Desastre y reconstrucción. Puerto Príncipe seis años después del terremoto

Por: Laura Moreno Segura1

El 12 de enero del 2010 Haití fue sacudido por un fuerte temblor de tierra que parecía ser el fin del mundo, al menos, del mundo de los haitianos. A partir de ese momento, aquel inolvidable evento fue conocido en Haití como Goudou Goudou, emulando el sonido que hacía la tierra mientras se movía. Pero el lenguaje siempre vivo ha permitido que está onomatopeya se enriquezca de significados, siendo hoy también entendida como «cuando el tiempo se fractura», aludiendo con ello a que la oscuridad que se produjo bajo los escombros sigue presente en la vida de los haitianos. Así, la tragedia de aquel día no ha dejado de producir ecos en la vida de los habitantes de Puerto Príncipe, ni en sus instituciones, ni en su ciudad.

De las ruinas a los campamentos

El shock y la conmoción que siguieron al terremoto no impidieron que los sobrevivientes rápidamente comenzaran a refugiarse en improvisados campamentos, para protegerse colectivamente de la muerte y de las réplicas del goudou goudou. La cooperación internacional, por su parte, respondió a la emergencia ampliando el número de campamentos de refugiados a través de la entrega de material para la construcción de tiendas de campaña, la entrega de agua y alimentos. Se calcula que en los campamentos llegaron a vivir 1.536.447 personas que se quedaron sin techo (CCCM, 2010, p. 1) Dicha estrategia primó durante el primer año y medio después del terremoto e impulsó la proliferación de campamentos de refugiados sin acceso a servicios básicos, viviendo en condiciones de seguridad física y humana cuestionables, mientras que los escombros, extendidos por doquier, aparecían como los nuevos ocupantes de la ciudad, dejando poco espacio disponible para que el levantamiento de alojamientos pudiese realizarse.

Un estudio de Lawyer’s Earthquake Response Network (2010, p. 8) muestra la inadecuada estructura que poseían las tiendas donadas y cómo se instalaron en territorios densamente poblados. La posesión de un abrigo transitorio no aliviaba significativamente la miseria en la que vivían sus habitantes, quienes debían soportar el calor que se acumulaba en las tiendas que medían sólo 6 pies de altura -siendo el tamaño medio de las familias entre 6 y 12 miembros- la falta de privacidad, las moscas y los hedores producto de la mala gestión de las letrinas y los desechos.

Viviendas transitorias y retorno a los barrios

Las ONGs propusieron soluciones transitorias de vivienda, mediante la entrega de refugios temporales (t-shelters) que se suponía mejorarían las condiciones de vida de sus beneficiarios. Éstos se instalaron sin seguir ninguna política de planificación del territorio, ni gestión del riesgo. Los t-shelters fueron construidos con lona o madera, sin cimientos –para que pudieran removerse fácilmente, suponiendo que serían temporales- y sin instalación de redes de servicios públicos. La mayoría de t-shelters fueron ubicados en los lugares en los que vivían las familias antes del sismo, es decir, justo allí donde el terremoto y la inadecuada construcción habían reducido a escombros todo el entorno construido. A pesar de las limitaciones y los efectos perversos de este programa de ayuda, la mayoría de los fondos de la comunidad internacional se destinaron a la entrega de shelters y viviendas transitorias: en octubre de 2011 se completó la construcción de 96.000 abrigos transitorios, 4.600 viviendas nuevas y sólo se repararon 6.600 cuando el sismo destruyó 250.000”. (Cohen, 2012, p. 6). Esta política post-desastre definitivamente no permitía “reconstruir mejor”, tal como lo había prometido insistentemente el Enviado Especial de las Naciones Unidas en Haití, Bill Clinton, sino que más bien deja una amalgama de construcciones en los barrios que no atienden a ningún parámetro de planificación, exponiendo a sus habitantes a todos los riesgos (deslizamientos, inundaciones, colapso de las estructuras, etc) que derivan en catástrofes.

Mientras tanto, la autoconstrucción y autoreparación de viviendas no se hacían esperar, pues los habitantes de los campamentos, extenuados de vivir en tal precariedad, decidían emprender el camino de vuelta a casa aunque no tuvieran los materiales, ni el dinero, ni los conocimientos técnicos para hacerlo. Si ya habían autoconstruido antes prácticamente la totalidad de la ciudad, por qué no iban a poder hacerlo de nuevo.

