Francisco Navarro Jiménez*
Hacia mediados del siglo XIX, en Europa florecieron las ciencias y técnicas modernas vinculadas a la organización de la ciudad, especialmente de las grandes capitales. En aquel contexto, los cascos antiguos y sus periferias en proceso de industrialización, se convirtieron en objeto de numerosos planes de reforma urbana y ensanche. Detrás de aquellas operaciones sobre la estructura espacial de las ciudades, se encontraban urbanistas, políticos y diversos agentes capitalistas.
En sus inicios las reformas urbanas estuvieron influidas, al menos en un nivel teórico, por la experiencia pionera del Barón Haussmann y las demoliciones del centro de París. Sin embargo, prácticamente ninguna de estas reformas se llevó a cabo fuera del territorio francés. Esto se debió a las limitaciones propias del modelo parisino. Pero también porque los contextos políticos nacionales, en los que unas y otras fueron concebidas, tenían diferencias sustanciales o se habían transformado para la segunda mitad del siglo a través de grandes acontecimientos bélicos o revolucionarios.
El desarrollo del capitalismo industrial también fue un factor determinante para el surgimiento de las nuevas formas de utilización del espacio central de las ciudades. La ecuación se completaba con la especulación sobre sus territorios periféricos, normalmente de vocación agraria. El modelo se articuló perfectamente con el paradigma liberal de la propiedad privada. Así, la sustitución del valor de uso del suelo, por su valor de cambio, constituyó un fuerte pilar para las sucesivas transformaciones urbanas.
Pero no todo quedaba allí. El modelo, casi ideológico, también generó detractores organizados que se convirtieron en actores centrales de los primeros conflictos modernos por la ciudad, como en el caso de los propietarios de predios en el centro de Barcelona. Los fracasos entre quienes plantearon reformas de saneamiento urbano, bajo el esquema de la demolición y la reedificación dentro de los cascos antiguos, fueron muchos, como por ejemplo el del puerto de Marsella, la compleja ciudad de Nápoles o el proyecto finisecular de Ángel José Baixeiras sobre el Casc Antic de Barcelona.
La haussmanización de París, tan denunciada por Walter Benjamin a inicios del siglo XX, contrastó con los conceptos urbanísticos del L´Eixample contenidos en el Plan Cerdá de 1859 para la ciudad de Barcelona. Lo mismo sucedió con el caso del Projecto de engrandecimento da cidade de Lisboa del año 1870. Ambos planes guardaron mayores similitudes con lo sucedido en la ciudad de Lima. En el caso de esta, el plan de ensanche no fue tan ambicioso ni tan elaborado como el proyectado por Cerdá. Sin embargo, podemos afirmar que la idea de una nueva forma de crecimiento urbano asociado a la Revolución Industrial y al poder burgués más allá de los límites espaciales de la antigua muralla, se encontraban presentes en el proceso de modernización urbana de la capital del Perú.
Las transformaciones del área central y periférica de Lima comenzaron a tomar forma a partir del Decreto de demolición de la muralla, firmado por el presidente José Balta en el año 1869. A ello se suma la aprobación de los Planos y proyecto del ensanche de la ciudad de Lima durante el año de 1871, atribuidos al ingeniero Luis Sadá y al arquitecto Manuel San Martín.
En Lima existía la necesidad de resolver de forma pragmática las problemáticas espaciales y demográficas derivadas de la densificación del tejido urbano. El paulatino asentamiento de los talleres protoindustriales, así como el aumento de la población en condiciones de hacinamiento y precariedad impuestas por la muralla, fueron claves para la apertura de la ciudad a través del plan de ensanche. Este plan, además de la construcción de una nueva ciudad en las afueras del casco antiguo, contemplaba la apertura de grandes avenidas y la inserción de redes de servicios urbanos.
En suma, podemos decir que en la ciudad de Lima existió una clara idea de ensanche, donde el casco antiguo se encontraba rodeado por una muralla, ésta se demolió, se planearon la apertura y alineación de nuevas calles y avenidas a través de un plano regulador. Las obras liberaron al núcleo fundacional de su encierro y permitieron el ensanche de sus límites espaciales a través de la urbanización, ya fuese en la forma de fraccionamientos habitacionales de pequeña propiedad privada, áreas fabriles, o nodos de transportes, plazas y alamedas dedicadas a las actividades seculares.
La apertura material del espacio también representó una ruptura con el pasado más tradicional de la ciudad y con el antiguo orden socio-espacial impuesto durante los siglos de la Colonia. Aquella ciudad surgida del ensanche, manifestó en su configuración espacial las nuevas formas del urbanismo y el capitalismo modernos. Quizá valdría la pena preguntarnos cuánto ha cambiado aquella lógica finisecular hasta nuestros tiempos.
Para mayor información:
NAVARRO JIMÉNEZ, Francisco Javier. Del derribo de la muralla a los tranvías electrificados: elementos para la modernización urbana de la ciudad de Lima, 1869-1910. Biblio3W. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales. [En línea]. Barcelona: Universidad de Barcelona, 15 de mayo de 2017, vol. XXII, nº1.199. <http://www.ub.es/geocrit/b3w-1199.pdf>. [ISSN 1138-9796].
*Francisco Navarro Jiménez es Licenciado en Geografía Humana por la Universidad Autónoma Metropolitana y Maestro en Historia Internacional por el Centro de Investigación y Docencia Económicas, Ciudad de México.