Jean Pierre Garnier*
Una nueva divinidad se debería mencionar entre los «varios miles de religiones en todo el mundo» que se citan en un artículo reciente sobre “Las consecuencias urbanísticas de la existencia de Dios” <http://www.geocritiq.com/2014/04/las-consecuencias-urbanisticas-de-la-existencia-de-dios/>: el Mercado. Una divinidad más poderosa hoy día en el mundo social real que todas las otras.
Le divin marché, tal es el título de un libro [O Divino Mercado en portugués] de un filósofo francés, Dany-RobertDufour, que escribe también artículos de vez en cuando en la prensa de izquierda. En este libro, plantea que los metarelatos religiosos que organizaban el sentido de la sociedad fueron sustituidos al final del siglo XX por microrelatos aportados por el mercado, “el fenómeno, hoy en día suficientemente consumado según el cual todo lo que pueda usted desear debe encontrar su solución en la mercancía: tanto en asuntos privados como en los que elevan la cultura, la educación, la salud…”. Es decir, hoy día el mercado nos ofrecería la solución a la inestabilidad y la incertidumbre que él mismo produce, sea un iPhone o el nuevo Mac, sea un psicoanálisis, yoga, coaching, sea una liposucción o unos días en Oceanía. Tal vez se podría añadir a esta lista «la normativa urbanística o legal» que se propone en el artículo publicado en GeocritiQ, como solución a «los problemas que existen», a los problemas urbanos entre otros.
En efecto, detrás o debajo del Derecho y la Democracia a las cuales se refiere el autor o que se invoca de una forma bastante idealista —como se enseña en las facultades de Derecho y los Institutos de Ciencias políticas—, se encuentran y se esconden (para la gente que prefieren ignorarlo) las relaciones sociales capitalistas que hacen de la ciudad un producto que se vende y que sirve para vender otros: promotores, banqueros, empresarios, gestores públicos, planificadores, urbanistas, arquitectos y hasta los profesores e investigadores expertos en cuestiones urbanas vendidos al capital, sean estos o no conscientes de ello.
Una ordenanza reciente del Ayuntamiento de Madrid trata de promover las denominadas «Zonas de Iniciativa Emprendedora», donde asociaciones de vecinos adinerados pagarán una contribución especial para mejorar servicios municipales. En el momento de una aceleración de la privatización y la mercantilización de la producción y el uso del espacio urbano, me parece irrealista (por no decir surrealista) seguir creyendo —pues se trata ya de una creencia — en el Derecho, que no es más que la codificación de las relaciones de fuerzas y por tanto de clases, y en la Democracia (representativa) que desposee el pueblo de su poder, para acabar con la especulación inmobiliaria, la segregación socio-espacial, la prioridad dada a las inversiones lucrativas y a los grandes proyectos urbanísticos que llamamos en Francia «inútiles e impuestos», en particular los que contribuyen al proceso y la política de «metropolización » que acentúan las desigualdades territoriales.
Frases tales como «Los marcos jurídicos y políticos existentes en los países democráticos deben ser, y pueden ser, utilizados para ello», o «Excluida la violencia en las relaciones sociales, solo queda la vía del derecho» me suenan a credo o, para no salirnos del terreno religioso, a mandamientos acompañados, desde luego, de las interdicciones implícitas correspondientes: la prohibición de cualquier crítica llevada a la acción -y no solamente limitada a palabras- y de cualquier forma ilegal de resistencia a decisiones y medidas injustas tomadas por autoridades (elegidas o no), so pena de sufrir la represión y el castigo del «Estado democrático». Pues, a la inversa de lo que se plantea, «la violencia» no debe estar de ningún modo «excluida». Se olvida, sin duda, el monopolio de su uso por el Estado al servicio de la clase dirigente ya sea, por ejemplo, para desalojar a familias pobres en el marco de una operación de renovación urbana o impedir una manifestación de protesta contra una política inicua. ¿Es legítimo ese monopolio?
Al final, poco importa que Dios exista o no: las «consecuencias urbanísticas» seguirán siendo las mismas mientras las causas sociales —la explotación capitalista y la dominación burguesa— permanezcan.
*Jean Pierre Garnier ha sido sociólogo urbano en el Centre National de la Recherche Scientifique