LA MEMORIA DE LOS SEFARDÍES ESPAÑOLES DE TESALÓNICA. EL MUSEO DJUDIO DE SALONIK.

Antonio Buj Buj

Un lugar no es sólo su presente, sino también ese laberinto de tiempos y épocas diferentes que se entrecruzan en un paisaje y lo constituyen, como escribe Claudio Magris en su obra El infinito viajar (Crítica, 2014). Pocos lugares hay en el mundo donde ese laberinto de tiempos se pueden llegar a entrecruzar tanto como en la ciudad griega de Tesalónica. También llamada Salónica, Salonicha, Solun, Selanik, Salonicco, sólo en la Edad Media tuvo más de una docena de toponimias distintas.

Al fondo del golfo Termaico, Tesalónica, fundada por Casandro, rey de Macedonia, en el 315 aC., se convirtió dos siglos más tarde en capital de la Provincia macedonia de los romanos. Adriano, el emperador filoheleno, la protegió. Galerio, en los inicios del siglo IV dC., construyó monumentos públicos y persiguió a los cristianos. Sus murallas resistieron los ataques de los ostrogodos, los hunos y los eslavos. Tesalónica sufrió los ataques de los piratas árabes, de los búlgaros, de los normandos, de los francos de la cuarta cruzada; reintegrada al imperio bizantino, fue anexionada al imperio Otomano en 1430. La llegada de colonos otomanos a finales del siglo XV, pero sobre todo de 20.000 judíos sefardíes españoles, modificaron completamente la fisonomía de la ciudad. En los inicios del siglo XX, la comunidad judía era la más importante en cuanto al número. De sus más de 150.000 habitantes, más de 60.000 eran sefardíes. A su presencia, y a su brutal desaparición, está dedicado el Museo Judío de Tesalónica.

 Vista de Tesalónica desde las murallas superiores antes de la ocupación griega de 1912. Al fondo, el puerto. Se aprecian algunos minaretes de la treintena de mezquitas existentes en la ciudad. Carta postal adquirida por el autor.

Vista de Tesalónica desde las murallas superiores antes de la ocupación griega de 1912. Al fondo, el puerto. Se aprecian algunos minaretes de la treintena de mezquitas existentes en la ciudad. Carta postal adquirida por el autor.

Desde que se inauguró en Inglaterra en 1290 la política de expulsión de los judíos, y que tuvo su momento álgido con la proscripción de Isabel y Fernando de los sefardíes, judíos de Sefarad, España en hebreo, el centro de gravedad del mundo judío se desplazó hacia el este de Europa y los territorios otomanos. Los aproximadamente 200.000 sefardíes expulsados preservaron su lengua y cultura más de cuatro siglos. La lengua judeoespañola se conoció también con el nombre de spaniol, judezmo, judyo, jidyo, spanolith, spaniolish o espanioliko en el Mediterráneo oriental, haketiya en el norte de Marruecos o tetuani en la región argelina de Orán. La aparición de los estados-nación en el siglo XIX y la desintegración del imperio Otomano propiciaron el declive del judeoespañol. El genocidio nazi dio la puntilla a las comunidades sefardíes de los Balcanes. Sólo en Grecia, de los 80.000 judíos censados en el año 1940, la mayoría de Tesalónica, sólo sobrevivían unos 10.000 en 1947.

Tesalónica, la Sefarad de los Balcanes, fue durante siglos un centro comercial muy bien situado; su radio de acción llegaba hasta el interior de los Balcanes, y se extendía por oriente hasta la India y por el oeste hasta los puertos italianos. Los judíos desempeñaron un papel esencial en esa economía regional. En los inicios del siglo XX era la ciudad industrial más importante de los Balcanes otomanos. Buena parte de la clase obrera así como sus dirigentes intelectuales eran judíos. Tesalónica, y su comunidad sefardí, participaron de las convulsiones de los llamados años de vértigo 1900-1914. Después de cinco siglos como otomana, Tesalónica pasó, en 1912, tras la primera guerra balcánica, a ser griega. Como explica Mark Mazower en su libro La ciudad de los espíritus (Crítica, 2009), la ciudad empezó a perder parte de su heterogeneidad; se cambió el nombre de las calles, el griego se convirtió en el lenguaje de la administración, y los que rehusaron la ciudadanía griega fueron expulsados de sus puestos.

En agosto de 1917 un incendio asoló Tesalónica y casi la mitad de su población perdió el hogar. Los barrios más afectados fueron los sefardíes. Sus comunidades quedaron empobrecidas y marginalizadas. El intercambio de poblaciones turco-griegas de aquellos años, especialmente el de 1923, producto de las confrontaciones entre los dos Estados, propició la homogeneización étnica de la ciudad. Los judíos empezaron a estar en minoría. La entrada, el 9 de abril de 1941, de las tropas alemanas en la ciudad, dio paso poco después al infame capítulo de la humillación pública de los judíos, en julio de 1942, y en octubre de ese año al arrasamiento del cementerio hebreo de Tesalónica, de unas treinta hectáreas; alrededor de medio millón de tumbas fueron profanadas, nos informa el díptico oficial del Museo Djidio de Salonik. A mitad de marzo de 1943 empezaron las deportaciones a los campos de concentración nazis en Polonia. En cuatro meses habían sido trasladados y exterminados más de 45.000 judíos sefardíes en las cámaras de gas. A finales de 1945, el 96,5 por ciento de la comunidad había sido exterminado en los campos de Aushwitz y Bergen-Belsen.

El Museo Judío de Tesalónica ha sido creado, se nos dice en el díptico, para honrar la rica y creativa herencia sefardí que desde el siglo XV había disfrutado Tesalónica, la también llamada Madre de Israel. Los judíos españoles pusieron al servicio otomano la imprenta, la cartografía, las ciencias medievales y otras destrezas de la época. También los trabajos de cabalística de la tradición mística de Gerona. El museo se localiza en uno de los edificios supervivientes del incendio de 1917 y, podemos leer, ha sido testigo silencioso durante siglos de la presencia de la lengua de Cervantes y de los aromas de las cocinas de Sevilla y Toledo. El museo incorpora fotografías, revistas, diarios, libros, y documentación etnográfica diversa. En el piso central podemos ver algunas de las lápidas recuperadas del antiguo cementerio judío y un muro basáltico con miles de nombres de sefardíes españoles desaparecidos en el holocausto.

El autor en la puerta del Museo Judío de Tesalónica (Agiou Mina, 13). Agosto 2015. Fotografía de Francisca Guerola.
El autor en la puerta del Museo Judío de Tesalónica (Agiou Mina, 13). Agosto 2015. Fotografía de Francisca Guerola.

En el mes de octubre la prensa se hizo eco de que los sefardíes repartidos por los cinco continentes podrán iniciar los trámites para ser españoles. La ley fue aprobada el 11 de junio de este año 2015. Se calcula que unos dos millones de personas podrán acceder a la nacionalidad española. Aunque tarde, se empieza a reparar un error histórico secular.

Para mayor información:

Web del Museo Djidio de Salonik (en griego e inglés): http://www.jmth.gr/

Richard Ayoun: Los djudeo-espanyoles. Los kaminos de una komunidad, Museo Djudio de Salonik, Trezladado del franses por el Profesor Haïm-Vidal Sephiha, Design Graphic France, 2003.

Antonio Buj Buj es Catedrático de Enseñanza Secundaria y Doctor en Geografía Humana por la Universidad de Barcelona.