Horacio Capel, la existencia de Dios y la territorialidad ontológica *
La reflexión de Horacio Capel cruza una serie de estudios que estoy llevando a cabo sobre la territorialidad ontológica y, en particular, sobre Jerusalén, la ciudad santa para los Judíos, Cristianos y Musulmanes. La pregunta crucial que según mi opinión emerge es la siguiente: ¿cómo adecuar las necesidades de los creyentes con las instancias de gobierno de la ciudad? La relevancia de esta cuestión es universal, pero ésta es probablemente la más aguda, en esta fase histórica, en Europa, en la cuenca del Mediterráneo y en Oriente, especialmente en China.
En Europa, debido a las inmigraciones que desde el Sur alimentan en nuestro Continente la presencia de personas de fe diferente a la cristiana. En la cuenca del Mediterráneo, ya que las grandes «primaveras norteafricanas», las tensiones medio-orientales (Irak, Siria y la cuestión palestina), no sólo son la causa de una recuperación masiva de los flujos migratorios en Europa, sino que tienden a rediseñar en clave religiosa la conflictualidad, ya sea político-institucional o económico-social y territorial.
Por último, en China, porque el gran dinamismo urbano impreso por el desarrollo económico posterior a Deng Xiaoping amenaza con poner en discusión las grandes reglas que han regido durante milenios la proyectación y el gobierno de la ciudad. En la tradición china, éstos se fundan en dos órdenes de principios. Uno de tipo cosmológico, une el cielo (simbolizado por la forma geométrica del círculo) y la tierra (simbolizada por el cuadrado). El otro, recoge y organiza los saberes tópicos conocidos con el nombre de fengshui, que aseguran el éxito en la búsqueda del «buen lugar» para vivir (la ciudad, la casa) y para morir (la tumba, el cementerio).
Se entiende, por lo tanto, que el tema de «las manifestaciones públicas religiosas» evocado por Horacio Capel sea sólo uno de los aspectos de las cuestiones profundas que la religión impone a las prácticas urbanísticas. El punto de vista de Capel es lúcido como siempre y pone a la religión en un contexto crítico-racionalístico que de alguna manera recuerda los estudios de Max Weber. En este sentido, es perfectamente comprensible la expresión «Si Dios existe, ha de ser uno», aunque para algunos pueda resultar autoritativa y para otros provocativa. Pues bien, si tomo el punto de vista del crítico-racionalístico, convengo con muchas cosas de las que Capel dice, sobre todo en lo que respecta a la convivencia humana, que debe ser no sólo «pacífica», sino también «civil». Y civil, todos sabemos, proviene de «cives«, los ciudadanos, los que habitan en la civitas. Cuyo profundo significado geográfico es el de permitir el libre «florecimiento humano» de los habitantes, a través de la vivacidad cultural, la innovación tecnológica, cultural, institucional y política. Y eso, para retomar uno de los temas centrales del texto, tutelando el desarrollo de la regulación social a través del derecho. Pero un derecho que sea algo más y diferente del formalismo jurídico y la retórica de una falsa imparcialidad de la jurisdicción. Un derecho «citoyen«, en cambio, en el cual y por el cual la ciudad es garante y depositaria de la coincidencia entre la legitimidad y la legalidad: entre el ius, el derecho que garantiza la justicia y la lex, es decir, su codificación escrita (lex, proviene de legere, leer en latín).
Ahora, el punto de vista crítico-racionalista es sólo uno de los que sirven para interpretar el hecho religioso. De éste último son constitutivos por lo menos otros dos elementos, que quisiera llamar «teologal» y «hierocrático», respectivamente. El primero tiene que ver con la «naturaleza» de Dios y por lo tanto con las implicaciones que permiten al hombre comprender su voluntad, aunque sea de manera aproximada dados los limitados recursos cognitivos a disposición de los creyentes. El segundo tiene que ver específicamente con los poderes generados por las manifestaciones de lo sagrado y de las formas en que estos poderes se ejercen históricamente, incidiendo sobre la sociedad y el territorio. Estos dos elementos están estrechamente entrelazados, como se puede entender, pero quisiera mantenerlos separados para lograr comprender mejor su significatividad por las consecuencias urbanísticas de la religión y además por las consecuencias religiosas del urbanismo, destacando una propiedad no transitiva de esta textura.
