La evolución de la montaña y el interés de una formación académica específica

Ignasi Aldomà Buixadé *

La preocupación por el desarrollo de las áreas de montaña se encuentra inscrita en el corazón de las políticas sociales y de reequilibrio territorial de los estados europeos. Por sus particulares circunstancias, Suiza representa un país predecesor, con su Ley Forestal centenaria y su Aide aux Montagnards de 1943. En el contexto de la Política Agrícola Comunitaria (PAC) aparecía en el año 1975 la Directiva Europea sobre Agricultura de Montaña, que será seguida por las medidas de desarrollo rural de la Unión Europea que afectan de manera especial estas áreas. Mientras, los principales países europeos abordaban leyes específicas de desarrollo regional para las áreas de montaña. El origen de estas políticas estaba en todos los casos claramente justificado: las serias dificultades de desarrollo económico y social de las áreas de montaña.

Dos aspectos intrínsecamente asociados explican el deterioro de las regiones de montaña: una industrialización centrada en las ciudades que drenaban población y recursos del entorno rural y una crisis de la base productiva agraria correlativa a un aumento de productividad y una tecnificación para satisfacer la demanda urbana de alimento y mano de obra. Con unos resultados particularmente negativos en las áreas de montaña, donde la rugosidad del relieve, el rigor del clima y las distancias dificultaban la reconversión del sector agrario y la implantación industrial.

Los dos procesos no han dejado de incidir en las áreas de montaña; pero a partir de los años 1980 asistimos a una transformación económica y social que abrirá nuevas oportunidades: el desarrollo del turismo y de la sociedad de servicios en general. El desarrollo del esquí abrirá las puertas al turismo de masas en algunos valles de la comarcas alpinas, que verán renacer así su economía y su demografía. Mientras se expande un poco por todas partes el turismo de ocio en la naturaleza, el cultural o, más recientemente, el relacionado con los deportes de aventura, que se sumaran a prácticas anteriores como el termalismo, la caza y la pesca o, incluso, el turismo religioso. En un trabajo general más reciente pudimos realizar un amplio balance de esta evolución que presenta diversas facetas de una transformación en la que de una montaña económicamente pobre, culturalmente atrasada y deficitaria en servicios e infraestructuras pasamos a una montaña en la cual los ingresos, las formas de vida y una buena parte de los servicios se asemejan a los de los medios urbanos.

Esto era así o, como mínimo, aparecía de este modo en el horizonte de las áreas de montaña hasta que los cambios del último decenio abren nuevos horizontes que se perfilan amenazantes para las áreas de montaña (Atlas de la nueva ruralidad, 2009 y 2015). La ganadería de montaña y la explotación forestal de los montes se ve seriamente perjudicada en unos mercados mundiales alimentarios muy abiertos. Mientras las clases sociales medias se enfrentan a la limitación de sus rentas y han de controlar el gasto turístico y de segundas residencias. La práctica del esquí ha llegado a su techo y las estaciones tienen delante retos de competitividad económica y adaptación ambiental. Las administraciones públicas se enfrentan a limitaciones presupuestarias a la hora de cubrir infraestructuras y servicios tan necesarios y tan caros como los que requieren las pequeñas comunidades aisladas que viven en el difícil medio montano. La demografía muestra otra vez síntomas de deterioro y el cambio climático amenaza con una desarticulación de la organización de la vida en los pisos montanos.

En Europa o en Latinoamérica las áreas de montaña y las áreas con limitaciones ambientales específicas en general, han sufrido desde siempre por sus particularidades físicas: la adaptación de la agricultura y la explotación forestal a los pendientes, los problemas y sobreesfuerzos de movilidad relacionados con el aislamiento, las distancias y los pendientes, los períodos largos de inactividad derivados de la presencia de nieve y las condiciones climáticas adversas, la baja productividad del medio derivada de esas mismas condiciones, los riesgos de todo tipo derivados de las fuertes pendientes de montaña y de los acontecimientos meteorológicos excepcionales. En un medio económico relativamente cerrado los valles organizaron una economía a su medida relativamente estable y resiliente; pero sus ventajas se convirtieron en problemas con la apertura comercial y cultural.

En resumen, pues, las áreas de montaña agrupan una parte substancial de los municipios rurales que suman a las condiciones generales de baja densidad demográfica, unas dificultades físicas específicas que repercuten en su desarrollo socioeconómico y requieren un tratamiento especial por parte de los agentes públicos y privados. A los problemas demográficos característicos de las áreas rurales, las áreas de montaña unen los derivados de las limitaciones de tipo ambiental y el aislamiento que encarecen y dificultan las actividades productivas, de manera que el estudio y conocimiento de constituye también una buena introducción a los problemas del medio rural.

