Juan José Natera Rivas*
No cabe duda de que el nivel de instrucción de la población es una variable importante que le permitirá, entre otras cosas, aumentar sus posibilidades de integrarse de manera legal en el mercado de trabajo, optar a mejores puestos en éste, o excluir a su hogar de la pobreza. Por ello, no debe extrañar que precisamente uno de los Objetivos del Milenio de Naciones Unidas fuese lograr la escolarización primaria universal. Por otro lado, los niveles de instrucción son diferentes según correspondan a población rural o a urbana, siempre a favor de ésta última; una diferencia que aumenta su relevancia en un contexto en el que lo rural es cada vez menos lo agrario, al tiempo que para dedicarse a su actividad los agricultores de hoy precisan contar cada vez con más conocimientos.
El NOA (Noroeste Argentino) no es una excepción a todo ello: con una quinta parte de su población clasificada como rural, es asiento tanto de actividades agrarias extremadamente rentables –como el limón o la soja-, como de otras rayanas en la subsistencia –como las agriculturas campesinas de la Puna o el Chaco-, lo que progresivamente no sólo está incrementando la brecha entre productores, sino que está expulsando del mercado de trabajo rural a la población que anteriormente se dedicaba a labores agrícolas. La mecanización, con el descenso de los requerimientos de mano de obra que conlleva, está en la base de este descenso, pero también el aumento de las necesidades de capacitación para realizar las labores. Así las cosas, no debe extrañar el que contemos con evidencias de que un aumento de los niveles de instrucción formal, esto es los años pasados en la escuela y los niveles educativos superados, jueguen un papel importante en la reducción de la pobreza rural. A modo de ejemplo, en la provincia de Salta el 70% de los jefes de hogar rurales con credenciales educativas muy bajas eran indigentes.
Para hacernos una idea de la situación de la población rural del NOA en lo relativo a esta importante variable bastan unas pocas cifras: en un extremo de la escala, el 37% ni siquiera acabó la primaria; en el otro, tan sólo el 3,3% terminó los estudios superiores. Resulta, por tanto, que el grueso de la población rural cuenta, en el mejor de los casos, tan sólo con los estudios primarios terminados, un nivel educativo que, hoy por hoy, no tiene más valor que el abrir la puerta para continuar formándose, no hay ascenso social alguno ligado a su posesión.
Ciertamente hay una parte de la población rural que aún se sigue formando, con lo que sería esperable que las cifras anteriores mejorasen. Sin embargo, la situación que muestra el cuadro no es, ni mucho menos, alentadora, antes al contrario.
Más allá de los 14 años, el sistema educativo tan sólo es capaz de mantener en su seno a menos de dos tercios de los jóvenes rurales del NOA en edad de cursar la educación secundaria, y a menos de una quinta parte de los que tienen entre 18 y 24 años, en edad, por tanto, de estudiar una carrera universitaria. Cifras malas por sí mismas, pero peores cuando se comparan no sólo con la población urbana de la región, sino con la población rural del conjunto de la República.
¿Es importante contar con la educación secundaria terminada, o con estudios superiores en el contexto rural de la región? Parece evidente que sí: dada la reducción de empleo agrario que atraviesa la región, el fomento del empleo rural no agrícola a través de políticas de desarrollo rural implica necesariamente fomentar el crecimiento de la industria y los servicios. Cada vez es menos defendible sostener únicamente en el empleo agrario la mejora de la calidad de vida y el descenso de la pobreza en las zonas rurales. Y, en este contexto, podemos estar de acuerdo en que cuanto mayor el nivel de instrucción de la población, mayores las posibilidades no sólo de acometer con éxito iniciativas de desarrollo, sino también de que dichas iniciativas surjan de la propia población rural. Pero vistas las escasas credenciales educativas que posee la población rural del NOA, su potencialidad para «reciclarse» desde el punto de vista productivo, o para competir por unos puestos de trabajo cada vez más escasos se nos antoja muy reducida, lo cual proyecta una sombra de duda sobre la situación socioeconómica futura de esta fracción de la población del Noroeste Argentino.
Para mayor información: NATERA RIVAS, Juan José. Activos educacionales de la población rural en un área empobrecida: la región noroeste de la República Argentina. Cuadernos de Geografía: Revista Colombiana de Geografía. 2016, vol 25, núm 1, p.11-24.
*Juan José Natera Rivas es profesor de Geografía en la Universidad de Málaga.
Frase destacada: El grueso de la población rural cuenta tan sólo con los estudios primarios terminados, pero no hay ascenso social alguno ligado a su posesión