La urbanística de la fe

Horacio Capel, la existencia de Dios y la territorialidad ontológica *

La reflexión de Horacio Capel cruza una serie de estudios que estoy llevando a cabo sobre la territorialidad ontológica y, en particular, sobre Jerusalén, la ciudad santa para los Judíos, Cristianos y Musulmanes. La pregunta crucial que según mi opinión emerge es la siguiente: ¿cómo adecuar las necesidades de los creyentes con las instancias de gobierno de la ciudad? La relevancia de esta cuestión es universal, pero ésta es probablemente la más aguda, en esta fase histórica, en Europa, en la cuenca del Mediterráneo y en Oriente, especialmente en China.

En Europa, debido a las inmigraciones que desde el Sur alimentan en nuestro Continente la presencia de personas de fe diferente a la cristiana. En la cuenca del Mediterráneo, ya que las grandes «primaveras norteafricanas»​, las tensiones medio-orientales (Irak, Siria y la cuestión palestina), no sólo son la causa de una recuperación masiva de los flujos migratorios en Europa, sino que tienden a rediseñar en clave religiosa la conflictualidad, ya sea político-institucional o económico-social y territorial.

Por último, en China, porque el gran dinamismo urbano impreso por el desarrollo económico posterior a Deng Xiaoping amenaza con poner en discusión las grandes reglas que han regido durante milenios la proyectación y el gobierno de la ciudad. En la tradición china, éstos se fundan en dos órdenes de principios. Uno de tipo cosmológico, une el cielo (simbolizado por la forma geométrica del círculo) y la tierra (simbolizada por el cuadrado). El otro, recoge y organiza los saberes tópicos conocidos con el nombre de fengshui, que aseguran el éxito en la búsqueda del «buen lugar» para vivir (la ciudad, la casa) y para morir (la tumba, el cementerio).

Se entiende, por lo tanto, que el tema de «las manifestaciones públicas religiosas» evocado por Horacio Capel sea sólo uno de los aspectos de las cuestiones profundas que la religión impone a las prácticas urbanísticas. El punto de vista de Capel es lúcido como siempre y pone a la religión en un contexto crítico-racionalístico que de alguna manera recuerda los estudios de Max Weber. En este sentido, es perfectamente comprensible la expresión «Si Dios existe, ha de ser uno», aunque para algunos pueda resultar autoritativa y para otros provocativa. Pues bien, si tomo el punto de vista del crítico-racionalístico, convengo con muchas cosas de las que Capel dice, sobre todo en lo que respecta a la convivencia humana, que debe ser no sólo «pacífica», sino también «civil». Y civil, todos sabemos, proviene de «cives«, los ciudadanos, los que habitan en la civitas. Cuyo profundo significado geográfico es el de permitir el libre «florecimiento humano» de los habitantes, a través de la vivacidad cultural, la innovación tecnológica, cultural, institucional y política. Y eso, para retomar uno de los temas centrales del texto, tutelando el desarrollo de la regulación social a través del derecho. Pero un derecho que sea algo más y diferente del formalismo jurídico y la retórica de una falsa imparcialidad de la jurisdicción. Un derecho «citoyen«, en cambio, en el cual y por el cual la ciudad es garante y depositaria de la coincidencia entre la legitimidad y la legalidad: entre el ius, el derecho que garantiza la justicia y la lex, es decir, su codificación escrita (lex, proviene de legere, leer en latín).

Ahora, el punto de vista crítico-racionalista es sólo uno de los que sirven para interpretar el hecho religioso. De éste último son constitutivos por lo menos otros dos elementos, que quisiera llamar «teologal» y «hierocrático», respectivamente. El primero tiene que ver con la «naturaleza» de Dios y por lo tanto con las implicaciones que permiten al hombre comprender su voluntad, aunque sea de manera aproximada dados los limitados recursos cognitivos a disposición de los creyentes. El segundo tiene que ver específicamente con los poderes generados por las manifestaciones de lo sagrado y de las formas en que estos poderes se ejercen históricamente, incidiendo sobre la sociedad y el territorio. Estos dos elementos están estrechamente entrelazados, como se puede entender, pero quisiera mantenerlos separados para lograr comprender mejor su significatividad por las consecuencias urbanísticas de la religión y además por las consecuencias religiosas del urbanismo, destacando una propiedad no transitiva de esta textura.

