Francisco F. García Pérez*
Nuestro mundo tiene hoy gravísimos problemas, que exigen respuesta urgente por parte de los ciudadanos. La sociedad espera que la educación prepare a los estudiantes para afrontar dichos problemas, pero no se cumple adecuadamente esa función, sobre todo porque los contenidos escolares se hallan muy separados de los problemas reales. Y sin embargo las ciencias sociales, y concretamente la geografía, tienen potencialidades educativas para contribuir a dar respuestas a este desafío. Una organización del currículum escolar basada en el tratamiento de problemas sociales y ambientales relevantes podría educar a los futuros ciudadanos en la comprensión de nuestro mundo y en la participación comprometida con la resolución de sus problemas.
Los problemas del mundo no admiten espera
Nuestro mundo sufre hoy problemas de una extensión e intensidad tal que la humanidad tiene que afrontarlos con urgencia. Según Naciones Unidas en 2014 somos ya 7.000 millones los habitantes del planeta; pero la distribución de los recursos es cada vez más desigual: el 20 por ciento de la población mundial consume el 80 por ciento de los mismos. Por lo demás, la explotación y el uso de esos recursos no responden a las necesidades básicas de la humanidad ni respetan el equilibrio de la biosfera: el 40 por ciento de las tierras cultivables ya están degradadas; millones de hectáreas de bosques desaparecen cada año; el 75 por ciento de los recursos pesqueros están en trance de agotarse; la biodiversidad disminuye a un ritmo alarmante; el calentamiento global está produciendo gravísimas consecuencias… Pero, por ejemplo, los gastos militares mundiales son enormes. Y nuestro modelo de desarrollo consumista y depredador sigue sin ser cuestionado de forma radical.
Esta situación exige orientar la educación –especialmente en el campo de las ciencias naturales y de las ciencias sociales- hacia el objetivo prioritario de tratar estos problemas y buscar soluciones a los mismos. Una emergencia mundial exige una emergencia educativa.
La educación escolar no da respuestas
Pero la educación –tomo como marco el caso español y me refiero fundamentalmente a la educación obligatoria- no está dando respuestas adecuadas a los problemas expuestos. Habría que preparar a los niños y jóvenes para afrontar situaciones inciertas, y se les ofrece respuestas cerradas y poco funcionales; habría que entrenarlos para la gestión de los problemas reales, y se les ofrece un marco escolar aislado de la sociedad. Parafraseando a Edgar Morin, se necesitan “estrategias” y se les sigue dando “programas”.
En efecto, la cultura escolar convencional está estructurada en torno a paquetes de contenidos académicos compartimentados en campos disciplinares según criterios y paradigmas procedentes del siglo XIX. Es este un conocimiento alejado del que suelen manejar los alumnos en sus contextos cotidianos, lo que abre una brecha entre la cultura escolar y la cultura del alumnado, aumentando la desafección de éstos hacia aquélla. Asimismo, la estructura organizativa de la escuela -heredada, también, del siglo XIX-, con sus espacios cerrados (fríos y ajenos para los habitantes del sistema escolar) y sus tiempos compartimentados (que dificultan un aprendizaje interactivo), tampoco contribuye a generar aprendizajes significativos. Y algo similar podríamos decir de la formación del profesorado, muy poco adecuada a los planteamientos expuestos.
La transformación de este panorama exige reformas radicales que no se reduzcan al cambio de un currículum oficial por otro, sino que afecten a todos los agentes implicados en la educación, al marco organizativo y, sobre todo, a la formación del profesorado.
Educar para la ciudadanía trabajando problemas relevantes
Si se abordara este reto, la educación escolar podría jugar un papel importante en la educación de ciudadanos participativos, que supieran afrontar los graves problemas del mundo y contribuir a su solución. Ahí podría ser decisiva la aportación de las ciencias sociales, y particularmente de la geografía, que puede ofrecer el bagaje conceptual preciso, facilitar el análisis crítico de los problemas y favorecer la implicación cívica.
Ello sería más factible con un currículum estructurado en torno al tratamiento de problemas sociales y ambientales relevantes. El trabajo en torno a problemas puede solucionar la dicotomía entre temas disciplinares (firmemente arraigados en la cultura escolar) y ejes transversales (perspectiva más reciente centrada en los valores). A favor de esta opción integradora se pueden aportar múltiples argumentos; citaré solo tres: los problemas favorecen un enfoque del conocimiento más abierto y complejo; trabajar problemas constituye un planteamiento coherente con los procesos de construcción del conocimiento y por tanto favorecería los aprendizajes; las realidades problemáticas que nos rodean exigen de la escuela una respuesta que no puede ser hurtada por más tiempo. Por tanto, los problemas sociales y ambientales de nuestro mundo deben ser objeto central de la enseñanza escolar.
Para mayor información:
GARCÍA PÉREZ, F.F. Problemas del mundo y educación
escolar: un desafío para la enseñanza de la geografía y las ciencias
sociales. Revista Brasileira de Educação em Geografia, vol. 1, n. 1 (2011), p. 108-122. <http://www.revistaedugeo.com.br/ojs/index.php/revistaedugeo/article/view/18/16>.
* Francisco F. García Pérez es profesor de Didáctica de las Ciencias Sociales de la Universidad de Sevilla. Pertenece a la Red IRES (www.redires.net) y al colectivo Fedicaria (www.fedicaria.org).