Vicente Casals Costa*
La importancia del papel desempeñado por aquellos a los que se ha denominado “gentes sin historia” es fundamental para la preservación de la memoria colectiva. La Historia, en mayúsculas, no puede entenderse sin ellos; son en realidad la esencia de la que se nutre nuestro espíritu colectivo. Con mucha frecuencia, además, este acontecer vital se relaciona con los intensos procesos migratorios que en todos las épocas han protagonizado millones y millones de personas anónimas que han forjado su manera de ser por medio mundo. Auténticos cosmopolitas, a pesar suyo, que con no poca frecuencia han contribuido de forma relevante a moldear lo mejor de nuestra cultura popular.
El día 2 de septiembre falleció Aquilino Soto, ciudadano respetado y deportista popular de Sabadell. Nació cubano en 1926 al igual que tres de sus seis hermanos. Sus padres se habían desplazado a la isla antillana hacia 1914-1915, siguiendo la oleada migratoria que atrajo a numerosos habitantes de la comarca de el Bierzo (León, España) a trabajar en la próspera industria del azúcar. Ésta, había iniciado, sobre todo en la zona de Camagüey, un ciclo expansivo por aquellos años y que perduró hasta 1926, el año de nacimiento de Aquilino.
El estancamiento de la producción azucarera en la isla en torno a esta fecha debió inducir a sus padres a regresar a la Península Ibérica y se establecieron nuevamente en el hogar familiar, en la leonesa población de Vega de Valcarce, donde permaneció hasta los tres años, momento en que su familia se incorporó nuevamente al ciclo migratorio, como tantos otros bercianos, a la búsqueda de nuevas oportunidades económicas.
En esta ocasión el destino fue la pequeña ciudad de Montbard, en la Borgoña francesa, cuya actividad más importante giraba en torno a una gran empresa metalúrgica, popularmente conocida con el nombre de “Corps Creux”, especializada en la construcción de tuberías y cuya actividad continúa hasta el presente. Esta pequeña, pero importante ciudad, cuna del gran naturalista de la Ilustración Georges-Louis Leclerc, conde de Buffon, cuya huella le ha conferido carácter, marcó de manera muy profunda a Aquilino. Fueron los años de la inicial escolarización –hasta los nueve años– en la escuela pública de la ciudad, y de los atisbos de conciencia social. En 2011, a los 85 años de edad, realizó un viaje de una semana, junto con su hija María José y su nieto Joan, a Montbard. Reconoció perfectamente la ciudad de su niñez, la fábrica, el barrio de las casas para obreros en que residió, hoy totalmente renovado, el canal de Borgoña y su puerto, la escuela, así como alguna de las casas en las que su padre se reunía con sus compañeros de Partido Comunista.
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Sin embargo, algunas dificultades aparecerán en el cielo de Montbard. En 1935 se formó el Front Populaire francés, que al siguiente año ganará las elecciones. Esto, para una familia militante de izquierda como la de Aquilino, debió ser una buena noticia… con resultados inesperados. El Front Populaire comenzó a impulsar una política en la que se insistía en determinados aspectos de carácter nacionalista, en especial en relación a los trabajadores extranjeros que fueron objeto de algunas limitaciones en sus actividades, sobre todo si eran de carácter político. Al parecer, el padre de Aquilino se vio en la tesitura de tener que optar, para poder continuar sin problemas en Francia, por acogerse a la nacionalidad francesa, cosa que no aceptó. Y de nuevo de vuelta al Bierzo.
El regreso a Vega de Valcarce en 1935 tuvo para la familia consecuencias graves. También en España triunfó el 1936 el Frente Popular a lo que le siguió, como es sobradamente conocido, el levantamiento faccioso encabezado por el general Franco. El Bierzo quedó pronto bajo control del ejército franquista. Uno de los hermanos mayores de Aquilino, Floreal, era un militante destacado de las Juventudes Socialistas Unificadas de aquella zona, y por tanto objetivo directo de los franquistas. Abandonó Vega en dirección a Asturias con la intención de incorporarse al ejército republicano. Nunca más se supo de él.
Luego, la guerra, la postguerra y la lucha por la supervivencia en condiciones difíciles. El Bierzo en los años cuarenta era, sin duda, un lugar extremadamente duro para un adolescente; más si su familia estaba marcada con el estigma de ser de izquierda, que dio lugar a situaciones duras y complicadas. Aquilino las vivió allá por 1943-1944, hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, y llevan por nombre uno de los elementos de la tabla periódica: wolframio. El wolfram, como se le conocía por allá, es un mineral que en aquellos años desempeñaba un importante papel estratégico, pues se utilizaba para aumentar la resistencia de los cañones utilizados en la guerra, un proceso técnico dominado, sin embargo, solamente por el ejército alemán. Y en el Bierzo apareció wolframio en la cima de la Peña do Seo, una montaña situada en los aledaños del límite con Galicia.
Y el wolframio comenzó a ser extraído, inicialmente de forma furtiva; un tipo de minería que recordaba los procesos más descontrolados del Far West norteamericano. Organizados en cuadrillas, los mineros extraían el mineral superficial con el recurso del cartucho de dinamita y lo defendían a punta de pistola, una realidad de tintes surrealistas, más si atendemos a la situación y condiciones políticas bajo las que tuvo lugar. Raúl Guerra Garrido describió magistralmente este periodo en su novela El año del wolfram. Y ahí estaba Aquilino acarreando sobre sus hombros sacos del mineral hasta los puntos donde los traficantes lo hacían llegar a los alemanes (o a los aliados, si pagaban mejor).
Cuando años después en 1951, Aquilino y su familia retomaron el ciclo migratorio, ya con 25 años, llevará consigo un arraigado anticlericalismo y un profundo odio a la monetarización de las relaciones humanas. De nuevo buscarán un lugar que ofreciera oportunidades y creerán encontrarlo en Sabadell, la ciudad que Víctor Balaguer, a mediados del siglo XIX, bautizó como el “Manchester catalán”, y que en los años de 1950 lo era del muy franquista alcalde Marcet, de los fabricantes del textil, de las cuevas de las márgenes del río Ripoll. Cuando unos pocos años después se casó, estableció su hogar en el Sabadell del Sur, en el barrio de Campoamor.
Cuando contaba 62 años se aficionó a las carreras de atletismo, práctica que mantuvo hasta hace pocos años. No había practicado con anterioridad otro deporte ni tenía ninguna preparación especial, a no ser sus largas caminatas por las empinadas laderas de los montes bercianos o sus acarreos de mineral por las cuestas de la Peña do Seo. El atletismo, en el que obtuvo unos excelentes resultados dentro de su categoría, lo convirtió en un personaje muy popular en el mundo del deporte, sobre todo sabadellense. En cierta forma, correr ha sido una metáfora de su vida y una forma de liberación. Incluso su fallecimiento se ajustó a esta pauta que al fin le ha llevado a iniciar su última andadura hacia el infinito.
(*) Investigador de la Fundació Bosch i Gimpera, Universitat de Barcelona.
Para mayor información:
Paloma Arenós. Aquilino Soto (1926-2015). El yayo del atletismo, La Vanguardia, jueves 10 de septiembre de 2015, http://www.lavanguardia.com/obituarios/20150907/54435146270/aquilino-soto-yayo-atletismo-obituario.html