Desde los inicios de 2014 asistimos a un bombardeo mediático sobre la enfermedad del ébola. El contagio y muerte de ciudadanos españoles influyó en esa exposición diaria de la patología en los medios de comunicación de nuestro país. En pocas ocasiones, sin embargo, se habló de las causas últimas de este riesgo biológico. Una de las más clarificadoras vino de la mano de El Roto, en la viñeta del diario El País (10 octubre 2014), en la que se ven dos cuidadores convenientemente protegidos frente a un enfermo de ébola. Uno le pregunta al otro: ¿Ébola?, y su compañero le responde: no, miseria. En los inicios de 2015, las noticias sobre el ébola prácticamente han desaparecido de los medios de comunicación; sin embargo, la plaga sigue castigando a varios países subsaharianos. Y lo hará en el futuro próximo; no sólo en las sociedades centroafricanas.
La enfermedad por el virus del ébola no se encuentra sola; varios centenares de enfermedades epidémicas, entre ellas la tuberculosis, el sida o el paludismo, matan a varios millones de personas al año en todo el mundo. Todas estas calamidades biológicas, a las que habría que añadir las plagas agrícolas, muy activas en el continente africano, pero que son universales, junto a otras catástrofes geofísicas, tienen un denominador común: golpean sobre todo a las sociedades menos desarrolladas. Tal como ha señalado el profesor Calvo García-Tornel, gracias a los análisis de las ciencias sociales, ha quedado establecida la estrecha relación entre riesgo medioambiental y fractura social. Los espacios de pobreza y marginación son frecuentemente los escenarios de las catástrofes naturales. Las imágenes recibidas de las regiones afectadas por el ébola son elocuentes: hospitales improvisados y sin medios, según denuncias de los mismos médicos; desconfianza de los enfermos hacia la medicina clínica, sustituida en algunos casos por curanderos; personal sanitario huyendo de los centros hospitalarios; suburbios sin las mínimas condiciones higiénicas, viviendas de buena parte de la población sin baño, agua corriente o electricidad; o, sencillamente, población desnutrida.
El balance provisional del último brote de ébola, según la Organización Mundial de la Salud, es de más de nueve mil personas fallecidas de unas 23.000 infectadas. Nunca hasta ahora había habido tantos afectados en un brote de la enfermedad. Los países que más han sufrido la epidemia han sido Guinea, Sierra Leona y Liberia. Otros países con casos puntuales, importados de la región del brote primario, han sido Mali, Nigeria o Senegal, en el occidente de África. Fuera de este continente se han tratado o bien se han producido infecciones en España, Gran Bretaña y Estados Unidos.
Esta patología se identificó por primera vez en 1976 en la República Democrática de Congo, antiguo Zaire. En aquella ocasión se comprobaron 318 casos; hubo 280 muertos. El nombre de la enfermedad viene del río Ébola, afluente del río Mongala, tributario del río Congo. En la pequeña villa de Yambuku, en los bosques lluviosos del norte del país, se produjeron las primeras víctimas por ébola, algo más de dos centenares de fallecidos. Desde aquella fecha se han contabilizado casi una veintena de episodios de la enfermedad. Los más letales hasta el presente fueron los de 1995, localizado en la R.D. de Congo, con 315 casos y 250 muertos, y el del trienio 2001-2003, localizado en Gabón y R.D. Congo, con 300 casos y 254 fallecidos (David L. Heymann, ed., Control of Comunicable Diseases Manual, 2015).
La enfermedad por el virus del ébola, antes llamada fiebre hemorrágica del ébola, tiene una tasa de letalidad que puede llegar al 90 por ciento en el ser humano. Los orígenes de los brotes, hasta el presente, se han originado en aldeas remotas de África central y occidental, cerca de la selva tropical. El virus es transmitido al ser humano por animales salvajes y se propaga en las poblaciones humanas por infesto de persona a persona. Los huéspedes naturales del virus parece ser que son los murciélagos frugívoros de la familia Pteropodidae, en concreto el Hypsignathus monstrosus, el Epomops franqueti y el Myonycteris torquata. El virus del ébola, junto al género Marburgvirus, pertenece a la familia de los Filoviridae (filovirus). Dentro del género Ébolavirus existen cinco especies distintas; las más letales son los denominados É. Bundibugyo, É. Zaire y É. Sudán. El género É. Reston se ha encontrado en Filipinas y China, pero hasta el momento no se han transmitido casos entre personas.