La presión de la comunidad internacional que demandaba el cierre definitivo de los campamentos de refugiados también generó respuestas por parte de los principales donantes y el gobierno haitiano. De allí surge el programa de relocalización de habitantes de los campamentos hacia los barrios mediante la entrega de subsidios de alquiler, la ayuda en la reparación de viviendas y el mejoramiento de los barrios. El programa recibió el nombre de 16/6, en tanto que se proponía reubicar a los habitantes de 6 campamentos en 16 barrios. Curiosamente, los barrios elegidos para la reubicación fueron clasificados por diversos estudios como zonas de alto riesgo.

Mapa 1. Yuxtaposición de barrios del 16/6 y zonas de riesgo en la ciudad.  Delimitación de zonas de alto riesgo sísmico 16 barrios objeto de intervención por el Programa del 16/6 Zonas de alto riesgo de deslizamiento Fuente: Elaboración propia con base en los datos de: IASC, 2011 y Bertil, Roullé, Belvaux, Terrier, Noury, 2010.
Mapa 1. Yuxtaposición de barrios del 16/6 y zonas de riesgo en la ciudad. Delimitación de zonas de alto riesgo sísmico 16 barrios objeto de intervención por el Programa del 16/6 Zonas de alto riesgo de deslizamiento Fuente: Elaboración propia con base en los datos de: IASC, 2011 y Bertil, Roullé, Belvaux, Terrier, Noury, 2010.

El subsidio de alquiler fue la opción mayoritariamente elegida por los beneficiarios, pero sin la debida ampliación del parque inmobiliario, impulsó la densificación de espacios –en una habitación donde antes del sismo vivían 4 personas ahora viven 6-, el incremento de los precios del alquiler, el aumento de la autoconstrucción en zonas de alto riesgo –utilizando la mitad del dinero para comprar materiales y la otra mitad para el alquiler de un terreno en las zonas altas de las montañas- y la ampliación de la mancha urbana de la capital. La precariedad en la que se han relocalizado muchas de las familias que antes habitaron los campamentos ha inspirado a miembros de los equipos de protección que trabajan en Haití a sugerir que la relocalización, tal como se ha implementado en Puerto Príncipe, puede constituir una forma más sofisticada de desalojo forzado.

Según Amnistía Internacional, de las 37.000 viviendas que se han construido en Haití después del terremoto, menos del 20% son realmente duraderas. Así, el 16/6 ha servido para cerrar campamentos pero no para ofrecer soluciones de vivienda durable y sostenible. El relator especial de las Naciones Unidas sobre los derechos de las personas desplazadas, señalaba en febrero de 2014 que “la política de subsidios de alquiler es una medida transitoria para descongestionar los campamentos. Para ser sostenible, esta política debe estar vinculada a los medios de vida y actividades de generación de ingresos y beneficiar a toda la comunidad en la que se establecieron los desplazados internos, en particular mediante un mayor acceso a los servicios básicos.» (OHCHR, 2014). A la fecha, noviembre de 2015, los pocos programas que continúan en operación siguen concentrándose en la ayuda humanitaria y no en el desarrollo sostenible.

De este modo, no resulta extraño que en el año 2013, el Comité Interministériel d’Aménagement du Territoire (CIAT), haya declarado que la ciudad se enfrentaba a mayores riesgos que antes del terremoto. Una conclusión similar ofrece el grupo de investigación “Sismología-riesgo sísmico y procesado de la señal en fenómenos naturales”, quienes en un estudio publicado en septiembre del 2015, afirman que tras cinco años y quince billones de dólares gastados en la reconstrucción, Puerto Príncipe sigue sin estar preparada para hacer frente a fenómenos naturales, pues un nuevo terremoto dejaría 30.000 viviendas inhabitables. Así, las malas prácticas de construcción, la habitación de zonas de alto riesgo, la inexistencia de un una red sísmica en el país, y un proceso de reconstrucción descoordinado y dirigido hacia soluciones temporales dejan, seis años después, una ciudad de formas abigarradas, inestable, frágil, sostenida por el ingenio de sus habitantes y construida por actores con dislocados intereses.

Para mayor información:

MORENO SEGURA, Laura Natalia. “Puerto Príncipe y el Desastre. Siguiendo las huellas de una reconstrucción difusa”. Directores: Tomeu Vidal y João Pedro Costa. Universidad de Barcelona, Doctorado en Espacio Público y Regeneración Urbana, 2015.

1Doctora en Espacio Público y Regeneración Urbana de la Universidad de Barcelona. M.A en Estudios Políticos y Relaciones Internacionales. Experta en cooperación internacional, regeneración y reconstrucción urbanas.

