Agustí Alcoberro*
Las enfermedades endémicas se cebaron sobre los colonos. La población, formada por unas 800 personas, se redujo a la mitad en tan sólo unos meses. La mayoría reemigró a Viena o Buda en los años siguientes.
Hoy la Nueva Barcelona es Zrenjanin, la ciudad más importante del Banato serbio, con unos 80.000 habitantes.
Ahora que la región de los Balcanes se convierte en antesala de Europa para los refugiados de la guerra civil de Siria, será bueno recordar el papel que ejerció aquella zona hace ya tres cientos años. En concreto, hablamos de la fundación, y del fracaso, de una colonia formada por los exiliados de la Guerra de Sucesión de España (1702-1714). La ciudad se ubicó en el Banato de Temesvar y se llamó Nueva Barcelona. La región mantiene hoy un aspecto abiertamente plurinacional, de encrucijada de caminos, y el recuerdo de la ciudad de los exiliados continúa vivo.
El Banato de Temesvar es una región natural delimitada por los ríos Danubio, Tisza y Mures. Constituyó también una unidad política, con capital en la actual Timisoara, hasta el final de la I Guerra Mundial. Entonces, esta región de la gran llanura panona fue dividida entre Rumanía y Serbia. Tan sólo una pequeña franja septentrional, alrededor de Szeged, correspondió a Hungría.
Obviamente, los Estados contemporáneos han fomentado la división del territorio, a través de redes de comunicación que se ignoran entre sí, cuando no se dan abiertamente la espalda. Las fronteras, ubicadas en espacios extremadamente planos, pretenden romper una tozuda continuidad natural. Los trámites burocráticos se han complicado tras las recientes guerras balcánicas y con la incorporación de Rumanía y Hungría a la Unión Europea. Pero no son, en general, demasiado prolijos ni exhaustivos.
A una y otra parte de los límites territoriales de los Estados se impone una notable diversidad cultural y lingüística. Tanto en el área rumana como en la serbia, las señales de tráfico están escritas en cuatro lenguas: las oficiales de ambos estados, más el alemán y el húngaro. En Timisoara, los adolescentes o sus padres pueden escoger entre los institutos de secundaria rumanos, germánicos o magiares, y los espectadores pueden asistir a funciones teatrales en las tres lenguas. La región del Banato serbio, la Voivodina, tiene hasta seis idiomas oficiales.
Tras la caída del Muro de Berlín, muchos de los miembros de la minoría alemana del Banato emigraron a la RFA. En los últimos años una parte de los húngaros de Rumanía se han desplazado a Hungría. En la Universidad de Szeged ha aumentado también la presencia de estudiantes con pasaporte serbio de lengua y cultura magiares. Sin embargo, aunque en todas partes es constatable una tendencia a la uniformización, el Banato continúa siendo un espacio heterogéneo desde el punto de vista humano.
Las razones históricas de esta realidad social nos llevan al Tratado de Passarowitz de 1718, que puso fin a la III Guerra Turca. El Banato de Temesvar fue incorporado a la llamada Frontera Militar de la monarquía de los Habsburgo, un espacio gestionado directamente desde Viena por el Consejo de Guerra (Kriegsrat) y la Cámara Imperial (Hofkammer). Esta institución fomentó a partir de la década de 1720 la repoblación de un territorio con grandes posibilidades agrícolas, pero por entonces con graves problemas sanitarios a causa de la amplia presencia de zonas pantanosas donde el paludismo era una enfermedad endémica.
La colonización, tutelada desde el Estado, fue protagonizada por parejas de campesinos jóvenes, a quienes se les concedieron tierras y medios para iniciar sus tareas. El conde Claude Mercy-Argenteau, gobernador del Banato, se hizo cargo del proyecto, que incluía la construcción de nuevas ciudades o colonias homogéneas desde el punto de vista étnico. Los nuevos pobladores, germánicos y también magiares, se distribuyeron en un complicado tablero de ajedrez donde ya residían rumanos, serbios, rutenos y otros colectivos.
Y desde 1735 también fueron a parar allí algunos centenares de exiliados de la Guerra de Sucesión de España. Aquella había sido sin duda la primera guerra civil peninsular (además de un conflicto de carácter mundial, con repercusiones en las dos Américas y en Asia). El éxodo que la siguió afectó a unas 30.000 personas, que constituyeron el primer exilio político hispánico. Aproximadamente la mitad de ellos eran catalanes; el resto (valencianos, aragoneses, castellanos) se habían refugiado en Barcelona en los últimos compases de la contienda. Los exiliados se desplazaron a tierras del emperador Carlos VI, el Carlos III de sus seguidores hispánicos. Muchos de ellos se establecieron en Nápoles o Milán, estados incorporados a los dominios de los Habsburgo por la Paz de Rastadt (1714). Los más afortunados se instalaron en Viena, donde construyeron espacios de sociabilidad y de socorro, como el Hospital de Españoles con su iglesia de la Merced o el Monasterio de Montserrat de Viena.
Aquel mundo sucumbió tras la ocupación borbónica de Nápoles en 1734. Muchos exiliados que se habían establecido allí veinte años atrás tuvieron que trasladarse entonces a Viena, donde generaron una crisis humanitaria. En aquel contexto, la administración imperial miró hacia el Banato. La reemigración de exiliados hispánicos hacia aquellas tierras de frontera se inició ya en la primavera de 1735. Los exiliados llamaron Nueva Barcelona a la colonia que les fue adjudicada.
Sin embargo, la historia de la nueva ciudad fue breve y cruel. Los exiliados, algunos de edades avanzadas y todos sin experiencia como agricultores, no respondían precisamente el modelo de colono enviado a abrir nuevas tierras. Las enfermedades endémicas se cebaron sobre los colonos. La población, formada por unas 800 personas, se redujo a la mitad en tan sólo unos meses. La mayoría reemigró a Viena o Buda en los años siguientes. Hoy la Nueva Barcelona es Zrenjanin, la ciudad más importante del Banato serbio, con unos 80.000 habitantes. De aquella fundación difícil sólo quedan algunos recuerdos conservados en el Museo Nacional y en el archivo del obispado católico – además de la magnífica documentación que custodia el Hofkammerarchiv de Viena.
Para mayor información:
Alcoberro, Agustí: La “Nova Barcelona” del Danubi (1735-1738). La ciutat dels exiliats de la Guerra de Successió. Barcelona: Rafael Dalmau ed., 2011
Alcoberro, Agustí: El primer gran exilio político hispánico: el exilio austracista. In Albareda, Joaquim (ed.): El declive de la monarquía y del imperio español. Los tratados de Utrecht (1713-1714). Barcelona: Crítica, 2015, p. 173-224
*Agustí Alcoberro es profesor de Historia Moderna en la Universidad de Barcelona