Yihadismo en Francia : una reacción previsible
En medio de la ola de emoción, indignación y compasión generalizadas a la cual ha dado lugar la sangrienta operación de los yihadistas en París, negarse a proclamar « Yo soy Charlie » casi equivalía a ser cómplice del terrorismo, al menos, según el complejo político-mediático-intelectual que rige la « opinión pública » en Francia, y que, con el pretexto del « combate por la tolerancia », se ha mostrado especialmente intolerante con las gentes alérgicas a este escenificado « unanimismo » en el que la recuperación/rentabilización politiquera de los acontecimientos y la comunicación (es decir, la propaganda) iban a la par de la distracción ideológica (es decir el desvío de la atención) de una política de seudo-izquierdas que favorece cada vez más a los capitalistas. Se sabe que la llamada gubernamental a la « unidad nacional » es una estratagema clásica de los dominantes para neutralizar la lucha de clases. Al pedir al pueblo olvidar las divergencias políticas, los dominantes están intentando una vez más unir a aquellos cuyos intereses respectivos deberían separarlos y separar a aquellos que deberían estar unidos.
Por otra parte, es preciso recordar que el Charlie Hebdo de los años 2000 ya no era el periódico anticonformista e incluso anticapitalista de los años 70. Presentarlo como un símbolo de la libertad de expresión es ignorar las posiciones políticas derechistas que expresaba desde finales del siglo XX. Además de participar activamente en la campaña en favor de la Europa neoliberal y apoyar las guerras imperialistas, primero en Yugoslavia luego en Irak, desempeñó un papel relevante sobre todo en el auge de los prejuicios en Francia contra los musulmanes y los árabes. Esto, por supuesto, no es un motivo para justificar la matanza de algunos de sus colaboradores pero, si dejamos de lado el modo de su ejecución, ésta no debería resultarnos tan sorprendente, sobre todo si se toma en cuenta el contexto socio-histórico actual.
La explicación del asesinato de periodistas de Charlie Hebdo se encuentra en el cruce de las contradicciones internas de la sociedad francesa y de la implicación externa de Francia en el Medio Oriente.
En el frente interior, es decir en los polígonos de viviendas sociales, los que las clasificaciones burocráticas llaman « zonas urbanas sensibles », la juventud de origen inmigrante de los países del Magreb y de otras regiones africanas es víctima, desde hace varias décadas, de la estigmatización, la discriminación, la humillación y la represión policiales en nombre de la lucha contra la violencia urbana, a lo que se añade, en el plano socio-económico, la precarización, la pauperización y la marginalización masivas que sufren sus padres, y que convierten a los hijos en una juventud sin otros futuro que el paro y la miseria ; una juventud frustrada, a menudo animada por el rencor y, para algunos, con un deseo de venganza. A estos rebeldes nihilistas, porque lo son sin causa política, sólo se les ofrece una identificación con positividad ilusoria —en realidad la negatividad absoluta — del fundamentalismo islamista.
Otro factor que acentuó la impresión de injusticia para la población de origen inmigrado de las ex-colonias de África : la movilización general de los ciudadanos suscitada por los asesinatos yihadistas en París contrastaba con su indiferencia respecto a la decenas de jóvenes matados por la policía en los barrios populares en Francia (más de 350 desde el fin de los años 70) o las masacres recientes de poblaciones civiles por el ejército de Israel en el marco de las represalias llevadas contra la resistencia palestina.
En el frente exterior, las fuerzas armadas francesas, en nombre de la lucha contra el terrorismo, están presentes en todos los terrenos de enfrentamiento (Afganistán, Irak, Libia, Siria, Mali, Centroáfrica…), en los que está habiendo decenas de miles de muertos entre los no combatientes. Por otro lado, podría decirse que los gobiernos franceses han estado jugando con fuego, ya que son ellos mismos los que han armado a grupos yihadistas financiados y adoctrinados por Arabia Saudita y Qatar, y ayudados por Turquía, para derrumbar los regímenes laicos (los de S. Hussein, de M. Gadafi y de B. el Assad) opuestos a los planes imperialistas de saqueo de los recursos naturales (petróleo, minerales).
De todo ello resulta que, en el imaginario de la mayoría de los franceses, la lucha de clases ha cedido el paso al supuesto « choque de civilizaciones » o, más concretamente, entre la civilización occidental y la barbarie musulmana. Como se ha podido ver en las pantallas de televisión o de los ordenadores, las muchedumbres que salieron a la calle para participar en la « marcha republicana » orquestada por las autoridades eran de la clase media blanca y educada o sea, con otras palabras, de la pequeña burguesía intelectual. A este respecto, la izquierda, incluso la que hace alarde de radicalismo, que también quería « ser Charlie », daba prioridad a la emoción sobre la reflexión. Ahora bien, la cuestión no esta en ser o no ser « Charlie » sino en adoptar de nuevo un enfoque político y crítico acerca de las contradicciones del mundo capitalista contemporáneo y de los conflictos, a veces inéditos, que éstas generan.