“La crisis que se plantea hoy en la sociedad y que afecta a todos los estratos culturales ¿requiere una ruptura radical con la continuidad que hasta ahora se viene dando?” Así comenzaba Serguei Kara-Murza, Catedrático de Historia de la Ciencia y de la Tecnología, doctor en Ciencias Químicas y miembro de la Academia de Ciencias de Moscú, su primera clase en un curso sobre Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Zaragoza en el año académico 94/95. Por aquel entonces realizaba el investigador ruso una estancia en la capital aragonesa, aunque ya en años anteriores había sido invitado en diferentes ámbitos universitarios en España. De esas fechas datan ya algunos de los artículos que publicó junto con el prematuramente fallecido Mariano Hormigón, matemático e historiador de la Ciencia, al que también es justo recordar desde estas líneas por la inmensa labor que, junto con otros pioneros, realizó en el desarrollo de la Historia de la Ciencia en España. Por cierto, que subrayar la importancia de la Historia y de la Filosofía de la Ciencia en los planes de estudio universitarios y en los demás niveles académicos es propuesta que se deriva del núcleo de este artículo en el que, a la luz del pensamiento de Serguei Kara-Murza, se reclama en definitiva la unidad del saber. El conocimiento de la Historia y la Filosofía, así como de las instituciones, es tarea imprescindible para una mejor comprensión del momento presente.
Pues bien, la inequívoca respuesta de Kara-Murza a la pregunta que inicia esta reflexión puede resumirse como sigue: si se quiere evitar el desplome en las relaciones económicas, políticas, ambientales, sociales, habrá que romper definitivamente con ciertos postulados de la Modernidad y, en particular, habrá que recuperar la unidad del conocimiento y la adecuada relación entre la Ciencia y sus alrededores – valores y tradiciones, ética y estética – alejándose del cuestionado pero aún imperante modelo antropológico mecanicista que concibe al hombre como desarraigado de la naturaleza; y deberá recuperarse a la vez la unidad entre los conceptos de libertad y responsabilidad.
Tras la propuesta karamurzana se escuchan ecos de científicos, filósofos, economistas y pensadores diversos que han reaccionado frente a la Modernidad incluso desde posturas antagónicas. Kara-Murza, buen conocedor de la Historia de Occidente, se une desde su perspectiva rusa a la crítica de la razón moderna, denunciando que todavía hoy demasiadas estructuras siguen basadas en un caduco modelo supuestamente avalado por la Ciencia, cuando la realidad es que ni la Ciencia actual es la del siglo XVII ni tampoco el modo de comprender la relación con su entorno.
Lo interdisciplinar, lo complejo, lo cooperativo, los conceptos de redes e interconexión son realidades que van sustituyendo viejas ideas mecanicistas. Pero esta visión cosmista – que pensadores rusos como Vernadsky promovieron ya hace un siglo – apenas existe hoy en occidente donde más bien perviven los dualismos que establecen arbitrariamente fronteras entre hombre y mundo, ser y deber, ciencia y valores, razón y corazón, yo y mi cuerpo…
Indudablemente, la racionalidad autónoma derivó en el magnífico desarrollo científico y tecnológico que trajo la Modernidad, pero esa autonomía necesaria entre la Ciencia y otras instancias del conocimiento, extrapolada y radicalizada, condujo a una cierta mutilación de la razón al confundirse su autonomía con su aislamiento. Y así, la razón entendida como sola razón científica produjo los monstruos de las sociedades tecnomorfas – marxistas o capitalistas – denunciadas por tantos. Resulta indiscutible que la alternativa a la Ciencia autónoma propia de la Modernidad – Ciencia aislada de sus alrededores – no puede ser la Ciencia bajo censura propia de los totalitarismos; pero, afortunadamente, éstas no son las únicas respuestas.
Tal vez, inspirado en el famoso grabado de Goya a su paso por Zaragoza, afirmó Kara-Murza que “el sueño de la razón produce monstruos pero el sueño del corazón también”, preguntándose si pueden realmente el corazón y la razón ser autónomos, a lo que responde que el verdadero progreso sólo será posible si se vuelven a tender los puentes que se derribaron, paradójicamente, en aras del progreso. La Ciencia y la Ética no pueden separarse, como tampoco la razón y el corazón. Y el ser humano se rebela reclamando el reconocimiento de su puesto – ni desarraigado de la naturaleza de la que forma parte, ni reducido a la condición de pieza en el engranaje de los totalitarismos mercantilistas, ni reducido tampoco a sistema bioquímico desligado de lo cultural – que será clave imprescindible para asumir, en el día a día y en el curso de la Historia, el binomio libertad-responsabilidad.
Sirvan pues estas líneas para invitar a la discusión sobre la propuesta de construir una nueva autonomía de la Ciencia en intrínseca y armónica unidad con la Ética, restaurando a la vez los mejores valores de la Modernidad.
Dos ideas destacadas
Lo interdisciplinar, lo complejo, lo cooperativo, los conceptos de redes e interconexión son realidades que van sustituyendo viejas ideas mecanicistas
La alternativa a la Ciencia autónoma propia de la Modernidad – Ciencia aislada de sus alrededores – no puede ser la Ciencia bajo censura propia de los totalitarismos; pero, afortunadamente, éstas no son las únicas respuestas
Para mayor información:
PELACHO, M.T. Otra autonomía de la Ciencia. Reflexiones a la luz del pensamiento de Serguei Kara-murzá. Naturaleza y Libertad. Revista de Estudios Interdisciplinares, 2014, Vol.4, p.157-187
MªTeresa Pelacho López es Licenciada en Física y profesora de Enseñanzas Medias en Zaragoza
Pie de ilustración: El sueño de la razón produce monstruos.1799