El virus del ébola se contagia a las personas debido al contacto con órganos, sangre o secreciones corporales de animales infectados. Están documentados casos de infección asociados a la manipulación de primates, murciélagos y otros animales infestados con el virus. Una vez ha pasado a una persona, ésta transmite la enfermedad a otra por contacto directo o por contacto indirecto con materiales contaminados. Una de las causas más recurrentes en la transmisión del ébola es el contacto directo con cadáveres en ceremonias de inhumación, muy tradicionales en alguna de las regiones afectadas por el brote de la enfermedad. Los hombres pueden seguir transmitiendo el virus por el semen hasta siete semanas después de la recuperación clínica. Los síntomas del ébola se suelen caracterizar por la aparición de fiebre, dolor muscular, de cabeza y de garganta, seguido de vómitos, diarrea, erupciones cutáneas, disfunción renal y hepática, y en algunos casos hemorragias internas y externas. Los pacientes son contagiosos mientras el virus esté presente en la sangre y en las secreciones. El periodo de incubación de la enfermedad, es decir, el intervalo desde la infección hasta la aparición de los síntomas, oscila entre cinco y quince días. La infección por el virus del ébola sólo puede diagnosticarse mediante diversas pruebas de laboratorio y, debido a su enorme riesgo biológico, en condiciones de máximo control.
Por lo que se refiere a los sistemas de tratamiento, de momento no existe vacuna alguna contra la enfermedad. Debido a estas carencias, las tareas de prevención son fundamentales para contener el riesgo de infección de la enfermedad. De este modo, desde la Organización Mundial de la Salud (OMS) se han puesto en marcha programas educativos para reducir los riesgos. En las regiones africanas más problemáticas, el objetivo es reducir el riesgo de transmisión del virus por contacto o ingesta de animales infestados, al tiempo que reducir el riesgo de transmisión de persona a persona, utilizando los equipos de protección para atender a los enfermos. Igualmente, es importante que las comunidades afectadas estén convenientemente informadas de la naturaleza de la enfermedad y que las personas fallecidas sean sepultadas rápidamente y en condiciones de seguridad. Los profesionales sanitarios han de tener especial atención, evitando cualquier exposición a la sangre y a los líquidos corporales del paciente y al contacto directo sin protección con el entorno contaminado.
Más allá de las cuestiones clínicas, eso sí, básicas para controlar las plagas una vez han estallado, hay que hacer hincapié en los elementos estructurales para su combate. La respuesta asimétrica en la resolución de los casos del reciente brote de ébola es un buen ejemplo. En los países desarrollados, España, Gran Bretaña o Estados Unidos, el brote ha logrado ser controlado, aunque no se hayan podido evitar algunas muertes; en los países en vías de desarrollo siguen produciéndose a día de hoy muertos por el ébola, amén de acarrear inmensas pérdidas económicas. Las causas últimas identificadas de la plaga están relacionadas con la pobreza extrema de la mayor parte de la población de Sierra Leona, Guinea y Liberia, y de la región en general. Según el Informe sobre Desarrollo Humano 2014 de la Organización de Naciones Unidas, esos países ocupaban en 2013 los puestos 183, 179 y 175 respectivamente de un total de 187 estados censados. Liberia y Sierra Leona fueron asoladas por cruentas guerras civiles entre la última década del siglo pasado y la primera del presente. Una parte de la población quedó desnutrida y los sistemas de salud devastados. Ese contexto explica en buena medida la debilidad esas sociedades frente a las plagas en general, no sólo contra el ébola. Los sistemas nacionales de salud pública de esos estados han desaparecido y han sido sustituidos en muchos caos por el asistencialismo humanitario de las oenegés, incapaz de hacer frente a problemas de salud globales. Es clave mejorar aquellos sistemas de salud y las infraestructuras de los países afectados por la plaga, y comprometer a las instituciones internacionales, ONU, OMS, FAO, a un programa global contra las calamidades naturales. Hoy es el ébola, mañana será otra enfermedad, o una plaga agrícola o un terremoto. Las enfermedades epidémicas, las calamidades naturales, no son atributos ineludibles de la condición humana, sino resultado de decisiones de naturaleza social.
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Para mayor información:
BUJ BUJ, Antonio: Los riesgos epidémicos actuales desde una perspectiva geográfica, en CALVO GARCÍA-TORNEL, Francisco (ed.) Enfrentados a un destino adverso. De las calamidades naturales hacia las ciencias cindínicas, Geocrítica/Los libros de Scripta Nova, Santiago de Compostela, Meubook, 2014, pp. 69-99. [ISBN: 978-84-941933-6-1]
Antonio Buj Buj es Catedrático de Enseñanza Secundaria y Doctor en Geografía Humana por la Universidad de Barcelona.