Por Horacio Capel*
“Un fantasma recorre Europa, y el mundo todo: el fantasma del pensionismo. Todas las fuerzas vivas de Europa y otras partes del mundo se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma: Merkel, Cameron, Bernake, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional.
¿Qué grupo inconformista de la tercera edad no ha sido motejado de pensionista peligroso por estos paladines? ¿Qué grupo de la CEOE no ha lanzado a los jubilados el epíteto zahiriente de pensionista inútil?
De este hecho resulta una doble enseñanza: Que el pensionismo está ya reconocido como una amenaza por todos los países y por las organizaciones empresariales de Europa. Que ya es hora de que los pensionistas expongan a la faz del mundo entero sus conceptos, sus fines y sus tendencias, que opongan a la leyenda del fantasma del pensionismo un manifiesto propio.
Con este fin, pensionistas de las más diversas nacionalidades están conectándose vía Internet y han redactado el siguiente «Manifiesto», que será traducido, en cuanto sea posible, al inglés, francés, alemán, italiano, flamenco y danés.
I Jóvenes, adultos activos y tercera edad
Toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, es una historia de lucha de edades, contra los viejos, a los que luego se aplicó el calificativo edulcorado de tercera edad.
Jóvenes y viejos, productivos y no productivos, innovadores y caducos, en una palabra los que sirven y los que no sirven, frente a frente siempre, empeñados en una lucha ininterrumpida, velada unas veces, y otras franca y abierta”.
Este es el comienzo de un manifiesto que se elabora, y que puede tener tanto éxito como otro similar publicado hace ahora 166 años. El manifiesto acaba con esta exhortación:
“Finalmente, los pensionistas laboran por llegar a la unión y la inteligencia de los partidos democráticos de todos los países.
Los pensionistas no tienen por qué guardar encubiertas sus ideas e intenciones. Abiertamente declaran que sus objetivos sólo pueden alcanzarse derrocando el orden social existente. Tiemblen, si quieren, las clases gobernantes, ante la perspectiva de una revolución pensionista. Los jubilados, con ella, no tienen nada que perder, como no sea sus cadenas y la poca vida activa que les quede. Tienen, en cambio, un mundo entero que ganar.
¡Pensionistas y jubilados de todos los Países, uníos! “
El problema fundamental parece ser que vivimos demasiado, y eso cuesta mucho al erario público. La esperanza de vida al nacer ha ido creciendo en las últimas décadas de forma general; y en España entre 1992 y 2012 ha pasado de 73,9 a 79,4 años en los hombres, y de 81,2 a 85,1 en las mujeres, situándose hoy, en ambos casos, en dos años más que la media de la Europa de los 28. Tan importante como ello ha sido la mejora de la esperanza de vida de las personas de más de 65 años de edad; si en España a comienzos del siglo XX era de 9,12 años, y en 2012 había pasado a 18,5, en los hombres, y 22,5, en las mujeres, algunas de las proyecciones actuales estiman que en 2051 la esperanza de vida a los 65 años alcanzará los 24,0 años, en los primeros, y los 27,3 años en las segundas.
Para entender las dimensiones del problema, debe recordarse que a fines del siglo XVII a los 35 años había muerto un 84 por ciento de los nacidos, según la tabla de William Petty.
Los datos que se divulgan por la prensa indican que en las próximas décadas los gastos por pensiones de jubilación llegarán al 14 por ciento del Producto Interior Bruto, mientras que los ingresos solo alcanzan el 10 por ciento. La solución para ese problema podría ser elevar los ingresos públicos, acometiendo reformas fiscales, lo que no quieren oír la patronal ni los gobiernos.
¿Cobran demasiado los pensionistas jubilados? El gobierno español ha propuesto una reforma que amenaza con corregir el déficit del sistema existente con una pérdida del poder adquisitivo de los pensionistas. Aunque, mucha gente opina que la religión es el opio de los pueblos, como parece que no hay otras soluciones, algunos proponen que se rece para que la inflación se mantenga en el 1 por ciento y no suba más.
Si la inflación sube al 2 por ciento (frente al 1,5 que se acepta en los cálculos del gobierno) la perdida del poder adquisitivo sería muy fuerte.
La solución de aumentar las cotizaciones a la seguridad social de todos los trabajadores significaría la disminución de sus salarios. También el Estado podría financiar directamente las pensiones de viudedad y orfandad, subiendo los impuestos y disminuyendo la presión de la seguridad social, o financiar esas prestaciones quitando gasto a otros programas como educación, sanidad y desempleo. Algunos concluyen que los pensionistas deberían morirse o trabajar.
Ese manifiesto pensionista al que antes hacía referencia podría continuar así:
“La moderna sociedad burguesa que se alza sobre las ruinas de la sociedad feudal no ha abolido los antagonismos de edad (de lo que hablan tantos cuentos y leyendas tradicionales). Lo que ha hecho ha sido crear nuevos grupos de edades. Han aparecido los jóvenes, que al principio eran los adolescentes y hoy constituyen un grupo que –sorprendentemente- se ha prolongado hasta los 35 años, la tercera edad, la cuarta edad. Al mismo tiempo, han aparecido nuevas modalidades de lucha, que han venido a sustituir a las antiguas.
Sin embargo, nuestra época, la época de la burguesía, se caracteriza por haber simplificado estos antagonismos de grupos de edad. Hoy, toda la sociedad tiende a separarse, cada vez más abiertamente, en tres grandes campos enemigos, en tres grandes grupos antagónicos: los jóvenes sin trabajo, los activos con trabajo y los viejos inactivos, es decir los pensionistas y jubilados”.
En realidad, frente a esa visión negativa, con la actual esperanza de vida y las condiciones de salud que existen en la vejez –cuando existe una sanidad pública y un sistema de Seguridad Social–, los pensionistas pueden hacer muchas cosas. Incluso se puede afirmar que los pensionistas, los jubilados que gozan de una pensión pública, pueden contribuir a mejorar el mundo: tienen conocimientos y experiencias de gran valor, y tiempo disponible para aplicarlos. Solo falta que se decidan a hacerlo, cada uno de acuerdo con sus capacidades. La puesta en marcha de proyectos solidarios al servicio de las necesidades de la sociedad es, sin duda, un camino para ello.
*Horacio Capel es pensionista, profesor emérito de Geografía Humana de la Universidad de Barcelona.