En Histoire universelle de Marseille. De l’an 1000 à aujourd’hui,obra mayor de la Historia urbana, publicada en Francia en 2007,el ensayista anarquista Alessi dell’Umbria presentía ya en qué se convertiría Marsella. Ésta es hoy, efectivamente, una «ciudad vencida» cuyos tejidos urbanos y sociales, cultura e identidad están borrándose. La «mutación» en curso en esta metrópoli mediterránea no es sino el resultado de un proceso global de des-civilización urbana hecho a base de dislocación territorial, desintegración social y enajenación cultural, pero también de desposesión de la ciudad para los habitantes que habían echado raíces en ella. A imagen de otras grandes ciudades, Marsella está también en vías de convertirse en un magma urbano informe y anónimo -en otras palabras, en una « aglomeración »- «cuya única característica indentificable, apunta Dell’Umbria, es extenderse hasta el infinito».
La historia de Marsella ha dejado de ser universal en el sentido que Dell’Umbria apunta, es decir, contrario al punto de vista de los dominantes, para quienes lo local no puede ser sino «provincial». Para Dell’Umbria, se trata de un lugar donde se concentraba toda la experiencia y la riqueza de la sociabilidad humana; el centro de mundos económicos y culturales distintos que se codeaban, se confrontraban y se mezclaban; el foco de lo que se llamaba una civilización.
Por efecto de la expansión y de la penetración de las relaciones sociales capitalistas, Marsella se ha convertido, ella también, en una «mercancía global», a semejanza de todo el continente europeo, del que ya no se puede decir que constituya una civilización, sino un hipermercado. La única universalidad que prevalece en nuestros días es la deseada e impuesta por el capitalismo globalizado o, más exactamente, transnacionalizado.
De hecho,Marsella no se ha convertido, la han convertido. «¿Quién?» Sus élites burguesas y neo-pequeño-burguesas conchabadas con el poder central parisiense. Mientras el pueblo marsellés pudo contribuir a fraguar la identidad de la ciudad a través sus prácticas, sus maneras de ser, sus costumbres, sus recuerdos colectivos y, si hacía falta, sus revueltas, se podía decir que Marsella era el sujeto de su historia. Ahora ya no es sino el objeto de una historia que le escapa, la deseada e impuesta por otros : los capitalistas apátridas de Francia y de cualquier parte, los eurócratas de Bruselas, los tecnócratas de París y los politiqueros de la región PACA (Provence-Alpes-Côte d’Azur), iniciales que ya no hacen soñar con la «Puerta de Oriente», su antiguo sobrenombre, pero que expresan bien lo que es esta región urbana a ojos de quienes quieren reconvertirla y reordenarla, y de los lacayos periodísticos y científicos a su servicio. Una palabra resume el estatuto y la imagen que quieren imprimir a Marsella : metrópoli (“métropole”), una palabra comodín.
Marsella Metrópoli, Lyon Metrópoli, Lille Metrópoli, Toulouse Metrópoli, Strabourg Metrópoli, Rennes Metrópoli, pero también Montpellier, Nantes y Rennes Metrópoli, e incluso Angers, Caen, Dijon o Brest Metrópoli… Sin olvidar, desde luego, la metrópoli del «Grand Paris». En Francia, el 19 de deciembre de 2013, se ha aprobado una ley para crear una docena de metrópolis. La metrópoli, que agrupa la ciudad principal, sus suburbios y parte del territorio periurbano, se encargará de las cuestiones de desarrollo económico, urbanismo, medio ambiente, distribución del agua y gestión de los residuos. ¿Por qué concentrar de tal manera la organización y el funcionamiento del espacio urbano ? Para adaptarlo a la concentración del capital mismo y a la centralización de las funciones de mando, así como de los servicios ligados a éstas.
La uniformidad de las denominaciones “metrópoli” remite a la de los proyectos urbanísticos y programas de equipamientos que supuestamente contribuyen a que la ciudad sea merecedora de tal apelación: palacios de congresos, auditorios, museos, patrimonio del pasado industrial «reconvertido» en «espacios culturales», riberas y muelles «recualificados», etc. Uniformidad también de las empresas constructoras (Bouygues, Vinci, Effage) y de las «grandes firmas» de arquitectos (Jean Nouvel, Christian de Portzamparc, Frank Gehry…). Uniformidad igualmente de los discursos propagandistas que promueven estas operaciones. Uniformidad, a fin de cuentas, de la vida urbana que se quiere hacer reinar en estas capitales del capital.
