Dolores Brandis e Isabel del Río
De 2014 a 2018 se está conmemorando el centenario de la Primera Guerra Mundial con actos de significación política y simbólica, con estudios y manifestaciones culturales y con el diseño de rutas turísticas o “caminos de memoria” que recorren los territorios devastados de Flandes a los Vosgos. Este hecho conecta con el título de este artículo, que alude a las prácticas turísticas y culturales llevadas a cabo por los gobiernos republicano y franquista durante la Guerra Civil Española, y se inserta en una de las muchas modalidades actuales de turismo cultural.
El turismo de guerra, “turismo político” o “turismo negro”, está relacionado con la visita a los sitios que están en guerra, como la arruinada ciudad siria de Deirez Zor o los escenarios bélicos ya pacificados, entre los que destaca el Campo de Concentración de Auschwitz, declarado Patrimonio de la Humanidad en 1979 y visitado por millones de personas cada año. Los viajes a los frentes bélicos se inician con la Gran Guerra y se consolidan con la Segunda Guerra Mundial a donde van viajeros individuales, expediciones, artistas, literatos, periodistas y reporteros de guerra, cuyas obras artísticas, crónicas y textos dan testimonio de lo que significa un territorio en guerra. Lo mismo ocurre con la llegada de visitantes extranjeros a España durante los tres años que dura la Guerra Civil, para los cuales los dos gobiernos combatientes diseñaron políticas turísticas para atraerlos al país, posibilitar su estancia y diseñar los recorridos más apropiados durante su visita.
A la Guerra Civil Española se la considera un laboratorio donde se pone en práctica por primera vez dos políticas culturales y turísticas de corte ideológico y propagandístico, con el fin de crear una imagen del país, diferente a la del enemigo, y difundirla al exterior. Y lo hacen los dos bandos con bastante éxito, si bien con sensibilidades diferentes ante la cultura y el turismo puestas en práctica durante la contienda.
En la España republicana, el Patronato Nacional de Turismo, heredero de la Comisaría Regia (1911-1928), continuó desarrollando, a pesar de las dificultades, parecidas tareas a las que venía desempeñando desde 1933. Eran éstas las de dar a conocer los valores culturales, patrimoniales y paisajísticos del país, así como la de modernizar las estructuras empresariales del turismo, inspirándose en esquemas utilizados por administraciones turísticas de otros países europeos. También tuvo interés en que los visitantes conocieran los frentes de guerra y los destrozos provocados por el ejército sublevado, como lo muestra la tarea cultural y turística que llevó a cabo el escritor Arturo Barea desde el Departamento de Prensa y Propaganda al acompañar a visitantes de guerra extranjeros para reconocer el oeste de la ciudad de Madrid y el barrio de Tetuán, destrozados por las bombas del ejército enemigo. Por otra parte, la cultura republicana tuvo como objetivo principal resaltar la imagen de un país democrático, la de la España atacada por el fascismo, que hay que defender y recuperar. El principal vehículo para difundir cultura y educación fue las numerosas e ilustradas revistas de guerra que surgieron en la España republicana como las de Nova Iberia, Nueva Cultura, información, crítica y orientación intelectual, editada por la Alianza de Intelectuales para la Defensa de la Cultura, y Visions de guerra i reraguarda.
Parecido papel tuvieron las revistas de guerra editadas por el gobierno franquista a sabiendas del papel estratégico que tiene el control de prensa, medios de comunicación y cultura. De entre las muchas revistas de guerra franquistas, destaca Vértice. Revista Nacional de Falange Española Tradicionalista y de las J.O.N.S., promovida por el intelectual Dionisio Ridruejo y sus compañeros Antonio Tovar, Rafael García Serrano, Gonzalo Torrente Ballester, Luis Rosales, Pedro Laín Entralgo y Luis Felipe Vivanco.
Para controlar el turismo, el gobierno franquista crea a principios de 1938 el Servicio Nacional de Turismo, cuya propuesta más acabada es el diseño de las Rutas Turísticas de Guerra que tienen como fin visitar los lugares de la “España Azul”, considerados como símbolos de resistencia bélica. Se señalan cuatro rutas que se apoyan en destinos consolidados, utilizan la infraestructura previa y se comercializan a través de folletos y mapas, entre los que destaca el titulado Rutas Turísticas de Guerra,que es un documento de promoción turística en guerra excepcional y ejemplo de cómo la propaganda turística es utilizada para reforzar la imagen de la España franquista, pacificada y renovada. La cara A del mapa se titula “Paisajes y huellas de la guerra en España” y la cara B contiene la frase: “España os invita a visitar la Ruta de la Guerra del Norte, el cinturón de hierro y las huellas, aún ardientes, de una epopeya inverosímil”
Biblioteca Nacional, Fondos Recoletos, sala Goya, MV/5 ESPAÑA, Rutas Turísticas, 1938.
Así pues, los gobiernos en disputa durante la Guerra Civil española consiguen crear un turismo y una cultura de guerra de gran significado y eficacia para los intereses de los dos bandos combatientes. Llama la atención la rapidez con la que pasa a considerarse al turismo como arma propagandística e instrumento eficaz al servicio de cada uno de los gobiernos, y lo mismo ocurre en los ámbitos de la cultura y las artes. Pero al final de la contienda desaparece el Patronato Nacional de Turismo, heredero del turismo moderno español iniciado a principios del siglo XX, y es sustituido por la política del Servicio Nacional de Turismo, que pone en funcionamiento un turismo de corte nacional-catolicista que se refuerza al fin de la guerra y se amplía a todo el país.
Para mayor información
BRANDIS, D. y RÍO, I. del. Turismo y paisaje durante la Guerra Civil Española, 1936-1939, Scripta Nova, V. XX, nº 530, 15 de febrero de 2016, 27 páginas.
Dolores Brandis e Isabel del Río son profesoras de Geografía Humana de la Universidad Complutense de Madrid y miembros del Grupo de Investigación: Turismo, patrimonio y desarrollo (www.ucm.es/geoturis)