. La suma de les indemnitzacions demanades conegudes ascendeix a prop del milió de lliures i aquesta quantitat múltiplica per 8 i escaig el valor del pressupost d’un any del govern de la Generalitat d’inicis del segle XVIII.

La conclusió és la identificació de la societat on les salvaguardes civils prevalen sobre les urgències militars i on la guerra és vista més en termes milicians que no propiament militars. Tot fa pensar que les fortificacions ideades per Vauban, amb l’escusa de la defensa, esdevingueren un mecanisme de centralització de recursos a expenses del treball productiu dels plebeus, sense salvar les poblacions civils com demostra la caiguda de Barcelona l’11 de setembre de 1714 a mans de Felip V de Borbó. No cal arribar, doncs, als segles XX i XXI per observar el pes de les despeses militars sobre els pressupostos dels estats.

Per a més informació:

SERRA, Eva, “Catalunya, entre la guerra i la pau, 1713, 1813”, a VII Congrés d’Història Moderna de Catalunya, Departament d’Història Moderna de la Universitat de Barcelona, 17-20 de desembre de 2013.

Eva Serra i Puig és professora emèrita de la Universitat de Barcelona