Metropolización = uniformización.Ciudades intercambiables cuya remodelación obedece a criterios de «atractividad» y de «competitividad» que son los mismos dondequiera, las «5 A» : actividades de alta tecnología; población activa con alta cualificación; habitantes y visitantes con altos ingresos; equipamientos de alto nivel, y edificios de alta calidad medioambiental. Resultado : una elitización del derecho a la ciudad. Los principios del ordenamiento urbano son conformes a la visión neo-liberal tecnocrática, mercantilista y financiera: racionalidad, orden y seguridad. A fuerza de ser idénticas las unas a las otras, estas ciudades «remodeladas» acaban por perder su identidad. Lo que vale también para los ciudadanos, no los recién llegados que han ya perdido la suya, sino aquéllos a los que estas transformaciones urbanas les han hecho extranjeros en su propia ciudad, que ya no la reconocen y que ya no se reconocen en ella, en lo que se ha vuelto.
Precisamente, el objetivo de las autoridades publicas en Marsella es elevarla al rango de metrópoli en el marco de la llamada «competencia libre y no falseada», lema que se aplica también a otras grandes ciudades “rivales”, ya sean ciudades portuarias de la Europa mediterránea (Barcelona, Valencia y Génova) o ciudades francesas del sur del país (Lyon, Montpellier, Toulouse). Se trata de reconvertir una ciudad industrial-portuaria y proletaria en una capital de la «creación» que atraiga «inversionistas», «materia gris» y turistas adinerados.
Problema : Marsella es la única gran ciudad francesa en cuya área central la presencia del pueblo es todavía masiva. En 2003, un concejal de urbanismo afirmaba publicamente : «Necesitamos gente que crée riqueza. Tenemos que deshacernos de la mitad de los habitantes de la ciudad. El corazón de la ciudad merece otra cosa». Más fácil de decir que de hacer. Y de ahí la necesidad de recurrir a procedimintos decisivos. En este caso, en primer lugar, lanzando, paralelamente a la rehabilitación de algunos barrios del centro histórico, una gigantesca operación de «reconquista urbana», arma habitual de destrucción masiva de la presencia popular en áreas urbanas centrales: operación “Euroméditerranée”. Localizada a lo largo del mar, al Norte del Viejo Puerto, sus mega-obras cubren casi 500 hectáreas y harán desaparecer los 30.000 residentes de este sector urbano. En su lugar, aparecerán centros de negocios (más de 1 millón de m2 para actividades innovadoras) y una población activa titulada universitaria, equipamientos de prestigio, viviendas de “alto standing”, ecobarrios, espacios públicos remodelados, tranvía…
Esta reconquista implica una limpieza socio-étnica, una política de tabula rasa a expensas de los hábitos y usos de la población existente. Se trata de sacar a los pobres, inmigrantes sin papeles, gitanos y otros «indeseables». Esta población, amenazada, expulsada o incitada a irse por el alza de los alquileres y la falta de mantenimiento en los edificios de viviendas, abandonada por los poderes públicos, se ve forzada a desplazarse a la periferia lejana. Los edificios vacíos, cuando no son destruidos, son comprados al (bajo) precio del mercado y restaurados para nuevos inquilinos o proprietraios. Liberar el terreno para operaciones rentables y habitantes solventes: ésa es la estrategia. Para justificar esta política, se estigmatiza y se criminaliza a los habitantes de los barrios populares a través de una propaganda mediática y politiquera centrada en la «inseguridad». De hecho, los concejales y diputados del Partido Socialista que se preparan para conquistar el ayuntamiento en febrero de 2014 reclaman medidas drásticas para «pacificar» los barrios populares. Piden la clasificación de la ciudad entera como «zona de securidad prioritaria», que los drones sobrevuelen las «zonas urbanas sensibles», que el ejército intervenga… Como en Río de Janeiro, donde la policía militar emplea toda su fuerza en «pacificar» las favelas para que la ciudad acoja los «grandes eventos» del Mundial de fútbol (2014) y los Juegos Olímpicos (2016), y también para transformar en nuevos barrios turísticos algunas de las mejor ubicadas.
Sin embargo, el modelo original del «renacimiento» de Marsella se encuentra en Barcelona. El reordenamiemiento general de la capital catalana en el marco de los juegos olimpicos apuntaba también a hacerla más acogedora para atraer nuevos inversionistas, ejecutivos y turistas. En Marsella, el «gran evento» que ha servido como pretexto fue cultural : «Marsella-Provenza 2013, capital europea de la cultura». Esto ha dado lugar, como de costumbre, a una asociación estrecha entre poderes públicos y empresas privadas. ¡El presidente del comité organizador era también el presidente de la cámara de comercio e industria!
Se trataba de fabricar una nueva imagen urbana de Marsella, «post-industrial, limpia y creativa», a través de una estrategia de marketing y de branding. Los museos recién edificados funcionan como escaparates o logotipos donde la cultura es embalsamada y descontextualizada. El propósito es activar la afluencia deneo-marselleses y turistas. El destino de Marsella -como el de otras grandes ciudades europeas- es, en efecto, volverse una marca registrada, en particular una de «destino turístico», como se dice en las agencias de viajes. Por no hablar de sus habitantes que, en un medio urbano devenido ajeno a sus tradiciones, se verán empujados a pasearse y comportarse como turistas en su propia ciudad.
Jean-Pierre Garnier es sociólogo