El elemento teologal nos cuenta muchas cosas, y entre ellas, la calidad ontológica del territorio, el lugar de la geografía en los diseños del Omnipotente que el pueblo de Dios ayuda a realizar. Me limito a recordar, como alto ejemplo, la doctrina de Orígenes (siglo II) sobre el sentido de la territorialidad del mundo antes y después de la venida de Cristo. Ésto es lo que me lleva a compartir la opinión de Vicente Bielza de Ory sobre la multiplicidad de las sedes ceremoniales de los creyentes. Éstas últimas tienen un contenido funcional, ciertamente, y, como res corporales deben ser disciplinadas jurídicamente. Pero su valor es principalmente teologal, y como res incorporales, responden a ordenamientos morales. Así que, de hecho, la libertad de culto es impensable sin una libertad de los lugares de culto. Es un punto crucial de lo que se ha definido el spatial turn en los estudios teológicos, sobre el que los geógrafos y especialistas en el análisis urbano y regional pueden aportar contribuciones importantes en el marco de una nueva alianza interdisciplinaria.

Cultos y lugares de culto: Muro de las Lamentaciones y Cupula de la Roca en Jerusalém (foto: Angelo Turco, marzo de 2014)
Cultos y lugares de culto: Muro de las Lamentaciones y Cupula de la Roca en Jerusalém (foto: Angelo Turco, marzo de 2014)

La hierocracia, por su parte, cambia el enfoque sobre el poder. Un poder específicamente ligado a lo sagrado, cuyo fundamento no es tanto Dios en sí mismo, sino más bien los cuerpos mediales que se atribuyen su representación, de las Iglesias a los Estados, pasando por una miríada de instituciones intermedias. Estas hierocracias se pueden percibir históricamente en múltiples planos, y aquí quisiera limitarme a nombrar dos, ambos mencionados en la obra seminal de Weber, pero profundamente renovados en las últimas décadas. El primero tiene que ver con la economía, y se refiere a la modalidad de funcionamiento de las religiones, especialmente monoteístas, que de acuerdo con el análisis de Ph. Simonnot asumirían modelos monopolísticos y no libre-concurrenciales.

El segundo tiene su vehículo de expresión privilegiado en la política. Una relación, entre religión y política, que muchos eruditos no dudan en definir como consustancial; hoy aparece con declinaciones inéditas que M. Gauchet ha destacado en sus estudios sobre el “désenchantement du monde”.

Y es en este punto que quiero cerrar el círculo sobre Jerusalén, donde desde hace décadas con el fin de mantener «para siempre» a la ciudad en su rol de capital del Estado judío, se implementa la urbanística segregativa hecha de muros, alambre de púas, barreras móviles, prohibiciones de acceso, canales obligados de movilidad. Una urbanística seguritaria, que contempla la gestión arbitraria de los permisos de construcción, las demoliciones sorpresa, los desplazamientos forzados de población. Y eso, bajo el escudo unilateral de una legalidad sin legitimidad. Y eso, una vez más, en nombre de Dios.

* Agradezco por la traducción a Claudio Arbore y a Virginia Sciutto

Para mayor información:

CAPEL, Horacio. Las consecuencias urbanísticas de la existencia de Dios, GeocritiQ, 15 de abril de 2014. http://www.geocritiq.com/2014/04/las-consecuencias-urbanisticas-de-la-existencia-de-dios/

BOELZA DE ORY, Vicente. Otras reflexiones sobre las consecuencias urbanísticas de la existencia de Dios, GeocritiQ, 3 de junio de 2014. http://www.geocritiq.com/2014/06/otras-reflexiones-sobre-las-consecuencias-urbanisticas-de-la-existencia-de-dios/

A. Turco, Turisti a Gerusalemme. Territorialità ontologica, economia morale, cultura di pace, [COMPLETARE]

Angelo Turco es catedrático de Geografía Humana en la Universidad IULM de Milán.