En el caso de la montaña el turismo hizo albergar en los tres últimos decenios la esperanza de un desarrollo económico y una sostenibilidad demográfica, pero la crisis económica del último decenio ha vuelto a poner de manifiesto las dificultades de estos territorios y suscita nuevamente el interés de un tratamiento específico de estas áreas. En este contexto, geógrafos, científicos sociales y actores de los espacios montanos necesitan renovar y fortalecer sus bases formativas, factor que ha inducido a los departamentos de Geografía de la Universitat de Lleida, Universitat de Girona, Universitat de Barcelona, Universitat Autònoma de Barcelona y Universitat Rovira i Virgili a crear un Máster Oficial en Gestión de Áreas de Montaña.1 La formación de profesionales capaces de aportar soluciones innovadoras y viables dentro de los marcos normativos y las políticas vigentes, personas capacitadas para el trabajo en –y el liderazgo de- equipos interdisciplinares en organismos públicos y entidades, así como para generar acciones de emprendimiento constituye una base imprescindible para la gestión sostenible y dinamización económica de los espacios de montaña y áreas rurales afines.

(*) Ignasi Aldomà Buixadé. Departamento de Geografía i Sociología de la Universitat de Lleida.

1 . Más información sobre la maestría: www.mastermuntanya.udl.cat / contacto:

mastermuntanya@udl.cat

La regeneración del bosque en la Montaña Central Asturiana y la cartografía de Hábitats de interés comunitario.

Salvador Beato Bergua

Departamento de Geografía, Universidad de Oviedo

La Directiva Hábitats de la Unión Europea creó en 1992 la Red Natura 2000 con el propósito de servir de herramienta para la conservación de los hábitats naturales y de la fauna y flora silvestres del territorio comunitario. Desde entonces, todos los Estados miembros de la Unión han propuesto y conseguido incluir espacios de alto valor natural bajo esta protección y para su uso como reclamo educativo y turístico. Así, buena parte de las áreas naturales, lugares y elementos singulares protegidos en España han sido convertidos en Zonas de Especial Conservación (ZEC) amparados bajo dicha normativa y englobados, por tanto, dentro del patrimonio natural europeo. Sin embargo, la aplicación presenta una grave deficiencia en el Estado español: la cartografía sobre la que se sostiene está desactualizada, se elaboró a una escala inadecuada y presenta, por tanto, importantes errores en la delimitación de las unidades. Esta incorrección es más alarmante aún si tenemos en cuenta que dichos mapas son de consulta obligada en los procedimientos de ordenación territorial, es decir, a partir de ellos se toman decisiones que pueden terminar en dislate: protegiendo una zona de vertido de residuos industriales o pasando una autovía por el medio de una arboleda centenaria. Sea como fuere, los hábitats de interés comunitario son un patrimonio, un legado que ofrecer a las generaciones venideras, y con una adecuada gestión pueden ser objeto de actividades económicas sostenibles, fuente de ingresos y de fijación de población.

Por otro lado, hay bastante desconocimiento del estado actual del patrimonio natural que constituyen nuestras formaciones vegetales, toda vez que se están produciendo grandes y rápidos cambios en el medio natural, rural en la Península Ibérica, especialmente en el montano. En este sentido, el despoblamiento del campo y el abandono de las actividades tradicionales agroganaderas comportan una disminución importante de las perturbaciones antrópicas en las dinámicas naturales que rigen la distribución de la vegetación y, por tanto, modificaciones en la relación de fuerzas entre sociedad y naturaleza que configura el paisaje. Así, la sucesión vegetal avanza hacia etapas progresivas y el matorral que ocupó en las últimas décadas espacios otrora de cultivo y pasto, da paso a bosques jóvenes y a la extensión de aquellos que fueron mantenidos por su explotación (frutos, madera, caza) o inaccesibilidad.

La Montaña Central Asturiana, nombre popular con el que se conoce el sector medio y montano del Macizo Asturiano, da buena cuenta de esto. Los cambios de uso son evidentes, especialmente el fin de las actividades seculares, de los cultivos y los múltiples y variados rebaños, y, en otro orden de cosas, la construcción de infraestructuras que conectan el área metropolitana de Asturias con la Meseta y que le suministran agua y energía. Además, es zona de esparcimiento de los urbanitas que toman este abrupto territorio los fines de semana y festivos, en busca de aire fresco, nieve, bosques y hermosos paisajes.

