Antonio Gil Albarracín
Doctor en Historia.
Académico correspondiente de las Reales Academias de Bellas Artes de Nuestra Señora de las Angustias de Granada, de San Fernando de Madrid y de Alfonso X el Sabio de Murcia.
En el pasado el mar ha sido la principal vía de comunicación y transporte de la Humanidad, situación que se mantiene a pesar del enorme desarrollo en buena parte de la tierra, desde hace dos siglos, de las infraestructuras terrestres, viarias y ferroviarias, y durante el último siglo del desarrollo de la aviación.
Durante la mayor parte de la historia de la humanidad el mar ha sido la principal vía de comunicación entre aquellos territorios costeros que han contado con las ventajas proporcionadas por la facilidad de acceso a dicho medio; este hecho ha dado lugar a que los habitantes se asentaran junto a unas costas que siempre han disfrutado de las ventajas de la comunicación marítima. Sin embargo la accesibilidad, que ha facilitado la difusión de personas, ideas, cultivos y tecnologías, también ha permitido las agresiones de todo tipo, con su reguero de destrucción, saqueo, extorsión y muerte o esclavitud de los apresados.
A orillas del mar se han formado Estados e Imperios y se ha producido el enfrentamiento entre aquellos que disputaran la hegemonía sobre el territorio a los que lo controlaban o se habían establecido en el mismo. Sirvan de ejemplos los sucesivos enfrentamientos entre Roma y Cartago, que acabarían con la destrucción de este último o los seculares enfrentamientos hispano-británicos en el océano Atlántico.
Estos enfrentamientos obligaron a los mandatarios a contratar ingenieros militares y encargarles proyectos de fortificación de los puertos más codiciados y activos de las costas en disputa. Sirvan de muestra las fortificaciones de Cádiz o Cartagena de Levante, en Europa, Mazalquivir, en África, o Cartagena de Indias, La Habana, o San Juan de Puerto Rico, en América, entre otros muchos.
Normalmente se recuerda con merecida repugnancia la trata de población de color que trasladó a la fuerza a millones de personas desde África a América, pero resulta mucho menos conocida la esclavitud padecida por habitantes europeos trasladados a África, tras haber sido apresados en ataques, que también dejaban familiares y conocidos sometidos a la extorsión del rescate para recuperar la libertad de dichos cautivos, que solo a veces se lograba.
El enfrentamiento desarrollado entre los siglos XV y XVIII entre los asaltantes musulmanes afincados en la costa meridional mediterránea, bajo la tutela del Imperio Turco, y los habitantes de las costas septentrionales de dicho mar, especialmente italianos y españoles, se ha tildado de guerra de baja intensidad, como si las víctimas de dichas acciones no sufrieran la guerra en toda su intensidad.
Durante la antigüedad y la edad media se construyeron atalayas y fortificaciones diversas que facilitaran la defensa de la costa, con especial preocupación por sus puertos, ciudades y poblaciones principales. Sin embargo sería durante el reinado de Felipe II cuando la Corona encargó planes de defensa a ingenieros militares que erizaran de defensas las costas europeas del Mediterráneo, formando una sucesión de fortificaciones, comunicadas visualmente entre sí, con el fin de alertar a las poblaciones inmediatas y convocar a los vecinos agrupados en milicias armadas para el socorro de las costas agredidas.
La empresa acometida durante el reinado de Felipe II fue de extraordinaria complejidad, como se puede comprobar en el estudio pormenorizado de dicho proyecto en un sector en la costa de Murcia, encomendado a Juan Bautista Antonelli y a Vespasiano Gonzaga Colonna, ambos italianos pero súbditos de la Monarquía. El primero reconocido ingeniero militar. El segundo aristócrata que desempeñó varios virreinatos al servicio de Felipe II, con amplios conocimientos de ingeniería militar, que le permitieron proyectar la ciudad renacentista ideal de Sabbioneta, en el valle del Po, que fue incluida el año 2008 como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
El proyecto de fortificación, que habría de ser sufragado por los vecinos de la zona a defender, incluía un elevado número de torres o atalayas, mayor en el proyecto de Antonelli que en el de Gonzaga; sin embargo, probablemente por motivos económicos solo parte de ellas fueron erigidas en las décadas siguientes, siguiendo normalmente un modelo de torre hexagonal que fue propuesto por Vespasiano Gonzaga y adoptado por Juan Bautista Antonelli.
Más allá de la eficacia del dispositivo defensivo establecido en las costas europeas, que indudablemente dificultaría las acciones enemigas y alertaría a los habitantes próximos a las costas para que pusieran a salvo sus propiedades y sus propias vidas; serían los tratados de Paz y Comercio firmados por la Monarquía española, durante el reinado de Carlos III, con los poderes africanos situados a orilla del Mediterráneo y el Imperio Turco, los que liquidaron esta guerra de baja intensidad que se mantuvo brutalmente activa durante tres siglos, sometiendo a la esclavitud buena parte de la población de la costa europea del Mediterráneo.
GIL ALBARRACÍN, Antonio. La defensa de la costa de Lorca en los siglos XVI y XVII. Alberca, 15. Lorca (Murcia), pp. 169-240.