Otras reflexiones sobre las consecuencias urbanísticas de la existencia de Dios

por Vicente Bielza de Ory*

El título del artículo de Horacio Capel “Las consecuencias urbanísticas de la existencia de Dios” suscita numerosas reflexiones que desbordan el puro marco de los equipamientos religiosos actuales. La afirmación principal “si Dios existe, ha de ser uno, y eso tiene impli­ca­cio­nes urba­nís­ti­cas” no es la primera vez que se hace y se intenta aplicar. Nada menos que hace 34 siglos el faraón Amenofis IV, al querer reducir a una las múltiples divinidades adoradas en Tebas, creó una nueva ciudad, Akhetatón que abandonó Tutankamon, ante la reivindicación del clero politeísta tebano. S. Freud quiso relacionar a Amenofis IV con el Moisés bíblico que vivió en Egipto un siglo después. Sin embargo, orientalistas actuales como el prof. Cannuyer de Lille, rechazan un verdadero monoteísmo en el faraón adorador del globo solar Atón y una relación directa con el Moisés, cuyo Dios, Yahvé, es el del pacto con Abraham, nacido en Ur cuatro siglos antes.

Lo importante a efectos urbanístico-religiosos es que Abraham, el primer verdadero monoteísta, no construyó templos ni ciudades. Tampoco Moisés, cuyo culto se centraba en el tabernáculo con las tablas de la ley que trasladó por el desierto desde Egipto. La religión judía no tendrá un templo monumental en Jerusalén hasta la monarquía de Salomón (siglo X aC). Tampoco la religión cristiana contó con templos al principio. Después de tres siglos de persecución, los cristianos, cuando son reconocidos por Constantino, se congregan para sus celebraciones en basílicas, los edificios romanos de reunión. Los musulmanes en sus inicios para adorar a Alá se concentran dentro de empalizadas cuadradas.

La monumentalidad en todas las religiones monoteístas aparece cuando el poder civil se identifica con la religión y la utiliza para fortalecerse. El Islam fue el primer monoteísmo impuesto por las armas y el primero en acoger, junto con el urbanismo, la arquitectura de los templos de los pueblos ocupados. Constantino, cuando funda Constantinopla, utiliza la liturgia romana anterior, pero introduce el Lignum crucis en el orbe y su sucesor Justiniano la engrandece con Santa Sofía, luego mezquita.

Probablemente fueron los politeísmos que antecedieron al monoteísmo los que antes tuvieron consecuencias urbanísticas. Para algunos estudiosos el origen de la ciudad está precisamente en los espacios ceremoniales. La génesis de la ciudad y de la cultura sin conocer la revolución agrícola, parece confirmarse a la vista de los nuevos hallazgos arqueológicos de la ciudad sagrada de Caral en Perú con las pirámides truncadas, coetáneas de las egipcias y los restos no agropecuarios de su mercado central. De cualquier forma, sea lo primigenio los centros ceremoniales-comerciales o bien la revolución agraria, la monumentalidad religiosa ha centralizado la vida urbana preindustrial, cuestión que contrastaría con reducir los equipamientos religiosos a edificios estandarizados en la era postindustrial.

La principal implicación urbanística de la religión –politeísta o monoteísta- es que en la mayoría de los países ha focalizado durante milenios la vida urbana, y en muchos casos la sigue referenciando con un patrimonio cultural y un paisaje que pueden llegar a ser las únicas señas de identidad para sus ciudadanos. Por ello proponer planes urbanísticos para las sociedades actuales con solo equipamientos religiosos de carácter ecuménico, sería tanto como dar la espalda a la geografía y a la historia urbanas. La globalización económica, la estandarización de los espacios peri y suburbanos no pueden significar la uniformización cultural.

Estando de acuerdo en excluir la violencia de las relaciones sociales, en educar a los creyentes desde la racionalidad del monoteísmo y terminar con las guerras de religión y sus catástrofes, el problema principal para la generalización de los equipamientos religiosos compartidos es que dentro de sociedades libres y democráticas no cabe la uniformidad ideológica. Hay que respetar el derecho de reunión y manifestación, incluido el religioso, que fue el primero en la historia urbana, siempre que esté regulado para no molestar a los creyentes de otras religiones o a los no creyentes. Si a los seguidores de los distintos equipos de futbol de una ciudad no se les obliga a compartir el mismo estadio, si a los diferentes partidos políticos y sindicatos no se les impone reunirse en la misma sede ¿se debería hacer en el caso de las religiones?

