Mercedes Vilanova
Universidad de Barcelona
Según Claude Arnaud el yo se inventa para ser reconocido y envidiado, no hay mejor revelador de esta enfermedad de la modernidad, que al llegar a su estadio terminal fabrica el sobre privilegiado que es la falsa víctima. El yo se ha convertido en el pequeño capital personal no heredado que podemos hacer fructificar con un desenfreno de relatos, aunque la invención de curriculums es antigua, en los campos de concentración nazis surgió desde el mismo momento de su liberación, muchos lo confirman:
“Había que mirar bien uno por uno los que llegaban, si eran españoles deportados, pues podían ser trabajadores de Alemania….Te puedo explicar, pero mucho”. Joaquín López-Raymundo. “Muchos franceses hicieron como que ellos habían estado allí y habían hecho la trampa”. Regino González-Cubo. “Habían muchos en Francia y en Alemania trabajando para los alemanes que se hicieron pasar por deportados, claro, a mí qué me importa eso”. Francisco Casares Rodríguez.
Enric Marco, tal vez el impostor español más famoso, me explicó la razón de su impostura: “Yo hago historia, soy un protagonista útil a la sociedad, he sufrido, me siento como una persona que ha formado parte de todo esto (…) he llegado a sentir como ellos, como aquel actor que se apropia del rol que representa en la escena”. Benito Bermejo se hizo famoso al descubrir la impostura de Enric Marco, en el momento en que podía asegurarse primeras portadas, Mario Vargas Llosa compartió esta hazaña con sus lectores: “Enric Marco, nacido en 192l, conocido como ‘el deportado número 6.448, era presidente de la asociación Amical Mauthausen, que cuenta con 650 socios en España, cargo para el que había sido re-elegido el 1 de mayo, y se encontraba ya en Austria, rumbo a Mauthausen, para participar en las ceremonias conmemorativas de los 60 años del fin del nazismo, a las que iba a asistir Rodríguez Zapatero, presidente del Gobierno español, cuando el historiador concluyó su rastreo y elaboró su informe. Marco tenía, en su bolsillo, el discurso que había preparado para leerlo en aquella ocasión. Desconcertada, estupefacta con las conclusiones de Bermejo, la Amical de deportados españoles pidió a su presidente que, mientras se aclaraban las cosas, regresara a España. Su discurso lo leyó en Mauthausen otro deportado, Eusebi Pérez”.
Jorge Semprún también utilizó historias ajenas que él no había vivido ni visto, lo hizo en Viviré con su nombre, moriré con el mío, libro en el que ocultó que relataba la historia de Stéphane Hessel. No obstante, su éxito como escritor la debe a la convivencia con los Azaustre en Madrid, que él ha reconocido entre otros textos, en su libro La escritura o la vida. Más de cuatro décadas después le pregunté a Semprún cómo y por qué escribió El largo viaje : “Me llega con una facilidad asombrosa la posibilidad de escribir cuando estoy empezando a ser expulsado del partido, en la casa de la pareja de militantes de Concepción Bahamonde. Y allí había esta casualidad increíble, mucha suerte he tenido yo de que Manolo Azaustre había estado deportado en Mauthausen… Me contaba y yo me decía: esto lo ha vivido hasta el fondo, pero qué mal lo cuenta, y me volvió la idea de contarlo yo. O sea que el libro éste se escribe gracias o por Manuel Azaustre, Luego cuando hice una película que se llamaba Las dos memorias, llamé a Manolo Azaustre, y no pude utilizar nada de lo que me dijo porque no sabía expresarse”.
Franziska Augstein lo explica así: “Manolo aprovechaba la presencia de Federico Sánchez – éste era uno de los nombres de guerra de Jorge Semprún – para agasajarle con sus historias de Mauthausen. Y como aquél no tenía nada que hacer, se sentó y escribió, tal como lo había intentado antes en otras ocasiones. Y esta vez lo logró. En lugar de introducirse en el campo de concentración, se aproximó a él con cuidado: la tremenda crueldad del campo de concentración, en cuya descripción se agotaban en vano los torpes superlativos de Azaustre, aparece en la narración del viaje en tren a Buchenwald en escenas, que más tarde, cuando escribió guiones, Semprún denominó flash-forwards. Sus relatos (de Azaustre) sobre el campo atacaban los nervios de Semprún”.
Cualquiera, desde Semprún a Marco, tiene derecho a vivir las imposturas que necesite, desee o escoja, ya que son ideadas y están dentro de las estructuras sociales en las que vivimos sin olvidar que un aspecto interesante de las imposturas es que quien las convierte en verdad es la persona que las escucha o lee. Semprún recogió premios literarios y fue ministro Marco logró prestigio social gracias a ser presidente de la Amical, los dos fueron prolijos a la hora de explicar experiencias que ellos no vivieron. En todas las historias y en todos los relatos de los campos hay hechos silenciados, distorsionados, prefabricados, “fijos” o falsos. Marco fue un actor genial que coronó con éxito su lucha por reivindicar a los republicanos deportados, consiguió que por primera vez el parlamento español llorara las víctimas del Holocausto, después ha reconocido públicamente su impostura.
Los historiadores no solemos haber vivido los hechos que investigamos, hablamos en nombre de los muertos, esos seres que, según Michel de Certeau, “vuelven a la vida gracias a que los acoge la escritura, pero a condición de callarse para siempre”. Más allá de cualquier documento oral o escrito permanece la memoria viva; quizá si Bermejo hubiera entrevistado a Marco habría comprendido su hazaña, habría captado “el oxímoron que esconde la palabra historiografía que pretende articular lo real y el discurso sobre lo real y allí donde esa unión no es pensable, ha de hacer como si las articulara”. Quienes entrevistamos guardamos los porqués de los testimonios de otros tiempos, nuestro objetivo no es repetir lo que se nos dice ni condenar a quien nos habla, nuestro oficio es ayudar a crear un discurso que permita otros futuros: historiar es comprender, interpretar, imaginar.
Mercedes Vilanova
Catedrática de la Universidad de Barcelona
Este texto es una síntesis del último capítulo del libro de Mercedes Vilanova, Mauthausen, después, Cátedra-Anaya, 2014.
Claude Arnaud, Qui di- je en nous? Une histoire subjective de l’identité, 2006.
Franziska Augstein, op. cit.: 407. “En la actualidad, un trabajo presentado para la oposición a una cátedra universitaria interpreta el libro como el relato autobiográfico decisivo de Semprún sobre el campo de concentración”. Ésta una crítica dura al supuesto rigor académico.
Jorge Semprún, La escritura o la vida, 258. Cito por la edición española de Editorial Tusquets, 2007.
Entrevista de Mercedes Vilanova a Jorge Semprún: “Luego lo comprobé, le tomé, le tomé, pero no lo utilicé, eso queda en los descartes de la película no utilizados, hay muchísimos, muchísimas cosas que no he utilizado, unas porque eran demasiado largas, otras porque tal y cual y ésta la de Manolo porque no era utilizable”. Extrañamente entre los descartes de la película y entre la lista de entrevistados no aparece Manuel Azaustre. Jaime Céspedes Gallego, “Un eslabón perdido en la historiografía documental sobre la guerra civil: Las dos memorias de Jorge Semprún (1973)”, Cartaphilus 5 (2009), 32-49.
Franziska Augstein, op.cit.: 285.
Michel de Certeau, L’écriture de l’histoire. Prólogo a la segunda edición de 1975