Penalidad del escenario post – desastre frente a la ocurrencia de un sismo con magnitud ≥ 6.5 en la ciudad de Villavicencio, Colombia

Por Germán Chicangana, Carlos Vargas – Jiménez y Alexander Caneva.

Villavicencio está ubicada en el centro de Colombia y tiene una población de 450.000 habitantes. Esta ciudad es el principal centro administrativo y económico de la Orinoquía colombiana región denominada también Llanos Orientales. Su amenaza sísmica se debe a que la ciudad se encuentra asentada en el borde oriental de la Cordillera Oriental, región que se conoce como Piedemonte Llanero.

Esta región en términos geológicos se ha construido durante los últimos siete millones de años. El Sistema de Fallas del Piedemonte Llanero es uno de los elementos geológicos que han contribuido en esta construcción. La sismicidad instrumental registrada por la Red Sismológica Nacional de Colombia confirma la actividad tectónica de las principales fallas próximas a Villavicencio y en esta región se han presentado además varios sismos históricos.

Panorámica de la ciudad de Villavicencio en el centro oriente de Colombia.
Panorámica de la ciudad de Villavicencio en el centro oriente de Colombia.

Panorámica de la ciudad de Villavicencio en el centro oriente de Colombia.

Además de esta situación, el subsuelo del área urbana de Villavicencio está constituido por sedimentos no consolidados que proceden del desarrollo de abanicos aluviales durante los últimos dos millones de años. Dichos sedimentos conforman cerca del 70 por ciento del área urbana y están constituidos de arcillas, arenas y gravas no consolidadas, con un alto porcentaje de saturación y espesores que superan los 100 m. Estos suelos son susceptibles al fenómeno de la licuación de suelos y por esta causa, la aceleración sísmica esperada por la ocurrencia de un sismo de gran magnitud a nivel local o lejano inclusive, fácilmente produciría en sus suelos, aceleraciones que superarían dos gravedades con periodos fundamentales de hasta 0,75 segundos.

El rápido crecimiento de la ciudad y la falta de control de sus autoridades para hacer cumplir la norma para construir con sismoresistencia, incrementan también de manera dramática el riesgo sísmico dando lugar por este factor un escenario post – desastre muy devastador en términos de destrucción de edificaciones.

Considerando además que en la ciudad impera un estrato socioeconómico bajo en más de la mitad de su población y que presenta una planificación urbana deficiente para su desarrollo urbano, su recuperación post – desastre luego de la ocurrencia de un sismo en términos de tiempo, podría demorarse más de una década, teniendo presente que esta misma situación ya se ha observado en otras ciudades de Colombia que sufrieron un sismo de fuerte muy próximo a su área urbana como Armenia y Popayán. (En estos últimos casos persistieron los retrasos en la reconstrucción y luego de haber pasado más de un década de ocurrido el sismo, ambas áreas urbanas no se habían recuperado en su totalidad).

Sí las autoridades gubernamentales no toman las medidas correctivas en el corto plazo para mitigar los efectos de un terremoto, el escenario post – desastre para la ciudad con la ocurrencia de un sismo local de gran magnitud mostrará efectos devastadores que afectaran la economía no solo de la ciudad, sino de Colombia, considerando para esto que la no inversión en la prevención y medidas de mitigación frente a la ocurrencia de un sismo en la ciudad, dará como resultado que el costo para su recuperación será más grande a un plazo de tiempo largo, que la misma inversión que se realiza en el mismo lapso de tiempo para mejorar la calidad de vida y el desarrollo sostenible de sus habitantes.

Para mayor información:

CHICANGANA, G., VARGAS-JIMÉNEZ, C. A., CANEVA, A. El posible escenario de riesgo por el efecto de un sismo con M ≥ 6.5 para la ciudad de Villavicencio, Colombia. Revista Cuadernos de Geografía, Departamento de Geografía, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá D.C, 2013, 22 (2) p. 171 – 190.

Germán Chicangana es profesor – investigador de la Corporación Universitaria del Meta en Villavicencio, Colombia, e investigador del grupo Geofísica del Departamento de Geociencias de la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional de Colombia, en Bogotá D.C., Colombia.

Carlos Vargas – Jiménez es profesor e investigador del grupo Geofísica del Departamento de Geociencias de la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional de Colombia, en Bogotá D.C., Colombia.

Alexander Caneva es profesor e investigador de la Dirección Nacional de Investigaciones de la Universidad Antonio Nariño en Bogotá D.C., Colombia.