El derecho urbanístico ha de construirse para atender y regular las demandas de los ciudadanos, pero la tradición cultural religiosa acaba imponiéndose, como ha sucedido en la Rusia actual con los equipamientos religiosos tras casi un siglo de comunismo ateo. En el país donde Stalin destruyó o convirtió en museos la mayor parte de los templos ortodoxos, el dúo Putin-Mendeleiev, reconstruye catedrales como la de Cristo Salvador, derribada por el dictador. Proporcionar equipamientos educativos y religiosos, públicos y ecuménicos, es obligación de los gobiernos democráticos estatales y municipales, pero también, en aras de la libertad, los creyentes, pueden dotarse de aquellos equipamientos que se sufraguen.

Para mayor infor­ma­ción:

CAPEL, Hora­cio. Urba­ni­za­ción Gene­ra­li­zada, dere­cho a la ciu­dad y dere­cho para la ciu­dad. Scripta Nova. Revista Elec­tró­nica de Geo­gra­fía y Cien­cias Socia­les.  Uni­ver­si­dad de Bar­ce­lona, 1 de agosto de 2010, vol. XIV, nº 331 (7). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-331/sn-331-7.htm>.

RACINE, J-B, La ville entre Dieu et les hommes, Anthropos, Paris, 1993, 354 pp.

BIELZA DE ORY, V. De la ciudad ortogonal aragonesa a la cuadricular hispanoamericana como proceso de innovación-difusión, condicionado por la utopía, Scripta Nova. Revista Elec­tró­nica de Geo­gra­fía y Cien­cias Socia­les.  Uni­ver­si­dad de Bar­ce­lona, febrero 2002.

*Catedrático de Geografía Humana. Prof. Universidad de Zaragoza.

Marsella 2013 : el urbanismo como arma de destrucción masiva

En Histoire universelle de Marseille. De l’an 1000 à aujourd’hui,obra mayor de la Historia urbana, publicada en Francia en 2007,el ensayista anarquista Alessi dell’Umbria presentía ya en qué se convertiría Marsella. Ésta es hoy, efectivamente, una «ciudad vencida» cuyos tejidos urbanos y sociales, cultura e identidad están borrándose. La «mutación» en curso en esta metrópoli mediterránea no es sino el resultado de un proceso global de des-civilización urbana hecho a base de dislocación territorial, desintegración social y enajenación cultural, pero también de desposesión de la ciudad para los habitantes que habían echado raíces en ella. A imagen de otras grandes ciudades, Marsella está también en vías de convertirse en un magma urbano informe y anónimo -en otras palabras, en una « aglomeración »- «cuya única característica indentificable, apunta Dell’Umbria, es extenderse hasta el infinito».

La historia de Marsella ha dejado de ser universal en el sentido que Dell’Umbria apunta, es decir, contrario al punto de vista de los dominantes, para quienes lo local no puede ser sino «provincial». Para Dell’Umbria, se trata de un lugar donde se concentraba toda la experiencia y la riqueza de la sociabilidad humana; el centro de mundos económicos y culturales distintos que se codeaban, se confrontraban y se mezclaban; el foco de lo que se llamaba una civilización.

Por efecto de la expansión y de la penetración de las relaciones sociales capitalistas, Marsella se ha convertido, ella también, en una «mercancía global», a semejanza de todo el continente europeo, del que ya no se puede decir que constituya una civilización, sino un hipermercado. La única universalidad que prevalece en nuestros días es la deseada e impuesta por el capitalismo globalizado o, más exactamente, transnacionalizado.

