Rubén C. Lois-González
Universidade de Santiago de Compostela
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La crisis económica, cada vez se sabe más, fue el resultado de la desregulación del sector financiero, una burbuja inmobiliaria y constructiva que respondía a la perfección a lo caracterizado por C. Marx (y mejorado por D. Harvey) como proceso de acumulación secundaria del circuito del capital y, por supuesto, una deficiente gestión de multitud de haciendas públicas y privadas. Había que reajustar el funcionamiento del sistema económico, y se hizo entre 2008 y 2010, con recortes en el gasto público, cierres o rescates de bancos y reducción de derechos de los trabajadores. Había que hacer más por menos y se hizo, pero la crisis volvió a rebrotar en 2012 y 2013 en Europa, y en especial en la cuenca mediterránea. En esta segunda etapa de la misma ya nos encontramos con numerosos elementos ideológicos para analizar.
La agenda política dominante sigue insistiendo en recortes de salarios, servicios públicos, derechos laborales, etc., para continuar con la purificación necesaria en la superación de las dificultades. La integración global de la economía es la amenaza y si no trabajamos como chinos, difícilmente seremos competitivos. Frente a estas lecturas, los últimos meses van tomando cuerpo las reivindicaciones de lo público y lo comunitario, un cierto rearme de la izquierda que ya han conseguido éxitos notorios como parar la privatización de la sanidad en Madrid. Se reivindica, de nuevo, la economía, la gestión de los territorios, al servicio de las personas y de sus necesidades.
Sin duda, muchos pensamos que el esquematismo de las soluciones que se nos proponen es un mensaje intencionado de los poderosos, de los mercados, que siempre lucharán por conservar sus beneficios. No es cierto que una mayor acumulación de capital en pocas manos sea bueno. No es cierto que la economía financiera, gaseosa e incontrolable, deba adquirir un papel hegemónico respecto a la productiva. En definitiva, no es cierto que los sacrificios de miles de trabajadores sirvan para algo más que comprobar hasta qué punto podemos resignarnos a intensos períodos de castigo. El circuito económico se reactiva con consumo, con sociedades que progresan y con un gobierno eficiente de lo público que introduce estrictas reglas de juego a los actores privados. La falta de control sobre las finanzas conduce a riesgos económicos permanentes. Y son precisamente los líderes de este sector bancario (con alguna excepción), los que nos insisten en el discurso de la resignación, el abaratamiento y el autocontrol, repartiendo las culpas de unas dificultades económicas que ellos o sus antecesores en los puestos de responsabilidad de sus empresas provocaron.
En este panorama tan volátil del presente se observan novedades. Entre las mismas, el declive de Europa frente al empuje de los denominados países emergentes. Como se venía anunciando, en un mundo interconectado el Viejo Continente ha perdido fuerza y acusa una evidente falta de liderazgo. De hecho, la UE ya ha previsto que o se mejoran los indicadores de I+D+i (crecimiento inteligente), se continua la senda hacia un modelo económico más respetuoso con el medio ambiente (crecimiento sostenible) y se mantienen los derechos básicos de los ciudadanos o no se saldrá de la crisis, del declive en el que Europa está sumida. Sólo con más ciudadanía, controles democráticos directos, generación de saber y ajuste de la economía al paradigma ecológico, Europa resolverá satisfactoriamente el futuro, en un mundo donde las voces de Oriente y del Sur tendrán mucho más que decir, y ser respetadas.
A nuestro juicio, lo que resta del siglo XXI o permite construir un mundo más equilibrado, sostenible y justo, o profundizará la sensación de crisis y crueldad que se asocia al rastro histórico dejado por la centuria anterior. Estamos ante el inicio de un nuevo orden mundial donde las nuevas potencias (China, India, Brasil, Sudáfrica, etc.) pueden aportar mucho al gobierno y la economía global, en bastantes ocasiones recordándonos su pasado como territorios explotados y dependientes. Caminamos hacia un mundo multipolar, policéntrico, y esto es intrínsecamente bueno, pero que no nos engañen: es bueno porque situará a más actores en la escena mundial, porque millones de desheredados harán valer mejor sus derechos, y no porque, como se nos intenta transmitir las conquistas sociales, el Estado de Bienestar, que una parte de las sociedades occidentales ha conseguido construir sea una excepción histórica. Todo lo contrario, o el mundo camina hacia una mejor satisfacción de las necesidades de cada vez más gente con una agenda social y territorial explícita, o la crisis será permanente.
Para mayor información:
-Lois, R.; Maciá, J.C.; Armas, F.J., Cabalar, M. y Cardoso, L (Coords.) (2012): Planificación y Estrategias Territoriales en la Sociedad Actual. Págs. 545. Ed. AGALI y Grupo ANTE de la Universidade de Santiago de Compostela.