ABATIDOS, ARRODILLADOS Y POSTRADOS.

UNAS LÍNEAS SOBRE FUENTES ORALES.

EL CASO DE LA REPRESIÓN FRANQUISTA.

Ricard Camil TORRES FABRA.

Universitat de València.

No recuerdo si ya poseía lo que se denomina “uso de razón”, lo que recuerdo es que hasta bien entrada mi adolescencia, cada vez que salía de casa mi madre me repetía “no pases por tal calle, no te acerques a tal sitio, no hables con este o con aquel”. Acabé pensando que se trataba de una obsesión ajena a mí y por tanto no me veía obligado a seguir sus observaciones y, como es natural, no hice caso a ninguna de ellas, aunque me preguntaba la razón pero mi madre no soltó prenda nunca.

Tardé años en averiguar la razón de todo aquello. Los lugares y las personas “vetados” eran para ella recordatorios de dolor y personajes malvados. Durante la posguerra en aquellas calles a priori para mi “non transit” vivían personas responsables de haber acabado con la vida de un primo y un par de amigos suyos, y aquellas personas eran las que se debía evitar. En pocas palabras, mediante el silencio y la advertencia indeterminada, mi madre me transmitía lo terrorífico de una vivencia que de alguna forma la siguiente generación debíamos heredar sin más. Supongo que lo mismo ocurriría con los “otros”.

Una vez abandoné o me abandonó, mejor, la adolescencia y con una formación acorde a la de los tiempos que corrían, decidí intentar saber qué había pasado en mi pueblo por lo que consulté de manera enfermiza y exhaustiva el archivo municipal, no sin antes haber pasado por un duro enfrentamiento con la burocracia local. Corría el año 1983 y decididamente la “normalidad democrática” para ciertos aspectos no resultaba ser muy normal.

Lo cierto es que obtuve mucha información –que me serviría posteriormente en mi desarrollo profesional- pero conseguí más preguntas que respuestas y un hecho vino a ser transcendental: la cruz de los caídos. La placa en cuestión había ido a parar a un lugar más o menos “disimulado” del cementerio, así que pude conseguir el listado de personas de la localidad asesinadas por las hordas marxistas y demás parafernalia del régimen.

Mi sorpresa fue monumental. De las víctimas que aparecían inscritas, una estaba viva y otra había fallecido no hacía mucho. Lo más chocante es que ambas fueron canonizadas durante la maratón beatificadora de Juan Pablo II a pesar de mis informes. Además, no me aparecían otras cuatro que gracias al trabajo de Vicente Gabarda sabía que habían sido asesinadas entre 1936-1939.

Así pues, magnetofón en mano, me dediqué a entrevistar a gente que había vivido el período, comenzando por los tiempos republicanos y procurando alcanzar el horizonte más lejano posible. Ni qué decir tiene que el conglomerado conservador local no tuvo a bien atenderme, incluso alguno que otro llegó al insulto y alguna que otra amenaza. Por parte de los considerados de izquierdas –recuerden que había “vaciado” el archivo municipal- obtuve reacciones de todo tipo –miedo, mucho miedo pude comprobar que seguía inserto en sus vidas- pero conseguí averiguar lo que no me decía la documentación archivística ni hemerográfica.

Los asesinados no contemplados en la cruz de los caídos lo habían sido en otros lugares mientras que en el pueblo los consideraban en Biarritz o lugares similares donde habían podido hipotéticamente refugiarse, lo que sí lograron los otros dos que aparecían como víctimas y en 1939 estaban vivos y coleando.

En mi pueblo se arrebató la vida a 22 personas durante la guerra. Consultado el registro civil, libro de defunciones, me aparecieron doce ejecutados nada más acabar la guerra. Pero en la capital del partido judicial fueron ejecutadasveinte personas más, otras 18 en Paterna y siete en diversos lugares de la piel de toro.

La represión franquista no consistió únicamente en mandar gente al otro mundo. Pude enterarme, gracias a las entrevistas, de la suerte que corrieron otros vencidos. La documentación consultada ofrecía preciosos datos como por ejemplo, lo que es fundamental, el proceso seguido: detenciones, torturas, hacinamiento, juicios sumarísimos sin garantías, encarcelamientos.

Para sorpresa de un servidor, me enteré que uno de mis familiares había estado presentándose semanalmente al cuartel de la guardia civil con la finalidad de estar controlado, tras haber sido puesto en libertad provisional en 1943. Su última visita a la comprobación por parte de la benemérita fue en… 1972.

La fuente oral, por tanto, me proporcionó la proximidad humana: contemplar, ponderar y comprobar el efecto de incorporar la historia al presente, sea dolor sea la risa del recuerdo de una anécdota, las lágrimas de la rememoración. O sea calibrar el factor humano como elemento vertebrador de no sólo pasiones humanas, también las respuestas ante situaciones que no podríamos comprender de otra manera. Además, ya pueden imaginar ustedes que no entrevisté a ninguna persona clave del período republicano, ni durante el conflicto ni de la etapa franquista.

Personas que no habían jugado para nada un papel relevante en la historia tuvieron voz por primera vez. Modestia aparte, se consiguió una historia democrática, una historia donde los protagonistas eran todos, puesto que los entrevistados representaban a un sector concreto de la población: el que hace la historia y la sufre.

Así, pues, el resultado final no pudo dejarme más satisfecho: había logrado lo que para mí es la función del historiador: estudiar el pasado y devolverlo de forma ordenada e inteligible a su verdadero protagonista: la sociedad. Conseguía así la total democratización de mi trabajo.

Para mayor información

CALZADO, A. y TORRES, R. C. “Las fuentes orales: una aplicación práctica en el caso de los oficios”. Sociología del Trabajo, 26. 1995. pp. 29-39.

ESCRIVÀ, E. y TORRES, R. C. Apunts sobre fonts orals i la seva gestió. València. Asociación Cultural Instituto Obrero, 2015.