Mercedes González Bracco*
Linda Kotschack**
Como las ciudades que los albergan, los espacios turísticos urbanos son producto de tensiones y negociaciones por parte de los actores sociales que intervienen sobre ellos. Entendido de esta manera, el “espacio turístico” no responde tanto a una cartografía sino a las prácticas que se realizan en él. Bajo esta premisa nos interesa abordar dos barrios de la ciudad de Buenos Aires: La Boca y Palermo, diferentes en su historia, paisaje y composición demográfica, pero igualados por su interés turístico.
Buenos Aires, capital de la Argentina, gran metrópolis vibrante y heterogénea, muestra su diversidad como un valor distintivo. Los barrios de La Boca y Palermo se encuentran entre los más frecuentados por los turistas, pero mientras La Boca es motivo de la postal quizás más clásica de Buenos Aires, fácilmente comprobada con una búsqueda de imagen en Google, Palermo propone un paisaje urbano pintoresco más difuso, sin ninguna marca puntual distintiva.
La Boca es un barrio de perfil popular, conocido como hogar de inmigrantes trabajadores del puerto que residían en viviendas compartidas llamadas conventillos. Su conformación como espacio turístico se dio paulatinamente alrededor de Caminito, un pasaje colorido inaugurado en 1959 por un grupo de vecinos notables. Hoy en día, en sus alrededores el visitante se encuentra con restaurantes for export y locales de souvenirs albergados dentro de conventillos refuncionalizados. Más allá de la zona turística, desde la década del 70 La Boca se enfrenta con una reputación de peligrosidad a partir del cierre del puerto que modificó su composición sociodemográfica acompañada de una degradación urbana creciente. Debido a ello, los turistas no se aventuran mucho más allá de la zona de Caminito. Sin embargo, ven en el acceso a los museos de la zona una posibilidad de “salir de la burbuja” creada para ellos.
Por su parte, la zona de Palermo bautizada Soho inició su transformación en los años ochenta con la llegada de artistas y arquitectos que podían experimentar nuevos arreglos espaciales en un área de bajo valor inmobiliario. Hacia fines de la década del 90, este sector sufrió una nueva mutación cuando comenzó a atraer propuestas comerciales ligadas al diseño de indumentaria y gastronomía de autor. El viejo perfil residencial del barrio se transformó así en una cara joven, cuya atracción para el turismo se ubica en una experiencia cosmopolita con un giro local donde no hay una imagen icónica, sino más bien muchas postales posibles de un paisaje urbano singular. El patrón está construido a base de arquitectura, color y propuestas comerciales de autor que permiten un derrame hacia áreas lindantes, llegando incluso a los barrios vecinos.
Abordando estos espacios desde las prácticas de los turistas, la diferencia más notoria puede ser resumida como “enclave vs. derrame”. Así observamos que, mientras en La Boca el circuito Caminito se ha visto restringido a un perímetro que no puede perforar, desplegando allí una serie de propuestas estereotipadas como for export, en Palermo Soho el espacio turístico se desarrolla de manera centrífuga, abarcando nuevos lugares que deben ser “descubiertos” en una lógica más cercana al turismo flaneur. Esta diferencia fundamental se establece a partir de los discursos y prácticas vinculadas a estos espacios, destacándose un atributo: la seguridad.
Como sabemos, el espacio turístico presenta la necesidad de transmitir algo extraordinario y remarcar la singularidad del lugar y al mismo tiempo hacer que el visitante sienta una familiaridad que lo mantenga cómodo y seguro. Se produce de este modo una paradoja entre lo heterogéneo y local y lo homogéneo y global, que se resuelve de maneras diferentes. En La Boca lo homogéneo está en el tipo de uso turístico que se hace de ella. Los turistas sacan fotos, compran suvenires y prueban comida local for export. Se ve en los comentarios en TripAdvisor que reconocen este espacio como un lugar fabricado para el turista. Aun así lo van a visitar porque es un lugar cuya singularidad, ubicada en su estética colorida y su importancia histórica, hay que ir a comprobar. En Palermo, en cambio, la especificidad parece estar en la convivencia armoniosa de la paradoja. En este lugar encontramos lo cosmopolita y lo local en una mezcla caótica pero inteligible para el turista, que la abraza como muestra de la autenticidad vernácula. La posibilidad de manejarse solos y de mezclarse con los vecinos que también eligen esta zona para comprar y comer afuera constituye el principal atractivo de esta propuesta “experiencial”, enmarcada además por un escenario ameno y de pequeña escala que invita a transcurrir el tiempo más lentamente.
Para mayor información:
GONZÁLEZ BRACCO, Mercedes, y Linda KOTSCHACK. El espacio turístico, entre el enclave y el derrame: estudio en dos barrios de Buenos Aires. Cuadernos de Geografía: Revista Colombiana de Geografía, 2017, vol. 26, no. 2, p. 373-397.
* Mercedes González Bracco es Doctora en Ciencias Sociales y Licenciada en Sociología por la Universidad de Buenos Aires y Especialista en Gestión Cultural por la Universidad de San Martín. Es Investigadora Asistente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Se especializa en temas relacionados con estudios urbanos, patrimonio y turismo.
** Linda Kotschack es Licenciada en Ciencias Antropológicas por la Universidad de Buenos Aires. Se especializa en temas relacionados con el turismo y estudios urbanos.