Carlos Fuster García*
Hoy parece una obviedad señalar que el mundo ha cambiado. Son muchos los conceptos que definen a la sociedad actual: sociedad del conocimiento, sociedad de la información, sociedad conectada… El debate sobre si estamos entre la sociedad de la información o del conocimiento está abierto, incluso se habla de la sociedad del desconocimiento o de la sociedad del aprendizaje. Lo que parece estar claro es que el alumnado de educación secundaria dispone de una gran información a su alcance, pero en ocasiones no es capaz de transformarla en conocimiento. Y esta situación, en el caso de la Historia, viene provocada por la falta de competencias históricas necesarias que les permitan elaborar un discurso histórico propio.
Debate de similares características parece producirse en la actualidad en las escuelas. Por una parte, aquellos que entienden que la educación queda delimitada por unos estándares previamente definidos, que deben ser transmitidos a pesar de que en ocasiones estén carentes de significado para que los adolescentes los conecten y les sirvan para interpretar y criticar sus realidades cotidianas; y por otra, una no tan incipiente forma de entender la educación que cree que ésta no debe convertirse en una alud de conocimientos. En este sentido a la Historia se le ha atribuido la capacidad de mejorar la percepción del entorno social, construir una memoria colectiva y formar a ciudadanos responsables; sin embargo, en ocasiones, se ha acabado por imponer y por transmitir una idea de Historia enciclopédica, alejada de los problemas que importan a los estudiantes, y acabando por no proporcionar una Historia escolar al servicio de la sociedad.
No cabe duda de que, de las piezas que conforman el engranaje educativo, la evaluación del alumnado es uno de los elementos que más repercusión posee para las familias y la sociedad en su conjunto. Asistimos en España a una tendencia que ha acabado por otorgar a las evaluaciones externas internacionales y nacionales una relevancia notable. Y es en este escenario que acabamos de esbozar donde nos planteamos si estamos preparados para evaluar el conocimiento Histórico.
La evaluación se nos presenta con capacidad para influir directamente en qué aprendemos y en cómo lo aprendemos, pudiendo limitar o promover un aprendizaje significativo. De este modo, a través de la evaluación, el alumnado adquiere su idea de qué es el conocimiento histórico, cómo se elabora y cómo se transmite. Es por ello que, si repetimos el paradigma de la Historia como acumulación de hechos del pasado, la evaluación versará en comprobar la cantidad de conocimientos que posee el alumnado. Asumiendo, por tanto, que la memorización de contenidos sustantivos contribuye a la formación de una ciudadanía más capacitada. Por el contrario, si creemos en la necesidad de dotar al alumnado de las habilidades de la Historia disciplinar, perseguiremos una evaluación que permita la integración de destrezas de orden superior como el análisis, la interpretación y la creación de narrativas históricas.
Las investigaciones confirman algunas de las paradojas de la evaluación; así, a pesar de la teorización sobre la misma respecto de la mejora del proceso de enseñanza o de la capacidad de desarrollo crítico que debería promover ésta, lo cierto es que se repiten casi de forma mecánica las prácticas sobre evaluación y muchas de ellas consisten en la repetición de las ideas aprendidas del profesor. Se trata de un modelo de evaluación de los conocimientos históricos que se identifica durante la educación primaria, y que se refuerza a lo largo de la educación secundaria, llegándose incluso a plantearse en los cursos preuniversitarios, y en particular, en las Pruebas de Historia de España de Acceso a la Universidad (PAU). Modelo de evaluación en el que se constata la potenciación de la memorización de contenidos frente a un escaso tratamiento de la comprensión y aplicación de los mismos.
Nuestro desafío es crear instrumentos de evaluación más versátiles, capaces de integrar no solos conocimientos sustantivos de Historia, sino sobre todo el uso de destrezas o competencias históricas. ¿Qué ocurriría si en lugar de exigirles que repitieran los conocimientos históricos memorizados, les pidiéramos que demostraran la comprensión de la explicación histórica a través de las evidencias históricas haciendo uso del análisis, la interpretación o la argumentación?
Para mayor información:
Fuster García, Carlos. Pensar Históricamente. La evaluación en la PAU de Historia de España. Directores: Xosé Manuel Souto González y Jorge Sáiz Serrano. Tesis doctoral inédita, Universitat de València, Valencia. Departamento de Didáctica de las Ciencias Experimentales y Sociales, 2016. Disponible desde http://roderic.uv.es/handle/10550/55502
*Carlos Fuster García es Doctor en Didáctica de las Ciencias Sociales y Profesor Asociado de la Universitat de València. Facultat de Magisteri. Departament de Didàctica de les Ciències Experimentals i Socials.