De hecho,Marsella no se ha convertido, la han convertido. «¿Quién?» Sus élites burguesas y neo-pequeño-burguesas conchabadas con el poder central parisiense. Mientras el pueblo marsellés pudo contribuir a fraguar la identidad de la ciudad a través sus prácticas, sus maneras de ser, sus costumbres, sus recuerdos colectivos y, si hacía falta, sus revueltas, se podía decir que Marsella era el sujeto de su historia. Ahora ya no es sino el objeto de una historia que le escapa, la deseada e impuesta por otros : los capitalistas apátridas de Francia y de cualquier parte, los eurócratas de Bruselas, los tecnócratas de París y los politiqueros de la región PACA (Provence-Alpes-Côte d’Azur), iniciales que ya no hacen soñar con la «Puerta de Oriente», su antiguo sobrenombre, pero que expresan bien lo que es esta región urbana a ojos de quienes quieren reconvertirla y reordenarla, y de los lacayos periodísticos y científicos a su servicio. Una palabra resume el estatuto y la imagen que quieren imprimir a Marsella : metrópoli (“métropole”), una palabra comodín.

Marsella Metrópoli, Lyon Metrópoli, Lille Metrópoli, Toulouse Metrópoli, Strabourg Metrópoli, Rennes Metrópoli, pero también Montpellier, Nantes y Rennes Metrópoli, e incluso Angers, Caen, Dijon o Brest Metrópoli… Sin olvidar, desde luego, la metrópoli del «Grand Paris». En Francia, el 19 de deciembre de 2013, se ha aprobado una ley para crear una docena de metrópolis. La metrópoli, que agrupa la ciudad principal, sus suburbios y parte del territorio periurbano, se encargará de las cuestiones de desarrollo económico, urbanismo, medio ambiente, distribución del agua y gestión de los residuos. ¿Por qué concentrar de tal manera la organización y el funcionamiento del espacio urbano ? Para adaptarlo a la concentración del capital mismo y a la centralización de las funciones de mando, así como de los servicios ligados a éstas.

La uniformidad de las denominaciones “metrópoli” remite a la de los proyectos urbanísticos y programas de equipamientos que supuestamente contribuyen a que la ciudad sea merecedora de tal apelación: palacios de congresos, auditorios, museos, patrimonio del pasado industrial «reconvertido» en «espacios culturales», riberas y muelles «recualificados», etc. Uniformidad también de las empresas constructoras (Bouygues, Vinci, Effage) y de las «grandes firmas» de arquitectos (Jean Nouvel, Christian de Portzamparc, Frank Gehry…). Uniformidad igualmente de los discursos propagandistas que promueven estas operaciones. Uniformidad, a fin de cuentas, de la vida urbana que se quiere hacer reinar en estas capitales del capital.

Metropolización = uniformización.Ciudades intercambiables cuya remodelación obedece a criterios de «atractividad» y de «competitividad» que son los mismos dondequiera, las «5 A» : actividades de alta tecnología; población activa con alta cualificación; habitantes y visitantes con altos ingresos; equipamientos de alto nivel, y edificios de alta calidad medioambiental. Resultado : una elitización del derecho a la ciudad. Los principios del ordenamiento urbano son conformes a la visión neo-liberal tecnocrática, mercantilista y financiera: racionalidad, orden y seguridad. A fuerza de ser idénticas las unas a las otras, estas ciudades «remodeladas» acaban por perder su identidad. Lo que vale también para los ciudadanos, no los recién llegados que han ya perdido la suya, sino aquéllos a los que estas transformaciones urbanas les han hecho extranjeros en su propia ciudad, que ya no la reconocen y que ya no se reconocen en ella, en lo que se ha vuelto.

Precisamente, el objetivo de las autoridades publicas en Marsella es elevarla al rango de metrópoli en el marco de la llamada «competencia libre y no falseada», lema que se aplica también a otras grandes ciudades “rivales”, ya sean ciudades portuarias de la Europa mediterránea (Barcelona, Valencia y Génova) o ciudades francesas del sur del país (Lyon, Montpellier, Toulouse). Se trata de reconvertir una ciudad industrial-portuaria y proletaria en una capital de la «creación» que atraiga «inversionistas», «materia gris» y turistas adinerados.

