Antonio T. Reguera Rodríguez*
La medida de la Tierra ha sido un objetivo científico de primer orden desde que el pensamiento racional inició un desarrollo autónomo buscando explicaciones en la propia naturaleza o mundo real; es decir, desde el surgimiento de la Filosofía y de la Ciencia. Es fácil entender que han sido varias las disciplinas implicadas en el intento, aunque queremos destacar el papel de la geografía.
La tesis que cobra fuerza con el desarrollo de nuestro trabajo es la de que la propia medida de la Tierra fue el proceso constituyente de la geografía como disciplina científica. A un discurso descriptivo ya ampliamente desarrollado en el siglo V a., con la obra de Herodoto, por ejemplo, se une en paralelo el curso de una geografía matemática que reconoce sus fuentes y tributarios en la observación astronómica y en el descubrimiento del concepto y cálculo de la latitud. Para entonces, cuando Aristóteles enseñaba a sus discípulos el uso de un primitivo astrolabio y les mostraba que en un eclipse de Luna, en la superficie de ésta, se reflejaba la curvatura de la Tierra como cuerpo esférico que era, ya estaba en marcha el gran programa científico que implicaba a toda la ciencia griega. Nadie de forma explícita y unitaria formuló tal programa, pero fue real. En torno al conocimiento de la Tierra se desarrollaron cinco líneas de investigación.
1ª .Su posición en el Cosmos. Formulaciones geocéntricas, geoestáticas y otras alternativas. Primeras intuiciones heliocéntricas.
2ª. Debate y propuestas a favor de la esfericidad después de la hipótesis pitagórica contenida en sus afirmaciones sobre la existencia de antípodas.
3ª. Tras la forma, se suceden las indagaciones sobre su tamaño. El propio Aristóteles nos proporciona las primeras medidas.
4ª. Las primeras percepciones, muy inciertas, sobre el tamaño abren el camino a las hipótesis sobre la configuración, o reparto de tierras y mares. Fue Sócrates, momentos antes de morir, quien habló en genial intuición de la existencia de ecúmenes múltiples.
5ª. Los referentes astronómicos y las relaciones matemáticas y geométricas que servían para medir la Tierra también eran aplicables para su representación. El primer desarrollo de una cartografía científica forma parte igualmente del propio desarrollo de la geografía matemática.
La medida de la Tierra, cuyos primeros ensayos se documentan entre los finales de los siglos IV y III a.
fue el proceso constituyente de la geografía como disciplina científica
En el objetivo central del programa, que era la medida de la Tierra, el personaje principal fue Eratóstenes. Ocupando el puesto de mayor relevancia científica de la época (siglo III a.), que era la dirección de la Biblioteca de Alejandría, supo ensamblar la observación de las sombras en Alejandría y Siena, la relación entre ángulos alternos, uno de los cuales equivalía al arco entre las dos ciudades, y la distancia geográfica entre ellas. Obtuvo el resultado, tras un redondeo en el valor del grado, de 252.000 estadios, que con el estadio medio egipcio que se supone utilizaba equivalían a los 40.000 Km., también redondeados, que se estiman en la actualidad. Entonces la Tierra de Eratóstenes era una Tierra bien medida, pero no se podía comprobar experimentalmente, y de hecho no quedarían certificados estos datos hasta el siglo XVIII. Pero los principios del cálculo y el método eran científicamente incuestionables, lo que incentivó otros muchos ensayos. El más conocido es el realizado por Posidonio en el arco Alejandría-Rodas, de donde salió el resultado de los 180.000 estadios que validaron Marino de Tiro y Claudio Ptolomeo. Era el modelo de “Tierra pequeña” que tanto ayudó a Colón a hacer los cálculos que más favorecían su empresa de navegación hacia el Oeste.
Todavía está por discernir si la Tierra de 252.000 estadios de Eratóstenes es diferente a la de 180.000 de Ptolomeo, mientras no pueda determinarse el valor del estadio en cada caso.
Marino y Ptolomeo son dos productos tardíos de la ciencia helenística que viven en plena exaltación del imperialismo romano, aunque desarrollan su obra al margen de la romanización. Ésta se identificó más con la producción ideológica que con la investigación científica. Ningún avance de importancia experimentó la geografía matemática en este periodo; y apenas alguno la geografía descriptiva. Séneca maldecía los nuevos descubrimientos porque atraían las legiones que llevaban la guerra. La Tierra se hacía más pequeña, y no era esta la situación más favorable para seguir indagando en su medida.
Pero el mayor apoyo a la idea de una Tierra pequeña lo encontramos en los máximos representantes de la exégesis bíblica, que en los albores de la Edad Media tratan de empequeñecer el mundo para adaptarlo mejor al modelo geográfico de la Biblia. Esto en un primer momento, porque cuando se imponga la impugnación general de la ciencia griega, la propia forma de la Tierra volverá a la planicie precientífica. Y entonces, ninguna de las medidas propuestas tenía ya sentido. La Tierra tomaba la misma forma que el Tabernáculo en el que se guardaban las verdades reveladas que hacían innecesario mirar al mundo, y mucho menos para medirlo.
En esta como en cualquiera otra época, los frenos al conocimiento científico pueden ser tan fuertes, que nadie está en condiciones de asegurar que la línea que lo representa sea constantemente ascendente.
Para mayor información:
REGUERA RODRÍGUEZ, Antonio T. La medida de la Tierra en la Antigüedad. León: Universidad de León, 2015.
*Antonio T. Reguera Rodríguez
Catedrático de Geografía Humana
Universidad de León