El elemento teologal nos cuenta muchas cosas, y entre ellas, la calidad ontológica del territorio, el lugar de la geografía en los diseños del Omnipotente que el pueblo de Dios ayuda a realizar. Me limito a recordar, como alto ejemplo, la doctrina de Orígenes (siglo II) sobre el sentido de la territorialidad del mundo antes y después de la venida de Cristo. Ésto es lo que me lleva a compartir la opinión de Vicente Bielza de Ory sobre la multiplicidad de las sedes ceremoniales de los creyentes. Éstas últimas tienen un contenido funcional, ciertamente, y, como res corporales deben ser disciplinadas jurídicamente. Pero su valor es principalmente teologal, y como res incorporales, responden a ordenamientos morales. Así que, de hecho, la libertad de culto es impensable sin una libertad de los lugares de culto. Es un punto crucial de lo que se ha definido el spatial turn en los estudios teológicos, sobre el que los geógrafos y especialistas en el análisis urbano y regional pueden aportar contribuciones importantes en el marco de una nueva alianza interdisciplinaria.
La hierocracia, por su parte, cambia el enfoque sobre el poder. Un poder específicamente ligado a lo sagrado, cuyo fundamento no es tanto Dios en sí mismo, sino más bien los cuerpos mediales que se atribuyen su representación, de las Iglesias a los Estados, pasando por una miríada de instituciones intermedias. Estas hierocracias se pueden percibir históricamente en múltiples planos, y aquí quisiera limitarme a nombrar dos, ambos mencionados en la obra seminal de Weber, pero profundamente renovados en las últimas décadas. El primero tiene que ver con la economía, y se refiere a la modalidad de funcionamiento de las religiones, especialmente monoteístas, que de acuerdo con el análisis de Ph. Simonnot asumirían modelos monopolísticos y no libre-concurrenciales.
El segundo tiene su vehículo de expresión privilegiado en la política. Una relación, entre religión y política, que muchos eruditos no dudan en definir como consustancial; hoy aparece con declinaciones inéditas que M. Gauchet ha destacado en sus estudios sobre el “désenchantement du monde”.
Y es en este punto que quiero cerrar el círculo sobre Jerusalén, donde desde hace décadas con el fin de mantener «para siempre» a la ciudad en su rol de capital del Estado judío, se implementa la urbanística segregativa hecha de muros, alambre de púas, barreras móviles, prohibiciones de acceso, canales obligados de movilidad. Una urbanística seguritaria, que contempla la gestión arbitraria de los permisos de construcción, las demoliciones sorpresa, los desplazamientos forzados de población. Y eso, bajo el escudo unilateral de una legalidad sin legitimidad. Y eso, una vez más, en nombre de Dios.
* Agradezco por la traducción a Claudio Arbore y a Virginia Sciutto
Para mayor información:
CAPEL, Horacio. Las consecuencias urbanísticas de la existencia de Dios, GeocritiQ, 15 de abril de 2014. http://www.geocritiq.com/2014/04/las-consecuencias-urbanisticas-de-la-existencia-de-dios/
BOELZA DE ORY, Vicente. Otras reflexiones sobre las consecuencias urbanísticas de la existencia de Dios, GeocritiQ, 3 de junio de 2014. http://www.geocritiq.com/2014/06/otras-reflexiones-sobre-las-consecuencias-urbanisticas-de-la-existencia-de-dios/
A. Turco, Turisti a Gerusalemme. Territorialità ontologica, economia morale, cultura di pace, [COMPLETARE]
Angelo Turco es catedrático de Geografía Humana en la Universidad IULM de Milán.