Diego A. Barrado Timón*
El viaje y la estancia, pero también la información turística que nos llega a través de soportes cada vez más diversos, se están convirtiendo en una fuente esencial para explicar la imagen que tenemos tanto de nuestro propio país o ámbito cultural como de espacios remotos. También los espacios rurales han sido objeto de ese proceso de idealización turística. Sin embargo, en los últimos tiempos a ese discurso idealizador se le está contraponiendo otro, de orden satírico, que tanto desde el humor como la publicidad se dirigen a criticar los mecanismos ideológicos que subyacen a la idealización rural.
Si bien es cierto que la mayor parte de los habitantes urbanos tienen raíces rurales más o menos próximas, lo cierto es que en un mundo en proceso de urbanización lo rural se está convirtiendo día a día en una realidad entendida como exótica, en tanto en cuanto se nos presenta como atractiva precisamente por todo aquello por lo que, real o supuestamente, difiere de la ciudad. Esta percepción de lo rural como lo que no es ciudad, como una reserva de autenticidad y tradicionalismo frente a los males derivados de la urbanización, ha sido utilizada por el turismo hasta el punto de idealizar como una construcción finalista de carácter único y estético cada porción de ruralidad susceptible de ser explotada. El resultado ha sido la progresiva creación de un verdadero ideario turístico en el que lo rural es reinterpretado como patrimonio. Para ello ha sido posible recurrir a un gigantesco conjunto de imágenes, ideas y símbolos procedentes principalmente del arte y la literatura, de extraordinario valor cultural, que identifican el campo con el pasado y con estilos de vida antiguos, naturales y humanos; en contraposición con una ciudad que es percibida como el progreso, la modernización y el desarrollo, pero que en el tránsito hacia ellos ha perdido unos valores que en el campo aún se conservan.
Como resultado, en los últimos años se ha producido un verdadera industria de la memoria que, apoyada en la recuperación de monumentos, tradiciones, recreaciones históricas, museos y parques temáticos, han convertido el mundo rural en un elemento esencial de lo que se ha dado en llamar industria del patrimonio. Y de ahí se han derivado procesos de recuperación, conservación y mantenimiento de un patrimonio más o menos real, pero también otros de apropiación de sus valores cultures, geográficos y ambientales.
En todo caso, lo que se desea destacar no es ni el proceso de patrimonialización de lo rural ni los mecanismos ideológicos que lo han hecho posible, algo que ya ha sido analizado por algunas corrientes críticas de las ciencias sociales. Lo verdaderamente novedoso es que ese discurso crítico realizado por un sector de las ciencias sociales, que desmonta los mecanismos subyacentes al proceso de idealización y muestra su carácter finalista centrado esencialmente en la consecución de objetivos económicos, parece haber trascendido un ámbito puramente académico y muy marcado por un determinada corriente ideológica para ser asumido por gran parte de la sociedad, que lo incorpora a su concepción de lo rural al mismo nivel al que previamente había situado la visión idealizadora.
En efecto, frente a la crítica puramente académica de los procesos de patrimonialización e idealización, en los últimos tiempos se están generalizando las contrarréplicas satíricas que atacan la mistificación rural y los mecanismos ideológicos que la sostienen. Y esta sátira, que aparece en forma de viñetas en periódicos generalistas, monólogos humorísticos o publicidad de muy diverso tipo, se dirige esencialmente a un público no especializado, lo que sostendría la hipótesis de que si en un momento la sociedad incorporó el discurso idealizador y mistificador de lo rural, en la actualidad está igualmente asumiendo la crítica y deconstrucción de ese mismo discurso.
La burla se sustenta generalmente en contrastar los diversos mitos idealizadores que se han construido en torno a lo rural, como el del buen salvaje, la autenticidad, lo tradicional, la ausencia de conflicto social y de relaciones de poder, etc., con un contrapunto que pone al descubierto los objetivos ideológicos de la mitificación. Así, tal y como muestra la imagen anterior, procedente de una campaña de publicidad de una marca de comida precocinada, el contraste satírico se sitúa entre el valor simbólico del atuendo rural de la anciana y de la gastronomía tradicional frente al funcional de la comida envasada, presentada ahora como un patrimonio supuestamente auténtico frente a los evidentes procesos de estandarización que requiere.
En resumen, frente a un campo idealizado que subyace a la ideología del turismo rural, y que lo presenta como el contrapunto positivo de una ciudad deshumanizada, la contrarréplica satírica nos muestra un mundo rural que, o bien ha sucumbido también a las desdichas de la industrialización y la modernidad, o bien se muestra sumido en un atraso social y cultural que hacen que no solo no sea atractivo para el disfrute vacacional, sino que explica el porqué de la emigración masiva hacia las ciudades en la segunda mitad del siglo XX. Como señala Luis Landero en su último libro, El balcón en invierno (2014), la emigración rural siempre se ha escenificado de forma nostálgica, como pérdida o ruptura, mientras que “apenas se menciona lo que aquella desbandada hacia las grandes ciudades tuvo de alegre y liberador”.
Para mayor información: Barrado Timón, Diego A. Mitos y contramitos, utopías y distopías: las representaciones turísticas de lo rural y sus valoraciones satíricas al amparo del discurso crítico de las ciencias sociales. Scripta Nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales. [En línea]. Barcelona: Universidad de Barcelona, 20 de junio de 2014, vol XVIII, nº 480. <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-480.htm>. ISSN: 1138-9788.
* Diego A. Barrado Timón es profesor titular de la Universidad Autónoma de Madrid.