Julio José Plaza Tabasco (*)
La crisis demográfica y las dificultades financieras de las administraciones públicas nos sitúan en un intenso debate sobre cómo garantizar el bienestar de los ciudadanos y hasta qué nivel se definen los servicios públicos en el territorio. Son problemas que comprometen el futuro de las regiones de baja densidad en mayor medida y a más corto plazo que lo que acontece en las regiones más urbanizadas, donde las mismas preocupaciones son compensadas por la concentración humana y de capital. La solución implica revisar los modelos de ordenación territorial y formular nuevas visiones espaciales, entre las que destacan el policentrismo y las áreas funcionales urbanas (FUA, del inglés Functional Urban Area), si bien conllevan importantes desafíos y reservas relacionadas con las tradiciones culturales sobre la planificación y la capacidad y forma de gobierno.
En absoluto debemos circunscribir los términos policentrismo y FUA a las regiones más urbanizadas. Bajo el dinamismo social, económico e informacional que ofrecen algunos conjuntos de ciudades, y que genera fuertes ligazones entre ellas, existe un componente gubernamental que lo garantiza mediante las políticas públicas y la inversión en infraestructuras. En las regiones de baja densidad, periféricas o dependientes de espacios centrales, también es posible la existencia de modelos policéntricos y de ámbitos funcionales que fortalezcan las conexiones urbano-rurales y hagan frente a las debilidades demográficas y de sostenibilidad de los servicios públicos además de un desarrollo territorial sostenible, como defiende el acervo comunitario europeo desde la aprobación de la Estrategia Territorial Europea en 1999. En este sentido, el enfoque ascendente de desarrollo rural LEADER y la apuesta por el policentrismo en varias comunidades autónomas españolas, demuestran que esta nueva realidad es posible.
Para conseguirlo, es necesario reconocer el papel articulador y determinante de las ciudades medianas y pequeñas en la cohesión territorial, y asumir en muchos casos sus características rurales. Su concepción exige iniciarse en dos aspectos: por un lado en la deconstrucción, por supuesto académica, del sistema político-administrativo vigente, dominado en muchas ocasiones por estructuras administrativas regionales y/o provinciales excesivamente jerárquicas, o influenciado por sistemas urbanos externos, ajenos a las necesidades de las regiones de baja densidad ante la ausencia de mayor coordinación. Por otro lado, es preciso promover nuevas formas de interpretar el espacio regional, que se hace flexible cuando analizamos los movimientos de población y las complementariedades entre núcleos urbanos. En muchos casos, estas visiones afloran tras análisis estadísticos y trabajo de campo sobre los vínculos por motivos laborales, de estudio, o por razones de identidad como es el desplazamiento a segundas residencias en el medio rural desde los ámbitos más urbanos. Así se puede observar en Castilla-La Mancha (España), comunidad autónoma situada en el centro peninsular y al sur de la capital de España, Madrid, con una población de 2.031.479 hab en 2017 y una extensión de casi 80.000 km2, que arroja una bajísima densidad de 25,6 hab/km2. Bajo su espacio formado por cinco provincias (Albacete, Ciudad Real, Cuenca, Guadalajara y Toledo) se descubren hasta diez FUA con características y dinámicas propias.
Estas nuevas arquitecturas de los sistemas territoriales no rompen de forma violenta la ordenación tradicional, sino que la complementan. La identificación de algunos núcleos urbanos como “centros” o “subcentros” genera un espacio-red que aporta el dinamismo informacional y la estructura de servicios (públicos) necesaria en cada FUA para contrarrestar la baja densidad demográfica, la debilidad de las ligazones, o la dependencia de otros sistemas. Pero la forma de esta red nodal no completa ni configura el sistema, sino que es la función de cada núcleo la que aporta sentido al conjunto. Esta función crece y se desarrolla a partir de los activos que forman el territorio y sus diversos patrimonios, especialmente el capital social y su capacidad de relación. Todo ello se potencia con nuevas economías como el turismo, o mediante empresas de base social y otras formas de emprendimiento, e incluso con la participación del Tercer Sector, muy significativa en servicios sociales y ambientales, donde las administraciones públicas son siempre deficitarias.
Figura: El modelo policéntrico y de FUA de Castilla-La Mancha a partir del análisis de centros y subcentros y población vinculada.
Siguiendo este enfoque ascendente, si la definición de estructuras policéntricas y FUA genera coherencia, homogeneidad y cohesión interna en cada una de ellas, a nivel del desarrollo regional permite una clarificación mayor de las problemáticas y de las prioridades que se deben acometer en cada ámbito subregional para asegurar la competitividad y la cohesión territorial, en coordinación con otras estructuras supramunicipales como las provincias y/o mancomunidades. Así se ha constatado también en Castilla-La Mancha, donde las distintas realidades subregionales o de cada FUA precisan tratamientos específicos.
Nos encontramos, por tanto, en un momento de encrucijada en muchos territorios dependientes, periféricos, o de baja densidad, que no tienen por qué considerarse como espacios perdedores o en vías de su desertización. El policentrismo y las FUA representan alternativas que impregnan los nuevos discursos territoriales, sobre los que debemos reflexionar considerando la urgencia de la situación.
Para mayor información:
PILLET, Félix y CAÑIZARES, Mª Carmen (Coords.). Policentrismo y áreas funcionales de baja densidad. Madrid, Editorial Síntesis, 2017.
* Julio José Plaza Tabasco es profesor del Departamento de Geografía y Ordenación del Territorio de la Universidad de Castilla-La Mancha