Problema : Marsella es la única gran ciudad francesa en cuya área central la presencia del pueblo es todavía masiva. En 2003, un concejal de urbanismo afirmaba publicamente : «Necesitamos gente que crée riqueza. Tenemos que deshacernos de la mitad de los habitantes de la ciudad. El corazón de la ciudad merece otra cosa». Más fácil de decir que de hacer. Y de ahí la necesidad de recurrir a procedimintos decisivos. En este caso, en primer lugar, lanzando, paralelamente a la rehabilitación de algunos barrios del centro histórico, una gigantesca operación de «reconquista urbana», arma habitual de destrucción masiva de la presencia popular en áreas urbanas centrales: operación “Euroméditerranée”. Localizada a lo largo del mar, al Norte del Viejo Puerto, sus mega-obras cubren casi 500 hectáreas y harán desaparecer los 30.000 residentes de este sector urbano. En su lugar, aparecerán centros de negocios (más de 1 millón de m2 para actividades innovadoras) y una población activa titulada universitaria, equipamientos de prestigio, viviendas de “alto standing”, ecobarrios, espacios públicos remodelados, tranvía…

Esta reconquista implica una limpieza socio-étnica, una política de tabula rasa a expensas de los hábitos y usos de la población existente. Se trata de sacar a los pobres, inmigrantes sin papeles, gitanos y otros «indeseables». Esta población, amenazada, expulsada o incitada a irse por el alza de los alquileres y la falta de mantenimiento en los edificios de viviendas, abandonada por los poderes públicos, se ve forzada a desplazarse a la periferia lejana. Los edificios vacíos, cuando no son destruidos, son comprados al (bajo) precio del mercado y restaurados para nuevos inquilinos o proprietraios. Liberar el terreno para operaciones rentables y habitantes solventes: ésa es la estrategia. Para justificar esta política, se estigmatiza y se criminaliza a los habitantes de los barrios populares a través de una propaganda mediática y politiquera centrada en la «inseguridad». De hecho, los concejales y diputados del Partido Socialista que se preparan para conquistar el ayuntamiento en febrero de 2014 reclaman medidas drásticas para «pacificar» los barrios populares. Piden la clasificación de la ciudad entera como «zona de securidad prioritaria», que los drones sobrevuelen las «zonas urbanas sensibles», que el ejército intervenga… Como en Río de Janeiro, donde la policía militar emplea toda su fuerza en «pacificar» las favelas para que la ciudad acoja los «grandes eventos» del Mundial de fútbol (2014) y los Juegos Olímpicos (2016), y también para transformar en nuevos barrios turísticos algunas de las mejor ubicadas.

Sin embargo, el modelo original del «renacimiento» de Marsella se encuentra en Barcelona. El reordenamiemiento general de la capital catalana en el marco de los juegos olimpicos apuntaba también a hacerla más acogedora para atraer nuevos inversionistas, ejecutivos y turistas. En Marsella, el «gran evento» que ha servido como pretexto fue cultural : «Marsella-Provenza 2013, capital europea de la cultura». Esto ha dado lugar, como de costumbre, a una asociación estrecha entre poderes públicos y empresas privadas. ¡El presidente del comité organizador era también el presidente de la cámara de comercio e industria!

Se trataba de fabricar una nueva imagen urbana de Marsella, «post-industrial, limpia y creativa», a través de una estrategia de marketing y de branding. Los museos recién edificados funcionan como escaparates o logotipos donde la cultura es embalsamada y descontextualizada. El propósito es activar la afluencia deneo-marselleses y turistas. El destino de Marsella -como el de otras grandes ciudades europeas- es, en efecto, volverse una marca registrada, en particular una de «destino turístico», como se dice en las agencias de viajes. Por no hablar de sus habitantes que, en un medio urbano devenido ajeno a sus tradiciones, se verán empujados a pasearse y comportarse como turistas en su propia ciudad.

Jean-Pierre Garnier es sociólogo

Los horrores de una guerra urbana anunciada

Jean-Pierre Garnier*

La visión de las ciudades del porvenir puede ser de lo más pesimista, tal como se desprende del libro Ciudades bajo control1del geógrafo inglés «radical» —es decir, anticapitalista— Stephen Graham. Pesimista, sí, pero también realista: a partir del análisis de lo que se está preparando o ya desarrollando en las ciudades en este momento de «frenesí securitario globalizado», el autor muestra lo que el modo de producción capitalista ha llegado a ser hoy día, so pretexto de la «lucha contra el terrorismo» y otras «violencias urbanas»: un modo de destrucción de las relaciones civilizadas entre los miembros de una sociedad.

