por Jorge Olcina Cantos
Cuando escribo estas líneas me llega la noticia, triste, del fallecimiento del sociólogo alemán Ulrich Beck que, sorprendentemente, apenas ha merecido algún pequeño párrafo en los medios de comunicación españoles, publicado además varios días después de haber ocurrido. Beck zarandeó en los años ochenta los cimientos de la reflexión social contemporánea. Tras el desastre nuclear de Chernobil, publicó su famoso ensayo y tuvo el acierto de situar al riesgo como argumento básico para la interpretación del funcionamiento actual de la sociedad global. El mundo occidental, asentado en su comodidad económica, se dio cuenta de que tampoco era ajeno a la posibilidad de un gran desastre. Las fronteras políticas entre los bloques de entonces perdían todo sentido ante los efectos transfronterizos de un accidente nuclear. La seguridad diseñada en el mundo desarrollado no resultaba ya válida. Se puso de manifiesto, en suma, que no existe el riesgo cero y que los peligros no distinguen según el nivel de vida de las sociedades afectadas. Por muchos recursos económicos de que se dispongan la catástrofe puede presentarse en cualquier momento. Y lo peor es que ese riesgo, como casi todos (naturales y teconológicos), los “fabrica” el propio ser humano.
El riesgo es ese umbral de peligro probable que aceptamos de modo individual o colectivo, y que puede alterar nuestro diario funcionamiento social y zarandear en cualquier momento nuestro siempre débil y efímero bienestar ante los eventos extremo. Para hacer frente a sus efectos, como señaló Beck, han proliferado las respuestas individuales; seguramente por la falta de creencia en el sistema público de seguridades colectivas que deben fomentar los gobiernos. Nos interesa estar seguros…pero estar seguros nosotros. Importa poco el vecino. Y le importa menos al administrador o político de turno. El riesgo no es un tema cómodo para la política; genera desastres y eso no es buen cartel electoral.
A esta situación de riesgo amenazador hemos llegado por nuestra mala praxis territorial, por nuestra falta de respeto a la naturaleza, por la necesidad creciente de abastecernos de recursos finitos, por nuestro afán de enriquecernos por encima de lo posible…En definitiva, el ser humano convertido en “hacedor” de desastres. Los gobiernos han tejido la coartada: todo se permite en aras al supuesto bienestar colectivo aunque ese bienestar sólo sea riqueza para unos pocos. Si añadimos la falta intencionada de información a la sociedad y la justificación de la inacción política en una supuesta falta de conocimiento científico de los posibles peligros tendremos los ingredientes que componen el nuevo escenario social contemporáneo: una sociedad de riesgo consentido, constante y creciente. Y los ciudadanos lo hemos permitido. También desde la ciencia.
Desde Beck, el análisis de riesgo adquirió nuevas dimensiones y perspectivas donde las prácticas sociales en el territorio y las políticas y prácticas de defensa ante los peligros centran un debate epistemológico que se enriquece progresivamente con conceptos, métodos y herramientas de trabajo. Vulnerabilidad, exposición, resiliencia, gobernanza, cartografías de riesgo, seguridad, adaptación son los ejes actuales de la investigación en riesgos desde ópticas diversas.
Pero, ante un tema de tanta relevancia social y territorial como el análisis de los riesgos por los efectos no deseados que puede conllevar, la investigación pura, estrictamente académica, ya no es suficiente; hay que dar un paso más. Se impone la denuncia científica de las actuaciones indebidas en el territorio que generan incremento del riesgo y terminan quitando vidas. Una denuncia científica asentada en investigaciones rigurosas que puedan ser utilizadas en informes técnicos o procesos judiciales. Con un objetivo claro: la transmisión a la sociedad de la información veraz de lo que ocurre en el territorio. Una manera necesaria de hacer ciencia para los ciudadanos. Una actitud de vida, en suma.
La sociedad del riesgo cada vez va a soportar más riesgos; es algo intrínseco al desarrollo globalizado. Podemos permanecer quietos y dejar que los peligros nos sepulten en un pozo de dejadez. O podemos reaccionar y aportar argumentos científicos rigurosos para minimizar los efectos de lo que nos vendrá. En palabras de Judt “nos corresponde a nosotros volver a concebir el papel del gobierno. Si no lo hacemos, otros lo harán”.
Estamos ante uno de esas cuestiones que otorga utilidad social a la ciencia, y muy especialmente a la geografía, donde primero se estudió el riesgo. Si no lo desarrollamos nosotros, en toda su amplitud, desde la ética de las buenas actuaciones territoriales y ambientales, no esperemos que nuestros administradores hagan mucho por asegurar la vida de las personas. Ejemplos de lo contrario en todo el mundo –desarrollado y menos desarrollado- son manifiestos en las últimas décadas. Como científicos del territorio, con preocupaciones ambientales y sociales, estamos obligados a ello. En caso contrario, quedarán cada vez menos argumentos para acallar nuestro constante cuestionamiento social y nuestra posible desaparición como disciplina académica por falta de utilidad social de lo que hacemos, de compromiso científico con los problemas territoriales de la sociedad de nuestro tiempo.
Jorge Olcina Cantos es Catedrático de Análisis Geográfico Regional en la Universidad de Alicante.
Para saber más:
-Beck, Ulrich, La Sociedad del Riesgo: hacia una nueva modernidad, Barcelona, Paidós, 1998.
-Calvo García-Tornel, F. (ed.) Enfrentados a un destino adverso. De las calamidades naturales hacia las ciencias cindínicas. Geo-Critica, Los Libros de Scripta Nova, Santiago de Compostela, Meubook, 2014. [ISBN: 978-84-941933-6-1]