Así, el Alto Pajares, un valle de alta montaña, ha experimentado importantes transformaciones paisajísticas debido al comentado declive del modelo de sociedad rural y a la construcción de equipamientos e infraestructuras como la estación de esquí Valgrande-Pajares y la autopista del Huerna, líneas de alta tensión, carreteras y ferrocarriles, incluso un gasoducto. Sin embargo, buena parte del Alto Pajares está cubierto por un denso bosque que crece y del que destaca el hermoso hayedo de Valgrande sobre suelos ácidos, catalogado como de interés comunitario (hayedos acidófilos con sotobosque de Ilex y Taxus). Existen, además, otros 2 hábitats de interés (rebollares y acebedas orocantábricas) y todos ellos alcanzan en total una extensión de 1.105,49 ha, lo que representa más del 70% de su área boscosa.

Por otro lado, la Sierra del Aramo, alineación calcárea de media montaña de vocación tradicional ganadera, recibe un continuo flujo de visitantes, provee con sus recursos hídricos y paisajísticos a la cercana Oviedo y observa el crecimiento de sus masas arbustivas y boscosas por sus pendientes laderas, frecuentadas y admiradas por caminantes y ciclistas. El Aramo se encuentra entre dos regiones biogeográficas contrastadas, es decir, con condiciones de temperatura y humedad diferenciadas. Esto explica que cuente con 7 formaciones vegetales (hayedos acidófilos, carbayedas de Quercus robur, encinares de Quercus ilex y Quercus rotundifolia, alisedas ribereñas, así como tilares, rebollares y acebedas orocantábricos,) hábitats de interés comunitario diferentes, que abarcan 2.235 ha, esto es, más del 28% de su superficie forestal.

De este modo, sendas zonas de la Montaña Central Asturiana son una muestra de su elevado patrimonio vegetal, por otra parte, susceptible de ser incluido en la Directiva Hábitats. Además, el crecimiento de los bosques que se está produciendo en las últimas décadas por el descenso de la presión ganadera va a suponer, a priori, un aumento del patrimonio natural que podrá ser utilizado para el desarrollo local sostenible y para frenar el vaciamiento demográfico en curso. No obstante, es necesario realizar una correcta ordenación territorial, la cual no se puede llevar a cabo sin una cartografía precisa y un buen conocimiento del medio físico y de la idiosincrasia sociocultural del campo y las aldeas.

Fotografía: El acebo, especie protegida en Asturias, progresa sobre los pastos que, además, soportan una presión ganadera menor y van siendo ocupados por matorrales si no son quemados periódicamente (como en la imagen). El avance de los arbustos y el bosque supone pérdidas patrimoniales culturales (desaparición de elementos de las estructuras territoriales agro-ganaderas, homogeneización del paisaje) aunque también ganancias: en este caso, la vegetación potencial en esta zona al Sur de la Sierra del Aramo es el hayedo acidófilo, catalogado por la UE como Hábitat de interés comunitario.
Fotografía: El acebo, especie protegida en Asturias, progresa sobre los pastos que, además, soportan una presión ganadera menor y van siendo ocupados por matorrales si no son quemados periódicamente (como en la imagen). El avance de los arbustos y el bosque supone pérdidas patrimoniales culturales (desaparición de elementos de las estructuras territoriales agro-ganaderas, homogeneización del paisaje) aunque también ganancias: en este caso, la vegetación potencial en esta zona al Sur de la Sierra del Aramo es el hayedo acidófilo, catalogado por la UE como Hábitat de interés comunitario.

Para mayor información

BEATO BERGUA, Salvador, MARINO ALFONSO, José Luis y POBLETE PIEDRABUENA, Miguel Ángel (2017). El paisaje vegetal y los hábitats forestales de interés comunitario en la Montaña Central Asturiana. Cuadernos Geográficos, 56(1), p. 26-52. ISSN 2340-0129.

Disponible en: <http://revistaseug.ugr.es/index.php/cuadgeo/article/view/4834>

Salvador Beato Bergua es investigador predoctoral en el Departamento de Geografía de la Uni­ver­si­dad de Oviedo (España).

