por Vicente Bielza de Ory*
El título del artículo de Horacio Capel “Las consecuencias urbanísticas de la existencia de Dios” suscita numerosas reflexiones que desbordan el puro marco de los equipamientos religiosos actuales. La afirmación principal “si Dios existe, ha de ser uno, y eso tiene implicaciones urbanísticas” no es la primera vez que se hace y se intenta aplicar. Nada menos que hace 34 siglos el faraón Amenofis IV, al querer reducir a una las múltiples divinidades adoradas en Tebas, creó una nueva ciudad, Akhetatón que abandonó Tutankamon, ante la reivindicación del clero politeísta tebano. S. Freud quiso relacionar a Amenofis IV con el Moisés bíblico que vivió en Egipto un siglo después. Sin embargo, orientalistas actuales como el prof. Cannuyer de Lille, rechazan un verdadero monoteísmo en el faraón adorador del globo solar Atón y una relación directa con el Moisés, cuyo Dios, Yahvé, es el del pacto con Abraham, nacido en Ur cuatro siglos antes.
Lo importante a efectos urbanístico-religiosos es que Abraham, el primer verdadero monoteísta, no construyó templos ni ciudades. Tampoco Moisés, cuyo culto se centraba en el tabernáculo con las tablas de la ley que trasladó por el desierto desde Egipto. La religión judía no tendrá un templo monumental en Jerusalén hasta la monarquía de Salomón (siglo X aC). Tampoco la religión cristiana contó con templos al principio. Después de tres siglos de persecución, los cristianos, cuando son reconocidos por Constantino, se congregan para sus celebraciones en basílicas, los edificios romanos de reunión. Los musulmanes en sus inicios para adorar a Alá se concentran dentro de empalizadas cuadradas.
La monumentalidad en todas las religiones monoteístas aparece cuando el poder civil se identifica con la religión y la utiliza para fortalecerse. El Islam fue el primer monoteísmo impuesto por las armas y el primero en acoger, junto con el urbanismo, la arquitectura de los templos de los pueblos ocupados. Constantino, cuando funda Constantinopla, utiliza la liturgia romana anterior, pero introduce el Lignum crucis en el orbe y su sucesor Justiniano la engrandece con Santa Sofía, luego mezquita.
Probablemente fueron los politeísmos que antecedieron al monoteísmo los que antes tuvieron consecuencias urbanísticas. Para algunos estudiosos el origen de la ciudad está precisamente en los espacios ceremoniales. La génesis de la ciudad y de la cultura sin conocer la revolución agrícola, parece confirmarse a la vista de los nuevos hallazgos arqueológicos de la ciudad sagrada de Caral en Perú con las pirámides truncadas, coetáneas de las egipcias y los restos no agropecuarios de su mercado central. De cualquier forma, sea lo primigenio los centros ceremoniales-comerciales o bien la revolución agraria, la monumentalidad religiosa ha centralizado la vida urbana preindustrial, cuestión que contrastaría con reducir los equipamientos religiosos a edificios estandarizados en la era postindustrial.
La principal implicación urbanística de la religión –politeísta o monoteísta- es que en la mayoría de los países ha focalizado durante milenios la vida urbana, y en muchos casos la sigue referenciando con un patrimonio cultural y un paisaje que pueden llegar a ser las únicas señas de identidad para sus ciudadanos. Por ello proponer planes urbanísticos para las sociedades actuales con solo equipamientos religiosos de carácter ecuménico, sería tanto como dar la espalda a la geografía y a la historia urbanas. La globalización económica, la estandarización de los espacios peri y suburbanos no pueden significar la uniformización cultural.
Estando de acuerdo en excluir la violencia de las relaciones sociales, en educar a los creyentes desde la racionalidad del monoteísmo y terminar con las guerras de religión y sus catástrofes, el problema principal para la generalización de los equipamientos religiosos compartidos es que dentro de sociedades libres y democráticas no cabe la uniformidad ideológica. Hay que respetar el derecho de reunión y manifestación, incluido el religioso, que fue el primero en la historia urbana, siempre que esté regulado para no molestar a los creyentes de otras religiones o a los no creyentes. Si a los seguidores de los distintos equipos de futbol de una ciudad no se les obliga a compartir el mismo estadio, si a los diferentes partidos políticos y sindicatos no se les impone reunirse en la misma sede ¿se debería hacer en el caso de las religiones?
El derecho urbanístico ha de construirse para atender y regular las demandas de los ciudadanos, pero la tradición cultural religiosa acaba imponiéndose, como ha sucedido en la Rusia actual con los equipamientos religiosos tras casi un siglo de comunismo ateo. En el país donde Stalin destruyó o convirtió en museos la mayor parte de los templos ortodoxos, el dúo Putin-Mendeleiev, reconstruye catedrales como la de Cristo Salvador, derribada por el dictador. Proporcionar equipamientos educativos y religiosos, públicos y ecuménicos, es obligación de los gobiernos democráticos estatales y municipales, pero también, en aras de la libertad, los creyentes, pueden dotarse de aquellos equipamientos que se sufraguen.
Para mayor información:
CAPEL, Horacio. Urbanización Generalizada, derecho a la ciudad y derecho para la ciudad. Scripta Nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales. Universidad de Barcelona, 1 de agosto de 2010, vol. XIV, nº 331 (7). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-331/sn-331-7.htm>.
RACINE, J-B, La ville entre Dieu et les hommes, Anthropos, Paris, 1993, 354 pp.
BIELZA DE ORY, V. De la ciudad ortogonal aragonesa a la cuadricular hispanoamericana como proceso de innovación-difusión, condicionado por la utopía, Scripta Nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales. Universidad de Barcelona, febrero 2002.
*Catedrático de Geografía Humana. Prof. Universidad de Zaragoza.