Las informaciones reunidas por S. Graham acerca de las nuevas estrategias y técnicas de mantenimiento del orden en las metrópolis no dejan lugar a dudas sobre lo que será de éstas en caso de sublevamiento popular: se convertirán en los principales campos de batalla de mañana. Parece que, en efecto, la urbanización de un mundo minado por desigualdades crecientes correrá a la par de una intensificación de una guerra social urbana, abierta o larvada, llamada de « baja intensidad ». Se trata de una guerra no declarada donde, paralelamente a la formación de cuerpos represivos especializados en la lucha contra las insurrecciones, se pondrán en marcha innumerables (y cada vez más perfeccionados) dispositivos high-tech de vigilancia, control y neutralización de un enemigo que va haciéndose más y más omnipresente y huidizo (percibido a la vez como exterior e interior, global y local, real y virtual), y que, debido al auge de la precarización, de la pauperización y de la marginalización en masa, tiende a confundirse con la mayoría de los ciudadanos.

A la vista de los preparativos belicosos intensivos descritos por Stephen Graham, diríase que las clases dirigentes no están del todo seguras de gozar de un estado de «paz civil» duradero o sostenible, como a algunos les gusta decir. Tampoco parece que la creciente acumulación del capital, ahora transnacionalizada, tecnologizada, financiarizada y flexibilizada, vaya a protegerlas de la revuelta masiva de quienes pagaron los platos rotos. Así que todo está ya preparado para ganar las «guerras de cuarta generación» -como dicen en la jerga del Pentágono- que se perfilan en el horizonte de las metrópolis del siglo XXI.

Lo que debería llamar la atención es la evolución de la relación de fuerzas entre las «del orden» y las de la «subversión». Probablemente nunca antes de ahora haya sido tan desfavorable para las últimas. Si tomamos como ejemplo la Francia de Napoleón III, el aplastamiento de la Comuna de París por el ejército contrarrevolucionario venido de Versalles muestra una diferencia de fuerzas que hoy sería un verdadero abismo. S. Graham nos ofrece una descripción tan detallada como espantosa del armamento ultra-sofisticado y de las tropas de choque entrenadas para el «control de la muchedumbre» y para sofocar las manifestaciones y protestas colectivas en las ciudades contemporáneas. Por ello, cuando el geógrafo David Harvey, «radical» él también, proclama retóricamente que «la revolución será urbana o no será»2, habría que recordar la advertencia del Presidente Mao Ze Dong, según la cual «la revolución no es una cena de gala».

Ciudades bajo control confirma, en todo caso, lo que las dos últimas guerras mundiales, Auschwitz e Hiroshima han dejado ya entrever: que, conjugado con la permanencia de las relaciones de producción y de dominación capitalistas que determinan su orientación y su utilización, el desarrollo científico y técnico ya no puede ser identificado con ninguna clase de «progreso».

El peinado audiovisual y digital del territorio urbano, el espionaje generalizado de las redes de comunicación, el urbanismo «fortificado» de ciertos espacios urbanos «defensivos», el recurso sistemático a «armas no letales» que incapacitan de por vida, las «ejecuciones extrajudiciales» con la ayuda de drones, microrobots voladores capaces de reconocer el ADN para atacar a individuos registrados como «sospechosos» en las bases de datos militares o policiales, etc., son otros tantos signos de una regresión de índole a la vez ética y política, por no decir de una barbarie incrementada, aunque sea new-look. En las ciudades, con esta guerra urbana «sin origen ni fin ni límites» que ya ha empezado, concluye Stephen Graham, la democracia y el Estado de Derecho inscritos en las banderas del nuevo imperialismo acabarán por perder las últimas apariencias de realidad. El desarrollo de respuestas represivas a la reivindicación de la ciudad como arena política tiende a hacer de ésta una mera arena policial.

* Jean Pierre Garnier es sociólogo.

1 Stephen Graham. Villes sous contrôle. La militarisation de l’espace urbain, La Découverte, 2012. En inglés. Cities under siege, Verso, 2010.

2 David Harvey. The right to the city, Monthly Review, 2008.