LO QUE LA POBLACIÓN PERCIBE DEL CAMBIO AMBIENTAL EN LA MONTAÑA MEDITERRÁNEA

Teodoro Lasanta*

Nuria Esther Pascual Bellido**

La montaña reúne a un 10% aproximadamente de la población mundial, pero abastece en bienes y servicios a más del 50% de los habitantes de la tierra. Por ello, algunos científicos sugieren que las montañas deben considerarse un bien común y que todos debemos participar en su gestión y conservación. Para que éstas sean eficaces, y beneficiosas para el desarrollo sostenible y el medio ambiente, es esencial conocer la opinión de los actores del territorio (stakeholders), porque son los que mejor conocer la realidad local y los encargados de aplicar las políticas públicas.

El interés global de la montaña adquiere especial significado en las mediterráneas, por su dilatada historia de gestión y por sus cambios intensos durante las últimas décadas. Así las españolas, al igual que otras europeas, han experimentado cambios profundos desde mediados del siglo XX, por emigración de la población e inadaptación a un mercado muy competitivo y global. El paisaje ha cambiado (ha perdido rasgos antropógenos para dibujar una imagen más natural) para bien (menor erosión del suelo, mayor absorción de CO2, mejor regulación hídrica, incremento del atractivo para la población urbana,…) y para mal (pérdida de un paisaje cultural, mayor riesgo de incendios, disminución de la biodiversidad,…).

La opinión de los stakeholders es fundamental para interpretar este cambio y gestionar un territorio tan extenso, interesante e influyente como la montaña mediterránea. La gestión es más eficaz y más rápida cuando se tiene en cuenta la opinión de los actores del territorio. Con este fin en Cameros Viejo (Sistema Ibérico riojano), un área muy representativa de la montaña mediterránea, se realizaron 25 entrevistas semiestructuradas a personas pertenecientes a los tres grupos sociales: personas que viven y trabajan en Cameros Viejo (grupo A), que sólo trabajan (grupo B), o que poseen una segunda residencia (grupo C). En el grupo A se incluyen personas mayores, con estudios primarios y ocupados en el sector primario. En el grupo B personas de mediana edad, con estudios superiores y empleados en el sector público. En el grupo C antiguos emigrantes y propietarios de una segunda residencia. Se preguntó por los cambios recientes en la cubierta vegetal, sus causas y sus consecuencias socioeconómicas y ambientales.

Las respuestas mostraron una buena percepción de los cambios paisajísticos registrados desde mediados del siglo XX, siendo muy conscientes del proceso de revegetación. Su percepción coincide con los resultados de los científicos en las principales causas (abandono de tierras, reforestaciones masivas por parte de la administración, y falta de ganado y personas en el monte), en algunas de sus consecuencias socioeconómicas (en la agricultura, ganadería, paisaje y caza) y en varios de los impactos ambientales: hay menos erosión del suelo, mayor riesgo de incendios, expansión de la fauna silvestre y los ríos llevan agua de mejor calidad; difieren en otros impactos, especialmente en el volumen de escorrentía. Lo más interesante de nuestro estudio fue comprobar que el grupo A tiene una percepción más realista de los cambios en el medio natural, quizás por conocer mejor las limitaciones y potencialidad de su territorio, que los otros dos grupos.

Los resultados sugieren algunas recomendaciones. En primer lugar, la menor participación de la población local puede tener implicaciones de cara a la gestión futura, al ser el grupo social que mejor percibe los cambios; son los grupos foráneos los que, cada vez más, orientan y aplican las decisiones de gestión, pese a tener una percepción distorsionada de algunas de las consecuencias socioeconómicas y ambientales de los cambios en el medio natural. En segundo lugar, los científicos deberían divulgar más y mejor sus resultados hasta hacerlos llegar a amplios sectores de la población, especialmente a los gestores del territorio. En tercer lugar, se corre el riesgo, sin la participación de la población local, de perder muchos conocimientos tradicionales que podrían resultar claves para una gestión sostenible del territorio. Por último, se señala la necesidad de tener en cuenta los resultados científicos y los conocimientos locales. Se aconseja, también, la implicación activa de los stakeholders, especialmente de la población local, en la toma de decisiones de adaptación al cambio global. Sólo así será posible actuar sobre espacios que aún conservan su capacidad de recuperación, antes de llegar a un estado irreversible.

Para ampliar información:

Lasanta, T. y Pascual Bellido, N.E. (2015): Percepción y valoración del proceso de revegetación por los actores del territorio: un estudio preliminar en el Sistema Ibérico. Documents d’Anàlisi Geogràfica, 61/1, 113-134

*Profesor de Investigación del CSIC en el Instituto Pirenaico de Ecología.

** Profesora de la Universidad de La Rioja