Xavier Úbeda y Roser Rodríguez-Carreras*
Puede que el conocimiento que tienen la mayoría de los habitantes de las grandes ciudades acerca de las áreas forestales y también su percepción sobre estos espacios sea diverso. Pero es bastante probable que sientan una gran tristeza cuando vean en la televisión o lean en la prensa, que un bosque conocido, más o menos frecuentado, se ha calcinado y durante muchos años ya no será el espacio idílico, representación simbólica de la naturaleza, que creían que era. Seguramente, ese sentimiento de pérdida material y paisajística, será compartido por los habitantes de las mismas áreas rurales y los propietarios de estas áreas forestales (cabe recordar que casi el 80% de la superficie forestal catalana es propiedad privada). Porque ¿cómo ven estos propietarios sus bosques?, ¿qué expectativas presentes y de futuro tienen sobre ellos?, ¿cómo creen que hay que gestionar estos lugares?
Hace tan solo cien años, en Cataluña, como en otros lugares del mundo con procesos sociales y económicos parecidos, predominaban la superficie agrícola y los pastos; mientras que los bosques eran espacios menos extensos y más fragmentados o discontinuos sobre el territorio. Representaban una importante fuente de ingresos complementaria a la de la actividad agraria. Pero de entonces hasta la actualidad, la superficie forestal ha experimentado un progresivo aumento, ocupando aquellas tierras de cultivo de difícil acceso y mecanización, menos rentables económicamente, para irse convirtiendo en una gran reserva de madera con escaso valor económico. También ha cambiado la estructura forestal hacia formaciones más densas y de difícil acceso. El paso de una economía orgánica – que se proveía de las materias primas locales y donde el monte suministraba recursos estratégicos- a una economía inorgánica – sustentada en los combustibles fósiles y sus derivados e insertada en una economía de mercado globalizada -, puede explicar parte de estos cambios.
Estos procesos han sido paralelos a la pérdida de habitantes de las zonas rurales. De manera que en esta sociedad predominantemente urbana los bosques también se han convertido en un espacio lúdico y de evasión, donde miles de personas pasean, van en bicicleta, recolectan setas, disfrutan del paisaje y la naturaleza, en definitiva de este espacio que perciben tan contrapuesto a lo urbano. En este sentido, los bosques se han “urbanizado” siendo libremente transitados por individuos anónimos con intereses diversos, una relación muy distinta a los contratos de paso, tala o carboneo tradicionales. Los propietarios forestales argumentan que la ciudadanía considera sus bosques como un bien común (y desconoce que son propiedad privada). Su gestión, dicen los propietarios, conlleva beneficios sociales y medioambientales.
Estamos acostumbrados a hablar de procesos de participación ciudadana en el ámbito de la planificación urbana (aunque a menudo dejen mucho que desear). Pero quizás sea desconocido que existen también organizaciones que discuten, proponen y/o se oponen a determinados proyectos de gestión de espacios forestales. A menudo, en una misma área confluyen distintas miradas y conceptualizaciones sobre lo que es y debe ser en sí la gestión: ¿se tendría que dirigir ésta a intentar revalorizar económicamente los bosques y recuperar la actividad agraria tradicional?, ¿o a intentar conservar estas nuevas áreas en expansión y preservarlas de su explotación económica?, ¿se favorecería así una mayor biodiversidad o la homogeneización del paisaje conlleva una pérdida de especies, o simplemente un cambio de éstas?, ¿es compatible la explotación de los recursos madereros con su conservación?, ¿la gestión puede favorecer la prevención de los incendios forestales, y de qué manera? Son debates presentes socialmente y todavía hoy abiertos. Esclarecerlos pasa por definir los objetivos por los que se gestiona en cada parte del territorio (las respuestas no deberían ser únicas) y los medios de los que se dispone. Pero también por el necesario debate social para definir qué proyecto de mundo rural queremos.
Podemos entrever esta pluralidad de visiones a partir de las entrevistas a personas vinculadas al mundo forestal en un área rural con una presión antrópica muy importante y un riesgo alto de incendios forestales, sujeta a una figura de protección no demasiado estricta. Predomina la visión de aquellos que están a favor de que la medida de protección no aumente, ya que creen que les supondría una restricción a su libertad como propietarios, pero sí que piden más inversión en sus parcelas para poder gestionar sus propiedades, con el objetivo de poder tener algún rendimiento económico y minimizar el riesgo ante un gran incendio forestal.
Estas subvenciones a los propietarios, podrían salir de impuestos especiales por el disfrute de sus propiedades por parte del conjunto de la población: ciclistas, recolectores de frutos, excursionistas. ¿estaría dispuesto un ciudadano urbano a pagar por disfrutar de una área forestal?, o ¿tenemos asumido que el bosque es de todos?. ¿Qué diferencia hay en tener que pagar para entrar en un parque urbano (como el Parc Güell) o pagar para entrar en Les Gavarres, en la provincia de Girona, macizo que forma en su vertiente este la famosa Costa Brava?.
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* Xavier Úbeda es profesor titular de Geografía de la Universidad de Barcelona y Roser Rodríguez-Carreras profesora asociada de Geografía en la misma universidad.